Inès de la Fressange

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Su chic francés cautivó al mismísimo Karl Lagerfeld, que la convirtió en su musa. Inès de la Fressange fue la primera modelo en firmar un contrato exclusivo con Chanel. Hoy brinda su personalísimo estilo a Roger Vivier como embajadora.

En una ocasión le preguntaron a la escritora Milena Busquets si temía que la tacharan de frívola y ella, que reconocía haber sido educada «de forma muy burguesa», contestó: «La ligereza es parte de la buena educación». Su frase acude a mi memoria mientras transcribo esta entrevista con Inès de la Fressange (Gassin, Var, Francia, 11 de agosto de 1957), que a sus increíbles 62 años sigue encarnando la quintaesencia del chic. Pero su ligereza no tiene nada que ver con la frivolidad, sino con esa actitud mundana y despreocupada de quien, siendo un icono de la moda y perteneciendo a la crème de París, se comporta como si nada le pesara. Elegante y nada convencional, es una mezcla de charme y desparpajo.

Conocida como «la maniquí que habla» por no morderse la lengua ante prejuicios machistas al comienzo de su carrera, en los 80 fue musa de creadores como Karl Lagerfeld, modelo exclusiva de Chanel y encarnación de la nueva Marianne (símbolo de la República francesa) para más tarde convertirse en diseñadora, consultora de moda, prescriptora de estilo y embajadora de Roger Vivier, la firma de lujo famosa por sus zapatos con hebilla de plata que ha venido a promocionar a Madrid.

Inès Marie Lætitia Églantine Isabelle de Seignard de La Fressange nació en el seno de una familia aristocrática. Su padre francés (André de Seignard, Marqués de La Fressange) fue corredor de bolsa y su madre argentina (Cecilia Sánchez Cirez), modelo de alta costura. Su abuela paterna, Simone Jacquinot, heredera de la fortuna bancaria de Lazard, era clienta habitual de modistos como Guy Laroche. Hasta los 20 años, Inès vivió con sus tres hermanos en Moulin des Dames, una mansión del siglo XVIII a 60 kilómetros de París. En mitad del campo y rodeada de artistas amigos de sus padres. A los 17 años, mientras estudiaba Historia del Arte en la Escuela del Louvre, se presentó a un casting animada por su novio. Con un físico de espárrago (1,81 cm), melena azabache, cejas pobladas y profundas ojeras, al principio no encajaba con el prototipo de «rubia surfera con dientes como teclas de piano». Pero su estilo conquistó a Lagerfeld y gracias al diseñador alemán fue la primera modelo en firmar un contrato exclusivo con Chanel, en 1983. Su amistad con el káiser continuó hasta el fallecimiento de este el pasado 19 de febrero. «Él odiaba los hospitales y no hubiera podido vivir disminuido. Tuvo que morir como Molière, sobre el escenario», dice en el hotel madrileño donde transcurre la entrevista. Entre pregunta y pregunta le da una calada a su cigarrillo eléctrico. Viste una camisa de hombre marca Sulka que le costó 10 euros en un mercadillo vintage, un pantalón japonés de cáñamo, un reloj clásico de caballero y unas sandalias Roger Vivier que le dan el contrapunto sofisticado. El mejor complemento, no obstante, es su luminosa sonrisa. Pura ligereza.

PREGUNTA. La profesión de modelo no se puede elegir: «A mí me la impusieron», afirma.

RESPUESTA. No basta con la vocación, te tienen que elegir. Hablo mucho con jóvenes aspirantes a modelo que sueñan con tener una vida fácil. Creen que van a ser admiradas por todos, que recibirán regalos y viajarán a islas paradisíacas en jet privados, pero no es del todo cierto. Yo les recomiendo que elijan una profesión creativa porque es más interesante y dura más. Aunque trabajen en una agencia de modelos, muchas veces tendrán que levantarse a las cinco de la mañana para una sesión de fotos en Düsseldorf, en vez de pasar 10 días al sol en San Bartolomé.

P. He leído que heredó la fotogenia de su madre…

R. Siento decepcionarle, pero no me considero nada fotogénica. Me muevo y hablo demasiado. Un día coincidí con Claudia Schiffer en un estreno de cine y nos hicieron muchas fotos. Yo aparecía en todas girándome a izquierda y derecha, poniendo morritos, mientras ella salía con su pequeña sonrisa, ¡divina!

P. ¿Su pedigrí aristocrático le abrió puertas?

R. ¡Esta pregunta hubiera sido imposible en Francia! Vosotros tenéis rey y nosotros desde hace siglos no [risas]. Ahora en serio… Cuando empecé a trabajar como modelo solo daba mi nombre de pila, Inès. Mi madre había trabajado para el diseñador Guy Laroche y mi abuela estaba entre sus mejores clientas, pero la primera vez que fui a verle no se lo dije porque tenía mi orgullo y quería que me contrataran por mí misma. En este trabajo no hay enchufes que valgan. De hecho, conocí a muchas chicas con nombres mucho más prestigiosos que el mío y no tuvieron éxito.

P. ¿Qué vio Karl Lagerfeld en usted para convertirla en su musa?

R. Cuando nos conocimos yo trabajaba para Chloé y Fendi. Un día le acompañé a un viaje por varias ciudades de Estados Unidos para promocionar un perfume; en mi maleta solo llevaba mi little black dress [vestido negro de cóctel] y muchas perlas y fulares, con lo que lucía un aspecto diferente cada noche. Además, me gustaba vestir pantalones anchos y blusas, como a Coco Chanel. La imagen de la marca se había quedada anticuada y él estaba buscando una mujer que simbolizara ese estilo en los 80. No hay que olvidar que en aquella época la maison no funcionaba bien. A las nuevas generaciones les parecerá increíble, pero cuando yo empecé a trabajar allí solo existía una tienda en el número 31 de Rue Cambon, la única.

P. Lo cierto es que en el Olimpo de la moda francesa de los 80 estaban Inès de la Fressange y Loulou de la Falaise, la musa de Yves Saint Laurent…

R. Curiosamente, a ambas nos consideraban parisinas sofisticadas, y eso que las dos veníamos del campo y llevábamos las uñas cortas y sin pintar. [Risas].

P. Su tándem con Lagerfeld se rompió cuando usted aceptó prestar su imagen a un busto de Marianne, símbolo de la República francesa. Esto provocó que Chanel cancelara su contrato en 1989.

R. En realidad el contrato lo rompí yo. Me sentí muy halagada cuando me designaron la Marianne de los 80, relevando a Brigitte Bardot y Catherine Deneuve. Gracias a esto me hice muy popular en Francia y en Chanel estaban encantados porque podían vender más perfumes, pero a Karl mi decisión no le gustó nada. Según él, Marianne era el símbolo de todo lo que es «aburrido, burgués y provinciano». Pero yo no soy una persona rencorosa, recuperamos la amistad.

P. En el desfile de «prêt-à-porter» primavera-verano 2019, ya enfermo de cáncer, el «káiser» le dio la mano y no se la soltó. ¿Cómo ha encajado la pérdida de su mentor?

R. Soy muy creyente, y para mí la muerte no es ninguna catástrofe. Él era una persona muy valiente, con coraje, y aunque estaba enfermo nunca hablaba de ello. Odiaba los hospitales y no hubiera podido vivir impedido, porque era una persona muy creativa. Tuvo que morir como Molière, sobre el escenario.

P. ¿Esas hondas convicciones religiosas le hicieron vivir de una forma especial el incendio que arrasó Notre Dame?

R. Fue un shock para todo el mundo, creyentes o no, porque la fe no necesita monumentos. Aparte de su significado religioso, Notre Dame es un testimonio del pasado. Para mucha gente esta catedral era un símbolo de lo inalterable, pero la lección tras el accidente es que nada es eterno.

P. ¿Le sorprendió que la industria de la moda, con François-Henri Pinault y Bernard Arnault a la cabeza, se volcara en la reconstrucción de la catedral?

R. No, porque la moda en general es muy generosa. En los 80, las grandes firmas fueron las primeras en ayudar a enfermos de sida con galas y obras de caridad, y en los 90 a las víctimas del genocidio de Ruanda.

P. Llegaron a definirla como «la modelo que habla». ¿Tan raro era que una maniquí expresara libremente sus opiniones?

R. En aquella época había muchos prejuicios machistas contra las modelos. La idea era que solo comían lechuga, chupaban cubitos de hielo y eran un poco tontas. Y por eso sorprendía tanto que alguien se expresara con un poco de sensatez.

P. ¿Apoya el movimiento «#MeToo» o, por el contrario, comparte las reivindicaciones de las intelectuales francesas que en una carta pública censuraron el puritanismo impuesto desde Hollywood?

R. A día de hoy aún hay muchos países donde se cometen abusos contra las mujeres, luego es imposible no estar a favor de esta causa. En Francia hay muchas mujeres que son maltratadas todavía, y por eso es importante abrir el diálogo. Creo que las mujeres francesas que firmaron aquel manifiesto están a favor de la igualdad y contra los abusos, pero a veces hay que ser un poco intransigente para hacerse escuchar.

P. ¿Cree que la «cuarta ola feminista» puede acabar con la seducción entre hombres y mujeres?

R. El problema es que sigue habiendo mujeres que ni siquiera son feministas, porque ellas mismas se ponen límites. En algunos países se las considera inferiores y no tienen los mismos derechos que sus maridos; esto es insoportable, pero aun así no podemos seguir manteniendo la imagen de una feminista masculina y agresiva. Lo que defiende el feminismo es la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.

P. Me cuesta preguntárselo, pero… ¿ha llegado a sufrir algún abuso de índole sexual a lo largo de su carrera?

R. Sí, Karl Lagerfeld me violó. ¡Exclusiva! [suelta una carcajada y celebramos la ocurrencia].

P. ¿Le enorgullece ser considerada la quintaesencia del «chic» francés?

R. Hoy mi chic no le interesa a nadie. Pero creo que hay mujeres que han crecido conmigo y para ellas es muy reconfortante ver que sigo aquí. En las revistas de moda las mujeres de 60 apenas están representadas. Casi ninguna tiene más de 30 años, a excepción de políticas como Angela Merkel o Cristine Lagarde. Es una pena, por eso me siento tan orgullosa de trabajar en la moda sin bótox y sin liftings.

P. Se reconoce cuando se ve, pero es un concepto difícil de definir…

R. Tiene que ver con la actitud, más que con la apariencia. Si quieres parecer rica nunca serás chic.

P. O sea, que no tiene nada que ver con el dinero.

R. Esa es la justicia de la moda. Hoy, una puede ser muy elegante sin gastarse mucho. Por eso me entusiasma trabajar para Uniqlo [el Zara japonés, firma para la que ha diseñado 14 colecciones]. Es posible hacer moda de calidad, elegante y no demasiado cara.

P. Ha comentado que el principal error que cometen las mujeres es el exceso (en maquillaje, en joyas, etc). ¿Y el de los hombres?

R. Ponerse calcetines cortos que dejan ver sus piernas cuando están sentados [risas]. No obstante, cuando un hombre es inteligente, culto y tiene sentido del humor, te olvidas de su ropa; con las mujeres esto no pasa tanto, y me parece un poco injusto. Para mi manual de estilo Los parisinos [publicado en 2018 tras el éxito de La parisina, que vendió un millón de ejemplares] conté con mi amigo Yves Coppens, el paleontólogo francés que descubrió a Lucy [la famosa Australopithecus africana]. A él le extrañó que le llamara, porque no estaba interesado en la moda. Pero te transmite su pasión de tal forma que eso le convierte en una persona elegante. Creo que es una buena lección.

P. En 2015, después de 16 años sin vender bajo su nombre, abrió de nuevo su tienda en el número 24 de Rue Grenelle. Creo que Brigitte Macron todavía no ha pisado su boutique…

R. Brigitte es una mujer excepcional; el único error es que aún no vista mi ropa.

P. Lleva 17 años como embajadora de Roger Vivier, firma de lujo conocida como «el Fabergé del calzado». ¿Su papel sigue siendo el de «payasa de la Corte», como afirmó hace años?

R. Es muy importante que en una empresa haya una persona que diga la verdad aunque moleste. Es un poco mi papel: ser el bufón de la Corte, decir las cosas libremente, como el coro en los dramas griegos.

P. Recientemente leí que «los tacones son el burka de la mujer occidental». ¿Qué opina al respecto la musa del zapato plano?

R. Tengo la impresión de que las mujeres visten burka porque se lo ordena su marido. Y que, por el contrario, se ponen los tacones porque quieren. Luego la metáfora no me parece muy acertada. A mí también me gustan los tacones, pero una nunca debería ponérselos para parecer más alta, sino porque combinan bien con su estilismo. Y desde luego estoy en contra del prejuicio según el cual las mujeres bajas no pueden llevar zapato plano.

P. Afirma que «las mujeres a los 60 son adolescentes con experiencia»…

R. ¿He dicho eso? ¡Qué graciosa soy!

P. ¿Es cierto que nunca ha recurrido al bótox?

R. De momento prefiero no usarlo, porque no quiero parecerme a un gato. ¡Prefiero ser un viejo Golden retriever!

P. ¿Con la edad se ha vuelto más conservadora o más excéntrica?

R. No me gustan la convenciones, pero sí las tradiciones. Y el lujo está relacionado con la tradición. Me gusta el savoir faire de los artesanos que trabajan con sus manos para crear cosas nuevas. Las convenciones burguesas me aburren, porque funcionan al margen de la creatividad. No soy revolucionaria, pero siempre estoy a favor de lo nuevo.

P. Tiene 62 y aparenta 40. ¿Cuestión de genética?

R. La genética puede ayudar, pero lo importante es llevar un estilo de vida saludable: zumos recién exprimidos por la mañana, más verdura, menos carne… Mucha gente sigue comiendo cuando no tiene hambre, solo por ansiedad. O se queda viendo Netflix hasta las tantas aunque al día siguiente tenga que madrugar, sin haber dormido lo suficiente. A mí no me gusta el deporte, pero camino siempre que puedo en vez de coger el coche.

P. Tras enviudar de su primer marido, Luigi d’Urso, tuvo que sacar adelante a sus dos hijas, Nine y Violette (25 y 19 años). ¿Es fácil convivir con dos «centennials» (generación de los nacidos entre 1994 y 2010 que se caracteriza por la irreverencia y la inmediatez)?

R. Mis hijas son muy educadas, cariñosas, inteligentes y cultivadas. Espera, que ahora te vas a desmayar [me enseña fotos de ambas a través de la pantalla del teléfono móvil]. ¿Que si es fácil convivir con ellas? ¡Doy gracias a Dios todos los días! [La mayor, Nine, ahijada de Carolina de Mónaco, estudió teatro y colaboró con la firma de moda Bottega Veneta].

P. ¿Cuál es su mayor satisfacción como madrina de la ONG Mécénat Chirurgie Cardiaque Enfant du Monde?

R. Es una asociación dedicada a apoyar a niños con malformaciones cardíacas y sin recursos para que puedan ser operados en Francia. Antes de coger el vuelo para Madrid, he vendido desayunos en la Plaza de París para recaudar fondos. Después de cada evento podemos operar a dos, cuatro o 10 niños. Si la notoriedad puede ayudar a gente desfavorecida, bienvenida sea.

P. ¿Que le gustaría ser de mayor?

R. Solo espero ser una abuela feliz y darles caprichos a mis nietos. Lo importante es que me quieran, aunque esté arrugada como una manzana seca.

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