La firma italiana Tombolini acaba de aterrizar en España. Su colección, casi completamente artesanal, mezcla la elegancia con el estilo ‘sport’.
En las instalaciones de la fábrica, unos 400 empleados trabajan casi de forma artesanal. En una amplia nave se almacenan centenares de trajes listos para su venta. Desde la gama más casual a la línea de sastrería a medida, todos son el resultado de la continua innovación de la firma en tejidos, colores y diseño a lo largo de 40 años. Cada pieza roza la perfección. Incluso hay algunos modelos, como los de la línea Zero Gravity, que apenas pesan 330 g. Todo un alarde de ingeniería textil.
Los comienzos
La empresa empezó llamándose Urbis (de Urbisaglia) cuando fue fundada en 1964 por Eugenio Tombolini, quien en los años 50 aprendió el arte de la confección junto a un sastre de la región. No tardó en producir su propia línea de sastrería masculina. «Además de modisto, mi padre fue un gran apasionado de la moda. Era elegante, con clase, amante del buen vestir italiano y del cuidado por cada detalle. Desde el principio intuyó que para conseguir la expansión de la empresa, la producción artesanal debía dejar paso a la industrial. Y tuvo claro que la innovación tecnológica era esencial para la renovación del negocio», explica su hija, que en 1987, con 24 años, comenzó a trabajar en el taller familiar tras el fallecimiento de su progenitor.
Dragón de San Jorge
En el amplio despacho de la presidenta de Tombolini hay lujosos libros de arte, grabados de pintura y un barco plateado con la inscripción ‘Siempre en la cresta de la ola’, regalo de los trabajadores. Pero, sin duda, el objeto más preciado para ella es la primera tijera que utilizó su padre. «Él diseñó este broche», dice mostrando un dragón de San Jorge (patrón de Urbisaglia) cuya cabeza tiene forma de tijera abierta. Dicho pasador, santo y seña de la marca, adorna todos los trajes, cuyos precios oscilan entre 600 y 800 €.
Tombolini nació en 1998 con una estrategia de producto renovada: si la precursora Urbis fabricaba para clientes como Cerruti, Franco Ferretti o Thierry Mugler, la nueva empezó compitiendo en el segmento del lujo con firmas como Ermenegildo Zegna, Canali o Corneliani. «Pensamos a lo grande, pero elaboramos en pequeño», aclara Fiorella.
Su marca bebe de varias fuentes: «De Nápoles toma la sastrería tradicional; de Florencia, la italianidad; y de Milán, la modernidad». En su opinión, cuatro décadas de experiencia dan a la casa una capacidad única para entender el gusto del hombre moderno. «Nos dirigimos a un hombre de negocios urbano, de 30 a 50 años, que sabe apreciar la calidad de nuestros materiales y busca la excelencia de la sastrería tradicional», dice en presencia de su hijo Silvio, al frente del departamento de Márketing.
En Madrid
Con una facturación de 25 millones de euros en 2010 -el 68% de las ventas, en Italia; el resto, en Europa-, la compañía está inmersa en un proceso de expansión internacional. Tras las aperturas en Praga y Milán, acaba de inaugurar su primera boutique en Madrid, en el palacete que ocupa el número 25 de la calle Serrano. «En ella hay gran variedad de modelos, incluido el ligerísimo Zero Gravity», explica la empresaria, muy satisfecha con la labor de sus socios en España (Angelo Berton, Jaime Pueche y César Sanz) y con el singular espacio de 200 m2 que consiguieron en la capital. Incluso le gusta que la boutique no esté situada a pie de calle, sino un poco más escondida, porque «Tombolini no debe aparecer de súbito, hay que descubrirlo», concluye.
Más info: www.tombolini.it