De niña soñaba con ser misionera, pero se decantó por la filantropía. Se casó con el inversor Francisco García Paramés, el ‘Warren Bufett’ español. Su lema para sus ‘fondos de impacto’ es: «Si tienes dinero, dalo, muévelo».
“Si tienes dinero, dalo, ponlo a trabajar, no lo uses solo para generar más riqueza”.
Cuando se casó con Francisco García Paramés, el inversor de fondos más famoso de España, el matrimonio decidió donar el 30% de su sueldo variable. Presidenta de la fundación Open Value Foundation, pionera en la inversión de impacto, lleva donados más de 20 millones de euros. Con unos 30 proyectos en marcha, su labor beneficia a más de un millón de personas.
Juan Carlos Rodríguez
La RAE define filantropía como el “amor al género humano”, pero faltan matices para explicar la labor que realizan personas como María Ángeles León (Madrid, 1971), una filántropa española que lleva 30 años practicando “la alegría de dar”. Educada en las escolapias, de niña le conmovían las historias que contaban las monjas misioneras sobre los más desfavorecidos, al tiempo que su abuela le enseñaba que “había que donar sin pensar”. Su fe católica nunca decayó, pero lejos de meterse a misionera acabó estudiando Empresariales y se especializó en Marketing. “Me encanta vender”, reconoce esta antigua responsable de clientes internacionales de Telefónica, una mujer enérgica y pizpireta que contagia su entusiasmo con una perenne sonrisa.
Durante su etapa universitaria conoció a su actual marido y padre de sus cinco hijos: Francisco García Paramés, un economista que años después sería conocido como “el discípulo español de Warren Bufett” por su éxito como gestor de inversiones. Además de comprometerse a amarse en la salud y en la enfermedad, el joven matrimonio se conjuró para donar el 30% de la parte variable de sus sueldos a iniciativas solidarias. “Empezamos con unos 1.000 euros al año, porque nuestros bonus eran pequeños; en 2000, cuando Paco se asentó en su empresa, donábamos 10.000; en 2002 superábamos los 300.000, y hasta el momento hemos aportado más de 24 millones de nuestro patrimonio”, repasa la cofundadora y presidenta de Open Value Foundation (https://www.openvaluefoundation.org/es/), la fundación familiar a través de la cual canalizan su filantropía sin fronteras.
Una empresa de ambulancias en Bangladés, recipientes potabilizadores de agua a base de barro en Uganda, formación de agricultores en Ruanda, comercialización de crema solar para personas con albinismo en Malawi, apadrinamiento de olivos en Oliete (Teruel) para luchar contra la despoblación rural… Casi una treintena de proyectos y 1.280.000 personas han recibido el apoyo de esta filántropa madrileña. No obstante, León reconoce que durante los 10 primeros años pecaron de buenismo: “En 2006 nos dimos cuenta de que habíamos generado muchas relaciones dependientes, cuando la idea era crear empleo para que la gente tuviera su autonomía”.
A partir de entonces pusieron en marcha un modelo híbrido entre la filantropía tradicional y la inversión de impacto, cuyo objetivo es mejorar los medios de vida de las personas más vulnerables de forma sostenible. “Las donaciones no siempre generan desarrollo. Hacen falta porque salvan vidas, pero se necesita ahorro, inversión y emprendimiento para luchar contra la pobreza”, predica desde la experiencia. De los 24 millones que han desembolsado hasta ahora, 10 se han destinado a inversión de impacto, en sectores como el acceso a la energía, el agua o la educación.
Siempre a la búsqueda de nuevas herramientas para expandir su alegría de dar de forma sostenible, en 2020 lanzó Global Social Impact Investiments, una gestora especializada en fondos de inversión de impacto que arrancó con 5 millones de euros y pretende levantar 60, con Mapfre como socio inversor de referencia. Y para que nadie con la intención de ayudar se pierda por el camino, también apuestan por la formación y el asesoramiento a otras organizaciones a través de iniciativas como el Fondo de Fundaciones de Impacto, a las que destinan el 26% del presupuesto de la fundación.
P. ¿Cómo surge su vocación por ayudar a los demás?
R. En el colegio de las escolapias donde estudié, las monjitas misioneras nos hablaban de los niños africanos más desfavorecidos y eso me conmovió desde pequeña. Además, mi abuela donaba todo lo que podía, y eso es lo que yo aprendí: que había que donar sin pensar. Ella estaba suscrita a la revista Mundo negro, y a través de esta publicación yo veía los proyectos sociales que se hacían en los países africanos. Todo eso iba llenando mi ideario. Era consciente de que tenía mucha suerte, y a medida que iba creciendo sentía que quería hacer algo por los demás.
P. Supongo que en su casa nunca faltó el dinero…
R. Bueno, mi padre (un empresario dedicado a la importación y exportación para Estados Unidos y Centroamérica) falleció joven, dejando a mi madre (ama de casa) viuda con tres hijos a su cargo. Vivíamos bien, pero ajustaditos. Yo procuraba escribir con letra pequeña en los cuadernos para que me durasen más…
P. ¿Recuerda en qué empleó su primer sueldo?
R. Una parte lo doné a Cáritas y con otra compré regalos para mis hermanos. Encontré enseguida lo que los americanos llaman the joy of giving, la alegría de dar. Por entonces era catequista y lo hacía sin esfuerzo; nunca me ha costado dedicar horas de mi vida a los demás. Me producía mucha satisfacción, es algo totalmente egoísta.
P. Transmite mucha vitalidad. ¿Siempre ha sido una persona de acción?
R. Sí, tengo mucha energía. Mi tía, que es muy parecida a mí, me dice: “Yo creo que somos hiperactivas y no nos han tratado nunca” (Risas). Tenemos que hacer diez millones de cosas, y quizá por ello nos acabamos abriendo más hacia los demás.
Tras licenciarse en Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid empezó a trabajar en marketing de Bricohogar y cuando esta empresa de bricolaje cerró fue contratada por una fintech (Financial Technology) que desarrollaba software para bancos. “Allí aprendí mucho de tecnología; siempre he pensado que contribuye al desarrollo”, dice la presidenta de Open Value Foundation. De ahí saltó a Telefónica, donde gracias a sus dotes como comercial acabó dirigiendo el departamento de ventas internacionales. “Por entonces yo estaba con la conciliación familiar a tope, y tener una blackberry era un milagro, porque te permitía estar conectada con los clientes”.
En 1997 se casó con el economista Francisco García Paramés (Ferrol, 1963), un gallego de carácter tímido y reflexivo que nada más terminar la carrera de Económicas en la Complutense de Madrid empezó a trabajar como analista en Bestiver, la gestora de fondos de la familia Entrecanales, perteneciente a la multinacional Acciona. Conocido en círculos financieros como “el Warren Buffet español” por la excelente rentabilidad de sus inversiones, dirigió este family office durante 25 años, llegando a gestionar un fondo de 10.000 millones de euros en 2014. Ese año decidió abandonar la firma por desavenencias con la familia. En pleno litigio judicial, una sentencia del Tribunal Supremo recogía que en los últimos 10 años la gestora le había abonado más 100 millones de euros brutos en sueldo variable, un bonus al que habría que sumar los 6 millones de salario fijo que cobraba en la última época. En 2016, el inversor más famoso de España decidió montar su propia gestora de fondos, Cobas Asset Management, que maneja un capital de unos 2.000 millones de euros. El 30% de sus beneficios van destinados a nutrir proyectos de alto impacto social.
P. ¿Su marido también tenía vocación por arreglar el mundo o fue usted quien le inoculó el virus de la filantropía?
R. Él tenía inquietudes sobre cómo ayudar desde una visión macro, porque entendía muy bien los sistemas financieros. Mientras yo quería llevar vacunas a Etiopía, él prefería invertir en una asociación americana de derechos humanos. Teníamos siempre esa diferencia, pero nos complementábamos. Cuando nos casamos, en 1997, pagábamos el alquiler de nuestra casa con los dos sueldos; nos íbamos de viaje donde queríamos… Podíamos ahorrar y nos sobraba. Pensamos: “vamos a darles a otros”. Así que al año de casarnos llegamos al compromiso de donar el 30% de nuestro sueldo variable.
P. ¿Por qué el 30% y no otro porcentaje? ¿Lo habían leído en algún manual?
R. Mi padre siempre había dicho que había que reservar 1/3 para ahorrar, 1/3 para la casa y un 1/3 para las necesidades que pudieran surgir. Nosotros no teníamos muchas necesidades, así que decidimos donarlo. Nuestra primera beneficiaria fue una monjita de Albacete que era amiga de mi abuela. Luego empezamos a colaborar con la Fundación Vicente Ferrer (un vínculo que siguen manteniendo mis hijos) y continuamos con la ONG Regala una sonrisa y la Fundación África Directo.
P. Siempre han apostado por proyectos vinculados a la Iglesia. ¿Por qué?
R. Lo que hemos visto a lo largo de estos años, y es un aprendizaje para cualquiera que quiera empezar, es que en muchas ocasiones los proyectos dirigidos por las órdenes religiosas (ya sean católicas, musulmanas, judías u ortodoxas), se sostienen en el tiempo porque su trabajo es muy vocacional.
P. ¿Cuándo caen en la cuenta de que sus donaciones creaban dependencia?
R. Hacia 2006, unos diez años después de empezar a donar. Crear relaciones de dependencia es completamente lo opuesto a lo que siempre habíamos querido conseguir con nuestra ayuda a los países en desarrollo. Buscábamos que los beneficiarios dejaran de serlo para que pudieran mejorar sus medios de vida, un empleo, un emprendimiento… Cuando comprendimos que los habíamos hecho dependientes de nuestras donaciones, empezamos a buscar otros modelos de generar desarrollo.
P. Y entonces empiezan a apostar por los microcréditos, ¿no?
R. Sí, empezamos a conocer fondos de microfinanzas americanos y suizos, y vimos que era ya un sector importante dentro del mundo financiero. Ya en 2006, el emprendedor bangladesí Muhammad Yunus ganó el Nobel de la Paz con su proyecto del Banco Grameen. Nosotros lo hicimos por nuestra cuenta en Tanzania, pero el resultado no fue muy bueno. Nos dimos cuenta de que en muchos pequeños pueblos de Ruanda, Tanzania y Kenia había ya un quiosco de microcréditos. No necesitaban más financiación.
P. ¿Cómo encontraron la alternativa del capital paciente?
R. Un día leímos en The Economist un artículo de Jacqueline Novogratz, fundadora de Acumen, un fondo de capital riesgo que financia proyectos generadores de cambio social. Jacqueline había sido consultora del Banco Mundial y de Unicef, pero como relata en su libro El suéter azul, tras abrir una panadería dirigida por mujeres ruandesas, advirtió que los pequeños negocios eran los que iban a producir el desarrollo. Por eso se enfocó en lo que ella llamó capital paciente, que consiste en hacer inversiones a muy largo plazo en países en desarrollo, sin esperar un rendimiento inmediato. Para nosotros fue esclarecedor. Así que contactamos a Jacqueline, fuimos a verla a Nueva York y desde 2010 hemos invertido un millón de euros en proyectos de Acumen. Es el caso de D.-ligth, una empresa africana de lámparas solares que llegó a visitar Obama.
P. ¿Puede contarme algún proyecto con el que se hayan involucrado en España?
R. Un proyecto que me encanta es “Apadrina un olivo”, una empresa social que en el caso de Oliete (Teruel) busca recuperar 100.000 olivos gracias a la colaboración de padrinos y comercializar aceite de oliva de calidad. En este pueblo ya ha generado 11 puestos de trabajo, contribuyendo así a solucionar el problema de la despoblación rural. Desde la fundación les hemos apoyado con una donación de 25.000 euros y un préstamo del mismo importe. Con nuestra inversión, les ayudamos a profundizar en su misión social y, si es necesario, a medir el impacto que han generado.
P. ¿Falta paciencia en la filantropía?
R. En muchas ocasiones se busca el resultado y la satisfacción a corto plazo, sobre todo si el donante ya tiene una cierta edad. Pero yo veo más bien las donaciones a fondo perdido necesarias para ayudar en emergencias. En nuestro caso, nos hemos centrado en utilizar la filantropía para realizar asistencias técnicas e inversiones en empresas con impacto social en fases tempranas de desarrollo. Y crecer y escalar en medio de la pobreza necesita mucha paciencia. Alargando los plazos, muchos de estos emprendimientos salen adelante. Cuando, por las difíciles circunstancias en las que este tipo de proyectos se desenvuelve, no conseguimos el resultado esperado, habremos realizado una donación que ha generado espíritu emprendedor, empleo, modelos de negocio y dignidad.
P. En 2020 lanzó Global Social Impact Investiments, una gestora especializada en fondos de inversión de impacto social. ¿Cuál es su principal propósito?
R. La idea es apoyar con capital privado a empresas cuyo fin sea generar un impacto social y medioambiental positivo y, al mismo tiempo, generar una rentabilidad atractiva para los inversores. En el caso de nuestra gestora, estamos centrados en invertir en empresas que contribuyen a la inclusión económica y social de los colectivos más vulnerables y demostrar que se puede conseguir rentabilidad a la vez que se ofrecen oportunidades a aquellas personas que por causas estructurales y sistémicas no han podido acceder a ellas.
P. ¿Se involucra personalmente en la recaudación de fondos de la gestora?
R. Sí, yo hago mucho la parte de comercialización. Ahora estamos en pleno proceso de fundraising y es una labor que tiene muchos altibajos emocionales, porque hay días que dices: “ya está, ya está”, y otros en los que se te va todo al garete.
P. A menudo asociamos la filantropía con las donaciones millonarias…
R. Cierto, y es una apreciación errónea. Los grandes filántropos de Estados Unidos donan miles de millones de dólares, pero cualquiera que dedique su tiempo y sus recursos a los demás, sin obtener nada a cambio, está haciendo filantropía. En España se donan 800 millones de euros al año, pero aún falta cultura filantrópica. Mucha gente piensa que esto es tarea del Estado o de la Iglesia, pero todos podemos hacer algo. Si tienes dinero, dalo, ponlo a trabajar, no lo uses solo para generar más riqueza.
P. Destinar 24 millones de euros del patrimonio familiar a proyectos altruistas no está al alcance de cualquiera. ¿Llevan vida de ricos?
R. Ah, pues no. Lo que sí tenemos es una casa grande en la que vivimos 11 personas a diario: Paco, yo, nuestros 5 hijos, mi madre con su cuidadora y dos empleados. Yo acabo de comprarme un Volkswagen Touran para llevar a los niños, después de 15 años con el coche antiguo. Intentamos tener un perfil muy bajo porque somos conscientes de que la vida puede dar muchas vueltas. En realidad, ser rico es necesitar muy poco. Cuanto menos necesitas, más rico eres.
P. Dígaselo a la gente que no llega a fin de mes…
R. ¿No tienes nada? Pues regala tu sonrisa, tu buen rollo, convierte tu sitio de trabajo en un espacio más agradable, preguntándole al de lado cómo está. Eso es filantropía, de verdad, y con muchísimo más valor de lo que puedo dar yo. Cuando no tienes nada, ni para ti, busca al otro: siempre hay alguien que necesita más.