El taxista jubilado Pierre Morvan ha dedicado 40 años a estudiar estos insectos. Su colección supera los 100.000 ejemplares, y en sus expediciones por el mundo ha descubierto cientos de especies.
“Nada me proporciona más placer que coleccionar escarabajos”. Pierre Morvan, un taxista jubilado francés, ha hecho suya la frase de Charles Darwin: su colección de coleópteros supera los 100.000 ejemplares, y en sus 40 años de afición ha llegado a descubrir más de 600 especies, de entre las 350.000 descritas hasta el momento. Nacido hace 74 años en la pequeña localidad francesa de Redon (Bretaña francesa), este entomólogo aficionado ha realizado numerosas expediciones por todo el mundo en busca de lo que él llama “mis pequeños tesoros”. No en vano, algunos de sus carábidos –que miden entre 2 y 60 mm y a veces lucen vistosos colores– parecen auténticas joyas de orfebrería.
Famosos coleccionistas de escarabajos, como el escritor Vladimir Nabokov, el zoólogo Karl von Frisch (Premio Nobel en 1973) o el propio Darwin, envidiarían a buen seguro el valioso muestrario que, perfectamente etiquetado, Morvan guarda en su casa. “Me encantaría abrir un museo específico en Bretaña, pero tampoco sería mala idea que mis escarabajos estuvieran a buen recaudo en Suiza. Los suizos me dieron el Premio Rolex y, antes de casarme, con 22 años, siempre quise vivir en Suiza y nacionalizarme allí, porque rechazaba el colonialismo francés”.
Se le perdona la ausencia del Somaticus sanchezdragoi, un espécimen de Namibia descubierto por el entomólogo español Julio Ferrer y bautizado así en honor a Fernando Sánchez Dragó, que se hace llamar El Caballero del Escarabajo. “Yo adoro la cultura egipcia, y en Egipto es el animal sagrado que remata los templos”, explica Dragó. “Es un animal ecológico, que limpia y no molesta a nadie. No pica, no asusta ni hace daño. Pero también es un guerrero con antenas y coraza… Me siento muy identificado con él”.
Gracias a su pasión por los coleópteros, Pierre Morvan pudo cumplir un sueño de infancia: ser explorador en el Himalaya. Desde 1967, su afición le ha llevado a rastrear las montañas de Irán, el Cáucaso, el Himalaya (Nepal, Bután, Tíbet, China) y los Apalaches, en Estados Unidos. “La orografía y el clima influyen decisivamente en la morfología de cada especie”, asegura este ferviente darwinista. Atravesando valles profundos y escarpados cerros, acabó descubriendo cinco nuevos géneros y una nueva subfamilia de escarabajos, un logro notable para quien, durante 27 años, se ganó la vida recorriendo las calles de París en taxi.
Durante su infancia, abejas y avispas fueron sus primeras víctimas; los primeros insectos en probar sus alfileres. Hasta que, a los 14 años, tras quedarse huérfano de padre, empezó a estudiar horticultura en el Orfanato de Auteuil, una de cuyas ramas, parasitología agrícola, le puso en contacto con el universo de los insectos. “En todo el mundo hay 1.500.000 familias, y algunos científicos americanos estiman que aún quedan cinco millones por descubrir”. Había que escoger entre tanto bicho, y el flechazo con los escarabajos no tardó en surgir: su belleza, dice, radica “en su armoniosa forma y en su magnífico colorido”.
Lamentablemente, la maltrecha economía familiar –su madre se quedó sola al cargo de tres hijos– le obligó a colgar los estudios. “Primero trabajé de camarero y luego me hice taxista, porque me dejaba más tiempo libre para disfrutar de mi hobby”. En su maleta nunca faltaron un pico, un martillo, una aspiradora (para atrapar especímenes diminutos) y una red para cazar mariposas, como las gigantescas y coloridas Apolo que revolotean a 5.000 metros de altitud.
Rumbo al Himalaya
Gracias a sus ahorros pudo costearse su primer viaje al Cáucaso. “A mi regreso contacté con el Museo de Historia Natural de París y le dije al director del laboratorio de entomología que mi próximo destino sería el Himalaya. Él respondió que era una locura, pero viajé hasta allí y muchos profesionales siguieron mis pasos”. Dejar el camino expedito tuvo sus consecuencias: cuando pisó Nepal por primera vez, en 1971, sólo se conocían 20 especies de carábidos; hoy están catalogadas unas 5.000.
A lo largo de cuatro décadas ha realizado nueve grandes expediciones: seis a Nepal, una al Tíbet y dos a China. Las de Nepal podían durar 17 meses, durante los cuales caminaba de 3.000 a 8.000 km. No es extraño que a su mujer le diera pereza acompañarle. “Ella no era muy deportista”, dice Morvan, que es viudo y no tiene hijos. De haber tenido nietos, le sobrarían batallitas que contar: “Una vez, mientras levantaba la cepa de un árbol, en las montañas Apalaches, me encontré una serpiente cascabel. ¡No me mordió en la tripa de milagro! En otra ocasión, mientras dormía al raso en Nepal, noté algo en la cara. Era una tarántula. La espanté de un manotazo, pero me quedé con una de sus patas entre los labios”.
El Señor de los Escarabajos, que firma sus artículos científicos con su nombre en bretón (mab Morvan dremm), la antigua lengua celta de la Bretaña francesa, es un investigador autodidacta. “El Premio Rolex que me concedieron en 1987 es la única financiación que he recibido”, comenta el fundador de la revista Leoned Aziad (fauna de Asia, en bretón), con presencia en todos los museos especializados del mundo.
Con los 50.000 francos suizos del premio y el dinero obtenido por la venta de su taxi, en 1989 se jubiló para dedicarse a su gran pasión. Para entonces ya contaba con un gran prestigio en los círculos científicos. El Museo de Historia Natural de París, donde le llaman “el último bretón” por su patriotismo, le tentó para que se uniera a su equipo de investigación. “Querían que centrara mi investigación en el continente africano, donde se crearon grandes colecciones de insectos durante la época colonial, pero rechacé la oferta; no sólo porque soy anticolonialista, sino porque echaría de menos el Himalaya”.
Orgullo bretón
Provisto de lupa binocular (una especie de microscopio con dos objetivos) y unas gafas especiales para ver de cerca, el coleccionista galo diseca y clasifica sus pequeñas criaturas. En la última década ha ido afinando un revolucionario método de clasificación. “Hasta ahora, los entomólogos se fijaban en el esqueleto de los insectos, en el exterior, lo que ocasionaba muchos errores. Mi método está basado en el análisis de las bolsas de esperma de las hembras, un órgano interno que presenta peculiaridades en cada especie”. Y recuerda que tres compañeros suyos, incluido el profesional español Vicente Ortuño, trabajan con esa misma técnica, “mucho más exacta”. Si la comunidad científica aceptara este revolucionario método de catalogación, los museos deberían cambiar miles de etiquetas y emplear una nueva nomenclatura.
Una de las mayores satisfacciones de Pierre Morvan es bautizar una nueva especie con nombres evocadores de Bretaña. Así, hay un escarabajo llamado Carabus alanstivelli en deferencia a Alan Stivell, músico que contribuyó al resurgimiento de la música bretona.
La beetlemanía no es la única pasión del coleccionista: también toca la bombarde (un instrumento de viento) en Bagad Nominoë, un grupo de música folclórica de Redon. “Si ya no salgo de expedición es porque no puedo dejar tres meses sola a mi gatita”.