Pijo hoy, pijo para sssssiempre
La crisis no se ha dejado caer, aún, por la España pija, que sigue ocupada en el qué me pongo, con quién ceno y dónde esquío. La buena salud del pijismo, cada vez más influyente en la sociedad, despierta odios pero, sobre todo, la envidia de quienes desearían alcanzar ese acomodado estilo de vida.
Por Juan C. Rodríguez y Ana Bretón; Fotografía de Chema Conesa
Tienen entre 16 y cada vez más años, estudian en centros privados, escriben sin apenas ortografía y rinden culto a media docena de marcas de ropa que –consideran– los identifican como pertenecientes a un clan de elegidos. Aunque criados en la era socialista, la España aznarista les dio caldo de cultivo y dimensión, y hoy, en plena crisis económica, siguen imperturbables en su burbuja de irreflexiva felicidad. Porque, en realidad, ellos, los pijos, están al margen de todo. Mejor dicho, por encima de todo. Podremos cambiar mil veces de signo político, pero ellos seguirán ahí, en el inalcanzable lugar de la gente bien. Unos mundos de Yuppie con mucha estética e ideología ligera.
El resto de las tribus juveniles los desprecia, al menos tanto como ellos admiran a los burgueses chic, a quienes envidian nivel cultural y poder adquisitivo. Si su hijo se adapta a este retrato robot, empiece a inquietarse porque tiene un pijo en casa.
«Todo está exactamente igual, los sitios siguen llenos de gente, nadie habla de la crisis, no existe como tema de conversación». Habla Jesús, 23 años, experto en ambientes pijos madrileños y ajeno por completo, como sus amigos, a la tormenta económica que nos está sacudiendo. «Mi vida no ha cambiado en absoluto, y dudo mucho que vaya a hacerlo a corto-medio plazo», añade. Los hijos de la clase acomodada no están preocupados. O, mejor dicho, tienen otras preocupaciones. Un tal Pablo pregunta: «¿Qué os parece la ropa de Tommy H.? A mi personalmente, no me gusta muxo, pero a mi hermana la encanta, q opinais vosotros?». Responde en la misma jerga a la trascendental cuestión Alvarito: «La ropa de tommy hilfiger a mí personalmente no me gusta nada. Es bastante absurda la idea que se haya puesto al nivel de hackett o de fumarel o de ralph lauren o de paul & shark. A mi hermana tb le encanta. Yo q me considero pijito, no tengo nada de tommy hilfiger. Espero que contesteis dandome vuestra opinión». Así lo hace con prontitud alguien que firma con el pseudónimo Anitru: «A mi parecer la ropa de tommy esta bien, pero creo k no se puede llegar a comparar con la de ralph ademas como se puso de moda entre los pijos y no llega a ser tan cara como ralph, fumarel y demas, los b-boys y demas comienzan a usarla, todo el mundo la tiene, asi k a mi personalmente …». Y ahí tercia Gon: «Pues a mi la verdad es que si que me gusta la ropa de Tommy, no creo que se pueda comparar con Ralph Lauren o Fumarel pero si que me gusta, no todo va a ser R.L. y Fumarel, no? hay que variar un poco».
Lo anterior, reproducido textualmente, es un intercambio de mensajes que fue publicado en uno de los foros de Moraleja.net, un rincón virtual para niños bien (aunque más específicamente dirigido a los afortunados habitantes del barrio pijo madrileño por excelencia) ideal para tomarle el pulso al pijismo y también, en terminología del artista David Farrán de Mora, al pijismo rhinestone (o quincallero), un fenómeno social surgido en España tras la llegada del PSOE al poder y que actualmente vive su plena efervescencia.
Si los antiguos niños pera se criaron entre las lorzas de la burguesía española más rancia, los actuales, que proliferan al calor del desahogo económico de una clase media acomodada pero no tanto, son hijos de una democracia homogeneizadora, donde para ser pijo ya no hay que ser hijo de, sino tan sólo, tener dinero para.
QUIÉNES SON. «Muy buenas!! soy una pija de logroño, y kom an dixo antes por aqui ay muy pocos y es desesperante, xo m alegra ver k kada dia ay mas…si kreis ablar, ya sbeis…1bsito mu fuerte». La necesidad de ubicación del nuevo contingente de niños bien se advierte de entrada por el hecho de que se reconozca como tal.
Mientras que a sus antecesores les molestaba sobremanera que les llamasen «pijos» y siempre han negado serlo, la nueva hornada rinde culto al término. Lo dejó bien claro Tamara Falcó al ser entrevistada por Ana Rosa Quintana en televisión y más adelante, en Vanitatis.com: «mi forma de hablar quizá sí sea un poco pija», aunque aclaraba: «no me gusta nada su definición [de «pijo»]en el diccionario. No me gusta identificarme con una persona que sólo tiene valores materiales».
Y es que los miembros más puristas del colectivo siguen creyendo que siempre hay otros que se merecen más que ellos el calificativo. Lo demostraba en conversación con esta periodista Flavia, vecina de La Moraleja: «Por una parte estaría la gente normal: encantadora, sencilla, inteligente… Se les podría llamar ‘pijitos’, siempre en el buen sentido de la palabra, puesto que al tener dinero les gusta comprarse ropa de marca, tener buenos coches, ir a sitios de moda… Por supuesto, suelen tener un interés alto por la cultura. Éste es el tipo de gente con la que me relaciono, gente normal que vive en un barrio residencial de gente adinerada». Por otra parte estaría lo que Flavia denomina «gente de palo», «los que van con el ‘o sea’ por delante, gente intelectualmente muy raspadita, que se mete todo tipo de mierdas en el cuerpo. A éstos ya se les puede llamar ‘pijos’». Vaya lío.
Contribuye a aclarar la cuestión Manuel Ramallal, que ha estudiado a las tribus urbbanas. Para él, lo que distingue a los nuevos pijos son: «sus consumos ostentosos; su forma de vestir entre lo elegante y lo hortera, donde prima la visibilidad de la marca como signo de un elevado estatus económico. Frente a ellos, los miembros más nobles de las clases acomodadas se presentan más preparados culturalmente y con un gusto más elegante y refinado respecto al que poseen los que ellos consideran como advenedizos. Los ahora denominados ‘nuevos pijos’ van siempre algunos pasos detrás de estas clases más privilegiadas económica y culturalmente, a las que nunca llegan a alcanzar por la tremenda capacidad de transformación sociológica que experimenta el gusto culto frente al inculto como seña de identidad».
De hecho, podríamos incluso hablar del pijo-héroe, ese modelo inalcanzable al que muchos nuevos ricos aspiran a parecerse. Si Jaime de Marichalar representa en España el súmmum del chic aristocrático, Alejandro Agag es el epítome del burgués chic, el pijo-héroe, el modelo. Agag, hombre discreto donde los haya, ha visto cómo, en las últimas semanas, su nombre se publicaba cada dos por tres en todos los periódicos por su amistad con algunos de los implicados en la trama de corruptelas que ha salpicado al PP.
De uno de sus principales protagonistas, Francisco Correa (testigo de la boda de Agag con Ana Aznar), escribía Lucía Méndez en El Mundo: «Su pinta lo delataba, con el pelo engominado y los rizos en la nuca. No era un pijo, ni mucho menos, pero sí quería ser uno de ellos y vivir como ellos, veranear en Marbella, navegar en yate, conducir un deportivo y casarse con una mujer rica. Todo ello lo consiguió, e incluso más». Todo, menos ser pijo-pijo, claro, porque eso no se aprende, se mama.
Susana Campuzano, directora del Programa Superior de Gestión de Empresas del Lujo del Instituto de Empresa y autora de El universo del lujo (McGraw Hill) cree que el auténtico pijo actual es, en realidad, un sujeto mayor de 30 años, una adaptación española del bobo norteamericano (bohemios y burgueses, según denominación del periodista David Brooks), gente que juega al pádel, va en Mini, utiliza camisetas de Custo y ropa hippiosa y ha cambiado Marbella por los viajes de aventura. Respecto a los adolescentes, explica, «no tienen gustos tan exquisitos, están muy mediatizados y utilizan marcas como Tommy [Hilfiger] que les prometen personalización e individualismo».
Dentro de la catalogación que el sociólogo y catedrático de la Universidad de Deusto Javier Elzo ha realizado de los jóvenes españoles (El silencio de los adolescentes, Ed. Temas de Hoy), los nuevos pijos estarían a medio camino entre el grupo de los institucionales ilustrados –afines a CiU o al PP, satisfechos de la vida, bien avenidos con sus padres, consumidores moderados de drogas, más religiosos que la media, confiados en las instituciones…– y el de los libredisfrutadores, gente de alto poder adquisitivo para quien lo esencial de la vida es andar por libre y pasarlo lo mejor posible. Para Elzo, «el pijo recoge del institucional ilustrado unos aires de marisabidillo y de pitagorín, máxime si adopta un look engominado y se viste con detalles arcaicos. Pero al manifestarse como pijo, adopta el desenfado del libredisfrutador y, si tiene dinero –lo que sucede con frecuencia–, puede tener comportamientos que le asemejan a él, por ejemplo, el consumo abusivo de alcohol y, sobre todo de ciertas drogas (cocaína, éxtasis…)».
También puede ocurrir que usted tenga un hijo pijo creyendo tener todo lo contrario. A lo largo de los últimos años se ha producido una diversificación que, según la muy particular visión de Ana M. Vigara –autora del capítulo Cultura y estilo de los «niños bien»: radiografía del lenguaje pijo que se incluye en el obra El lenguaje de los jóvenes, del catedrático Félix Rodríguez–, ha dado lugar a tres subgrupos: los pijos-pijos, los pijos malotes y los pijos alternativos o pseudogrunges. Los primeros serían la versión actualizada del pijo de toda la vida, los segundos vendrían a ser la sección pija de los fiesteros, y los últimos, los eco-pijos, esos chicos cuidadosamente descuidados que se declaran antisistema.
PALABRAS Y «PALABROS». «Que es que paso de ti, tío, o sea, que es que paso…, o sea… que yo no soy una guarriplás cualquiera…». Si algo ha quedado más que demostrado gracias a diversos estudios –como el exhaustivo de Ana M. Vigara– es la gran influencia de los pijos en el lenguaje. A su característica afectación debemos múltiples expresiones como «ideal de la muerte», «súper», «guachy», «cari», «finde», «te lo juro que te mueras», «mola mazo», «churri», «urba», «porfa»… que han acabado por infiltrarse en el habla coloquial general (la extendida utilización del prefijo «súper» es un ejemplo). Según Félix Rodríguez, «como cualquier grupo social juvenil, los pijos dejan sentir su influencia, y pienso que cada vez más creciente, en el lenguaje juvenil en general». Este lenguaje efímero y que el pijo suele reservar para las situaciones informales, lo ponen en circulación, según el experto, los más jóvenes del grupo, los adolescentes.
¿Es un drama tener un hijo pijo? Si le despluma porque se convierte repentinamente en un comprador compulsivo de polos Ralph Lauren a 90 euros cada uno (o de camisetas de Custo, a 80 cada una), le pasa unas facturas de móvil mensuales superiores a los 300 euros y le pide 500 euros para salir el sábado, tal vez deba reajustar su presupuesto. Pero, por lo demás, este tipo de adolescente cumple con muchos de los requisitos del hijo que todo progenitor de perfil conservador quisiera tener («soy hija ideal de la muerte», ilustra Flavia). Además, como explica Pipo, «soy pijo porque es como me han educado. Mis padres no podrían verme de otra forma. De hecho, seguro que me dirían algo si un buen día apareciese con un pendiente…».
El proverbial aspecto de formalidad y recato propio de los pijos convencionales, puede dar a los progenitores la impresión de que sus hijos están a salvo de las tentaciones propias del entorno adolescente. Pero no es así. Según el estudio Salir de marcha y consumo de drogas publicado por el Ministerio del Interior en el marco del Plan Nacional sobre Drogas, es precisamente el subgrupo de los pijos vinculado al consumo de cocaína. El estudio detectó, en Bilbao por ejemplo, la existencia de grupos de jóvenes de algo más de 17 años con buen poder adquisitivo y que sale todos los fines de semana, y que consumen «una considerable cantidad de cocaína, con o sin alcohol».
Ir de pijo por la vida también entraña el riesgo de caer mal, especialmente a los miembros de otros sectores juveniles. Ese sentir llega a convertirse en odio cerval por parte de los más radicales. Como muestra, la letra de una de las canciones del grupo musical Gigatrón: «Sufrirás, pijo, morirás. Potarás cuando te taladre con mi guitarra de flecha». Para Ramallal, «la ambivalencia con que las clases populares ven a los pijos hace que, por un lado, recelen de ellos al considerarlos traidores a su condición social media y, por otro, los vean con cierta envidia debido a su nueva capacidad económica».
Los pijos son rechazados por su consumismo, su afectación y su superficialidad, su actitud poco comprometida, su conservadurismo y su clasismo. Ellos, por su parte, creen que lo que despiertan es envidia por sus posibles. Lo explica Carlos, un chico de 18 años: «Los pijos tenemos un gran problema que es la envidia, el odio, el desagrado que generamos».
De ahí que Carlos se quejara amargamente en Moraleja.net de que en su barrio (El Soto de la Moraleja), los bakalas se dedicasen a atracar a pijos, a llevarse sus relojes, sus móviles y hasta sus bufandas, guantes y polos. Pipo, por su parte, cree que «ser pijo en ocasiones es bueno y en ocasiones malo, como todo en la vida. ¿Tú crees que somos diferentes porque nos guste el padel o vistamos de marca? Yo te aseguro que soy de lo que la gente llama ‘pijo’ y no me considero superior ni al heavy ni al bakala. Aunque es cierto que este tipo de gente normalmente es grosera y sin educación, ya que se meten con los pijos, pero casi nunca llega la sangre al río».
¿Que qué ha hecho usted para merecer un hijo así? Pues sencillamente eso: nada por evitarlo.
«Si eres pijo de cuna, siempre queda algo»
Según el filósofo Salvador Pániker, un enamorado de las niñas bien, “la mezcla de limitación intelectual y candor le da a la pija una extraña seguridad en sí misma”. A esta peculiaridad habría que añadir otros rasgos distintivos como la gangosidad fonética –estoy superfataaaal– y un sentido innato de la elegancia que se manifiesta en un look divina de la muerte. Consciente del estereotipo, en un primer momento Olivia de Borbón von Handerberg (Londres, 1974) rehusó amablemente aparecer en Magazine representando a los nuevos pijos. “Creo que no soy la persona que estás buscando. Mis amigos me llaman ‘la princesita macarra’; incluso paro a los taxis con un silbido”, se excusó la hija primogénita de los duques de Sevilla, Francisco de Paula de Borbón –primo segundo del Rey– y Beatriz von Handenberg. Pero lo dijo con la boca pequeña, y al segundo intento accedió a reencarnarse en dos tipos de pija: la tradicional y la alternativa. Probablemente, esta “modelo de la nobleza española”, empresaria de moda, ex concursante de tv y actriz vocacional esté a caballo entre ambos registros. Tantas ocupaciones le impidieron acabar Empresariales y Bellas Artes.
Aunque su paso por el reality show La Granja le dio cierta notoriedad, nadie parece reconocerla cuando entra en la cafetería donde hemos quedado, en el madrileño barrio de Chamberí. Acude a la cita en plan superfataaal, moqueando por culpa de un resfriado, con el pelo empapado (acaba de practicar spinning en un exclusivo gimnasio) y envuelta en uno de esos abrigos impermeables que recuerdan a un saco de dormir. Había pensado saludarla con un “o sea, te veo esssstupenda”, pero me lo callo. El resto de su vestuario oscila entre lo pijo-punk y lo bo-bo (bohemio-burgués): pantalones de Mango, pañuelo de estilo palestino, llavero con una corona real y una cruz de color negro, pulseras solidarias, deportivas All Star negras estampadas con una calavera… Pija, pero no tanto, en su muñeca lleva tatuada una flor de lis (símbolo borbón).
Actual pareja del torero Sebastián Palomo Linares junior –“él es mucho más pijo que yo”–, Olivia pide un té para entrar en calor y, antes de la entrevista, accede a responder a un test pijo que circula por Internet. ¿Resultado? Un 39% de pijismo. “Quizá soy más pija de lo que pienso y menos pija de lo que la gente cree”, reconocerá con un tono de voz candoroso y algo infantil, en la frontera de lo gangoso.
P. Olivia Enriqueta María Josefa de Borbón von Handerberg… O sssea, tu nombre es como superpijo, ¿saes?
R. Sí, suena pijo, pero yo soy Olivia a secas. Enriqueta y María Josefa eran los nombres de mis dos abuelas.
P. ¿De qué forma te ha condicionado apellidarte Borbón?
R. A veces la gente te prejuzga por ello, y a mí eso me molesta muuuuucho. Se creen que soy una niña de papá, que me sobra el dinero y que no tengo que trabajar. Y no se dan cuenta de que la vida no es fácil para nadie, y menos en estos momentos.
P. ¿El pijo nace o se hace? ¿Llevas el pijerío en la sangre?
R. Supongo que si lo eres de cuna siempre queda algo, pero creo que también puede hacerse. En mi familia, ninguno de los tres hermanos lo somos.
P. Supongo que por tus venas corre sangre rojigualda, ¿no?
R. ¿Rojigualda? ¿Qué es eso?
P. Me refiero a los colores de la bandera española…
R. ¡Qué paleta soy! Pues no. Yo soy patriota, pero me considero ciudadana del mundo.
P. El Diccionario de argot de Julia Sanmartín define la palabra pijo como “persona cursi y con recursos económicos”.
R. Yo soy más bien macarrilla, aunque haya tenido una educación del más alto nivel. ¿Con recursos económicos? Los que me proporciona mi trabajo. Bueno, a veces tengo que pedir dinero a mis padres a fin de mes, como todos los jóvenes, creo.
P. Ejem… ¿Te criaste en un lugar llamado Pijolandia?
R. Sí, la mía fue una infancia entre algodones. Mis hermanos y yo celebrábamos nuestros cumpleaños en el Club Hípico y esas cosas, con vestiditos hechos a medida. En realidad sigo siendo un poco niña: todavía duermo con James, mi osito de peluche.
P. ¿Tuviste nani?
R. Hemos tenido seño toda la vida. La que nos cuidó de niños se llamaba Pilar. Luego, toda la familia nos trasladamos a Miami (EEUU), cuando mi padre montó el Miami National Bank. Hasta que mis padres se divorciaron y yo, con 12 años, regresé a España con mi padre. A partir de entonces, se encargó de mí una nani filipina, Carmencita. La adoro.
P. Mucha educación de alto nivel y mucho internado suizo, pero tu trayectoria como estudiante ha sido errática…
R. Mi adaptación a los colegios privados españoles [el Santa María de Rosales y el St. Ann’s School] no fue fácil. En el St. Ann’s se reían de mí porque hablaba con acento americano; tuve que aprender a hablar inglés con acento español, a vestir jerseys con hombreras y a calzar zapatos del 38 como la mayoría de mis compañeras, aunque yo tenía un 36. Quería ser como las demás, pero nunca lo lograba del todo. Como mi padre viajaba mucho entonces, yo hacía muchas pellas, hasta que me expulsaron. Por suerte, a los 16 años me mandaron a un internado suizo, el St. George’s School. Todas veníamos de buenas familias, pero me junté con las más gamberras… y al año siguiente me invitaron a no volver.
P. Porfaplís, júrame que nunca juraste por Snoopy y ahora no juras por Dolce (y Gabbana), que tus mejores amigos no se llaman Coco, Piluca o Borjamari y que Tomy Hilfiger nunca fue tu gurú espiritual…
R. Yo he jurado por Snoppy en el cole, pero en plan de risa; te aseguro que por Dolce no he jurado en la vida, ni por la cobertura de mi móvil. En mi agenda probablemente habrá algún Borja. Y en cuanto a mi gurú particular, durante un buen tiempo lo fueron Jim Morrison [The Doors] y Robert Smith [The Cure].
P. ¿Qué distingue a un verdadero pijo de un pseudopijo?
R. El pijo de quiero y no puedo exhibe un montón de marcas y habla continuamente de lo que tiene. Si has disfrutado de ciertos bienes materiales toda la vida no necesitas hacer ostentación de ello. Y luego está ese acento de huevo en la boca que a mí, en el fondo, me hace mucha gracia.
P. Has dicho: “Yo sé que soy muy buena actriz, pero mi apellido me cierra puertas”.
R. Sí, es muy puñetero darte continuamente contra una pared. Mi vocación, desde muy niña, es ser actriz. Pero como en España no me daban la oportunidad me fui a Nueva York y estudié durante dos años en el Actor’s Studio. Me pagaba las clases con lo que ganaba por los desfiles de moda.
P. ¿Qué tienes de Paris Hilton?
R. Tengo tres perros, pero no son chihuaha, son carlinos. Y no me importaría tener su cuenta corriente. La conocí una vez en Nueva York, desfilando para el mismo diseñador. Supongo que, en realidad, no es tan frívola como aparenta. Ha conseguido su propio mini imperio, y para eso tienes que tener más de dos dedos de frente.
P. Leí que el perro carlino “fue creado para ser mascota sin ningún objetivo de trabajo”… ¿En qué te pareces a tus perros?
R. Bueno, también se les conoce como los perros de la sabiduría… Te aseguro que yo no paro de trabajar. Desde hace dos años dirijo, junto a mi socia Ximena Topolansky, el estudio de moda y estilismo ByT Factory. Diseñamos y producimos para otros; desde un spa a una camiseta de promoción pasando por un uniforme de un hotel.
P. Llevas casi dos años saliendo con Sebastián Palomo Linares. ¿La pija es el mejor complemento del torero (o viceversa)?
R. Pues no lo sé, es el primer torero con el que salgo, y no soy nada taurina. Sebastián es un torero atípico: empezó en los toros después de terminar dos carreras, Empresariales y Derecho. Sinceramente, él es mucho más pijo que yo.
R. ¿Cómo te imaginas tu boda?
R. De momento no pensamos en ello, aunque a esta edad me imaginaba casada y con tres niños, como casi todas mis amigas. Si se diera el caso, haría dos ceremonias: una tradicional, vestida de princesita, y otra más canalla, en Las Vegas.
P. Tu madre es una gran coleccionista de ranas. Me pregunto si tú eres la Borbón pija que salió rana…
R. Sí, me siento muy identificada con esa frase.
LOS MÁS MEGAPIJOSSSS
1. Tamara Falcó.
Hija de Isabel Preysler y el marqués de Griñón. 27 años. Presume de bolso Hermès (regalo de su novio estas navidades).
2. Ana Boyer.
Hija de la Preysler y Boyer. 20 años. Dicen que a su padre no le gustaba verla en las revistas. Ya ha hecho posados.
3. Álvaro Muñoz Escassi.
Jinete. Tiene un hijo con Lara Dibildos. Mujeriego. Vividor. Tiene problemas con la fidelidad.
4. Rafael Medina.
Duque de Feria, hijo de Naty Abascal. 30 años. Empresario. Clásico. ¡Que sería de él sin su blazer azul marino!
5. Colate.
Marido de Paulina Rubio. 36 años. Fiel a su peinado del colegio (y a vestir camisas blancas de cuellos enormes).
6. Alejandro Agag.
Empresario. Casado con Ana Aznar. 38 años. Curtido en el Partido Popular Europeo. Pijo de los de toda la vida.
7. Gigi Sarasola.
Empresario. 42 años. Se llama Fernando pero, como su amigo Colate, se aferra a su sobrenombre de la pandi.
8. Carla Goyanes.
27 años. Buena estudiante, mejor hija… Falla al elegir novio (la que lió con Fran Rivera). Es de las que mueven el pelo.
9. Kitín Muñoz.
Aventurero. 50 años. Casado con Kalina de Bulgaria. Primer ejemplar patrio de bobo (pijo con rollo bohemio).
10. Simoneta Gómez-Acebo.
40 años. Discreta. Sobrina real. Pijismo genético. Ni rastro de gangosidad fonética.