Valentín Fuster: «Estamos prolongando la vida con un coste muy elevado»
Juan Carlos Rodríguez
febrero 17, 2019
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Le llaman «el apóstol del corazón». Charlamos con Valentín Fuster, toda la vida dedicada a luchar contra las enfermedades cardiovasculares. Acaba de cumplir 76 años convencido de que muchos infartos se podrían evitar.
Más de 17 millones de personas mueren cada año de enfermedades cardiovasculares en el mundo, y se calcula que en 2030 la cifra superará los 23 millones. Pese a todo, «la mayoría de estas muertes es evitable», afirma el eminente cardiólogo y científico Valentín Fuster (Barcelona, 20 de enero de 1943), que ha dedicado gran parte de su vida a luchar contra esta epidemia silenciosa. Conocido como «el apóstol del corazón» por su actividad investigadora y divulgadora, Fuster es director y médico jefe del prestigioso Instituto Cardiovascular del Hospital Mount Sinaí de Nueva York y director del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) en Madrid. Compagina ambas funciones viajando al menos una vez por semana de Nueva York a Madrid. Pero, lejos de desgastarle, este puente aéreo transoceánico le insufla energía porque siempre regresa motivado: «En el CNIC lidero un equipo de unos 400 investigadores jóvenes y siento que contribuyo a algo importante para España», confiesa durante la entrevista en este centro de excelencia, antes de dar una multitudinaria charla en la Fundación Juan March.
Sus investigaciones sobre el origen de los accidentes cardiovasculares, que han contribuido a mejorar la prevención y el tratamiento de los infartos, le valieron en 1996 el Premio Príncipe de Asturias de Investigación. Y en 2014, el título de marqués por su «destacado y constante trabajo en investigación cardiovascular y su meritoria labor docente». Su presencia y currículo imponen respeto: autor de más de 900 artículos científicos y doctor honoris causa por 34 universidades, es el único cardiólogo que ha recibido los máximos galardones de las cuatro principales asociaciones internacionales de Cardiología. El contacto diario con los pacientes también le ha ayudado mucho, «porque veo los problemas e intento solucionarlos». Conocer de cerca la ansiedad y el sufrimiento de los enfermos, ya sea un bróker de Wall Street o un sin techo del Bronx, le ha permitido adentrarse en el alma humana. «Ante un infarto, la respuesta emocional es la misma», asegura este aristócrata del corazón.
El expresidente de la Asociación Americana del Corazón y de la Federación Mundial del Corazón reconoce que ejercer estos cargos le cambiaron la vida: «De ser un científico que entendía la enfermedad pasé a ser un científico que entendía la salud», dice el autor de libros como Corazón y mente, Monstruos supersanos y El círculo de la motivación. Obsesionado con promover hábitos saludables a través de la educación (es asesor de Barrio Sésamo) dirige la Fundación SHE (Science, Health and Education), orientada a los más jóvenes. Casado y padre de dos hijos, compagina una agenda de infarto con su mayor afición: el ciclismo. Es de los de mente fría y corazón caliente.
¿Hay algo que aún le sorprenda del corazón?
Un gran deportista
Menor de una familia de cinco hermanos, Fuster disfrutó de una infancia sin corsés. «Me sentía especial en términos de libertad», recuerda en el documental El corazón resiliente. «Y eso siempre ha sido uno de mis objetivos en la vida: sentirme libre. La libertad lleva a la creatividad, y la creatividad a esa edad es idealismo. Yo era muy creativo. Siempre he tenido mucha determinación, con todo. Pero si veo que algo es imposible lo dejo. Competía en tenis a nivel nacional, pero un día me di cuenta de que nunca iba a ser un Rafa Nadal y decidí dejarlo. No hago las cosas a medias». Fue en un club de tenis donde conoció a su primer mentor, el doctor Pedro Farreras Valentí, autor de un libro de Medicina que fue referencia en su época. «Un día me dijo: ‘Serás un médico fantástico’. Pero no creí que lo dijera en serio. Él me alentó cuando yo pensaba que no era nadie».
Cuando Farreras tuvo un ataque cardíaco a los 40 años (murió de infarto a los 52), animó a su pupilo a ser cardiólogo y más tarde a ir a Inglaterra para estudiar Patología. En la Universidad de Liverpool, el joven Fuster conoció a Harold Sheehan, que le orientó en su vocación. «En una ocasión este gran patólogo me mostró una fotografía con un coágulo de plaquetas de un paciente que había muerto de infarto. Le pregunté si estaba relacionado con el infarto y me respondió: ‘No lo sabemos. Puede ser la causa o la consecuencia. Pero hay algo que sí puedo decirte: deberías escribir una tesis sobre esto’. Y eso fue lo que hice».