RECUERDOS DE ‘A FLOR DE PIEL

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La cicatriz que cambió sus vidas

Hasta el diseñador David Delfín las encuentra estéticas. Hay suturas que marcan un positivo punto de inflexión en la vida. Aunque evocan horas de quirófano y trances dolorosos, los protagonistas de este reportaje se desnudan sin pudor para enseñar sus cicatrices y confesar cómo les han cambiado. Historias desgarradas… con final feliz.

Por Juan Carlos Rodríguez; Fotografías de Luis de las Alas

 

Todos compartimos la misma cicatriz de nacimiento: el ombligo no es sino el vestigio resultante de cortar el cordón umbilical. A lo largo de nuestra vida, quien más y quien menos sufrirá alguna pequeña o gran herida. Poco a poco, de forma natural y mediante la acción del colágeno, nuestro organismo regenera ese tejido epitelial desgarrado, pero el rastro queda grabado en la piel. Las cicatrices suelen ser resultado de lesiones, infecciones, cirugía o inflamación de tejido. Pueden ser lineales o abultadas. Producto de una cesárea, de una quemadura o de un accidente de carretera. En cualquier caso, su aspecto final dependerá del tipo de lesión, la dirección de la herida, el tipo de piel o la edad de cada persona. Algunas de estas costuras son insignificantes, pero otras dejan una marca indeleble. Como las que lucen los seis protagonistas de este reportaje: un torero tatuado a cornadas, un escritor operado a corazón abierto, un brigadista internacional con una bala alojada en su rodilla, una periodista operada de cáncer de pecho, un campeón del Rally París-Dakar y un superviviente del 11-M. Orgullosos de sus señales de guerra, nos dejaron rascar las cicatrices que marcaron su vida.

PEPÍN LIRIA. 38 años. Torero. Cicatrices por cornada de toro.

El pasado 12 de octubre, Pepín Liria se encerró con seis toros en la plaza de La Condomina (Murcia), cortando ocho orejas y un rabo. Especialista en corridas duras, el diestro murciano (Cehegín, 1970) abandonaba su profesión tras 15 temporadas, 700 festejos y un sinfín de cicatrices. Para mostrarlas, no duda en quedarse en calzoncillos, dejando a la vista su astillada figura de ecce homo. Si en lugar de montera llevara corona de espinas, cabría pensar que se ha escapado de un vía crucis. «Sólo en los testículos tengo ya cinco cornadas», asegura. La última embestida en la zona genital tuvo lugar el pasado 2007 en su ciudad natal: la brecha va desde el escroto hasta la base del pene. «Es la que recuerdo con más dolor, quizá por ser la más fresca».

AL FILO. Ha estado entre la vida y la muerte en varias ocasiones. En 1988, por ejemplo, toreando una corrida en Santander, un vitorino llamado Pocapena le empitonó el muslo izquierdo, perforándole la femoral. La costura es tan profunda que se le marca a través de sus pantalones vaqueros. Pero, sin duda, la temporada 2004 fue la más pródiga en corridas graves. Tres profundos jirones dan fe de ello: en Madrid fue corneado en un muslo; en Pamplona, el asta se introdujo seis cm en el brazo derecho, afectó a la vena cefálica y le desgarró el bíceps, produciéndole una grave hemorragia; y en Valdepeñas, en Jaén, el pitón penetró 10 cm en la axila derecha.

Desde la cara hasta los talones, el maestro no tiene un trozo de piel sin tatuar. ¿Tremendista? «Un buen día triunfé en Madrid con una corrida de las que llaman duras, y eso ha marcado mi trayectoria profesional. He tenido que desempeñar ese papel, pero nunca quise que me encasillaran», se defiende Liria, para quien las cicatrices «son el tributo que tienes que pagar para conseguir el éxito en la plaza; un tributo que yo he pagado con creces». Dice sentirse «muy orgulloso» de estas señales, «porque la cicatriz va ligada a la profesión del torero: quien no las tiene parece que se ha arrimado poco». Casado y con dos hijas, siempre le ha preocupado el sufrimiento que sus cornadas han generado en los suyos. Retirado de los ruedos, ahora dedica su tiempo a negocios ganaderos e inmobiliarios en Murcia.

JUAN JOSÉ BENÍTEZ. 66 años. Escritor. Cicatriz por cirugía cardíaca como consecuencia de su adicción al tabaco.

«Las cicatrices son un toque de atención, como los semáforos en rojo. Sirven para recordar qué estás haciendo en este mundo, quién eres, y que esta vida no es para siempre, que todo se acaba». Palabra del escritor navarro J. J. Benítez (Pamplona, 1946), famoso por su saga literaria Caballo de Troya y sus investigaciones sobre el fenómeno ovni. La línea vertical que atraviesa su cuerpo desde el cuello hasta el pecho (la secuela de una operación a corazón abierto que sufrió hace seis años) prueba que él no es ningún extraterrestre. «Me abrieron el pecho y me hicieron dos bypass. Tuve el corazón fuera 78 minutos». Su adicción al tabaco –fumaba tres paquetes de Ducados al día– casi acaba con su vida.

DORMIR, MORIR… Todo ocurrió en 2002, cuando preparaba la serie de televisión Planeta encantado. «Por entonces sufrí una serie de anginas de pecho. No dije absolutamente nada para no entorpecer el trabajo, pero en la postproducción la cosa se complicó y tuvieron que hacerme un cateterismo. Con tan mal fortuna que el plástico del catéter me cortó las arterias y tuve un a hemorragia interna. Me estaba durmiendo, pero en realidad me estaba muriendo. Yo ahora sé que morir es dormir», relata J. J. Benítez, quien tras la operación, casi a modo de terapia, escribió Cartas a un idiota (Ed. Planeta). «Empecé a reconsiderar mi vida. Te das cuenta de que has estado muy cerca de la muerte y de que te han dado una segunda oportunidad. Ahora doy mucha más importancia a las pequeñas cosas», afirma, mientras mira embelesado cómo resbalan, sin rumbo, unas gotas de agua.

¿Qué relación mantiene con su cicatriz? «No nos hablamos. La veo, pero es como si no existiera. Por el contrario, mi mujer la ve y recuerda la angustia que pasó cuando me buscó por todo el hospital y no me encontró. Nunca le perdonaré que fuera a buscarme a la morgue».

UNIVERSIO LIPIZ. 90 años. Brigadista internacional. Cicatriz por impacto de bala.

«La bala entró por aquí y se alojó en la rodilla», indica con sus manos temblorosas el cubano Universo Lipiz, uno de los 35.000 brigadistas internacionales que participaron en la Guerra Civil española. Lucidísimo a sus 90 años, Lipiz fue uno de los integrantes del Batallón Español de la XV Brigada, también llamado «Batallón Cubano» por los numerosos miembros de esa nacionalidad. Dentro de la articulación de su rodilla un proyectil lleva 72 años.

COLUMNA DURRUTI. Hijo de un zapatero anarquista y de una madre libertaria, toda su familia fue expulsada de Cuba en 1932. En Barcelona trabó amistad con el sindicalista Durruti, en cuya famosa columna se integraría Lipiz. La historia de su cicatriz se remonta al 19 de julio del 36, cuando los fascistas entraron en Barcelona. Universo, 18 años, salió junto a un grupo de anarquistas para hacerles frente en las calles: su padre le entregó un arma. «Con esta pistola soñé toda mi vida defender los ideales. No me gustaría arrepentirme de habértela dado», le dijo. Por el camino, el chaval cayó al suelo por un disparo: «Noté como si hubiera pisado un charco». Despertó en el Hospital Clínico, donde un cirujano trató sin éxito extraerle la bala perdida. Y ahí sigue. «La herida pica y a veces duele», confiesa.

¿Qué siente, 70 años después, al ver su cicatriz? «El orgullo y la satisfacción de haber defendido una posición ideológica en la que aún creo», se emociona este ex combatiente que el pasado octubre fue condecorado, con motivo del 70 aniversario de la despedida de los brigadistas, en Barcelona. Estuvo en tres campos de concentración… y la guerra frustró su primer amor, al que todavía no ha olvidado.

NANI ROMA. 36 años. Piloto de carreras. Cicatriz por accidente en competición.

En la aventura del París-Dakar muchos participantes se pierden en la inmensidad del desierto, quedan atrapados en la arena… y muerden el polvo. Joan Nani Roma (Folguereroles, Barcelona, 1972), primer piloto español en ganar el mítico rally africano, en 2004, asocia la cicatriz de su mano derecha «con el fracaso profesional, porque significa una carrera perdida». Esa muesca junto al dedo pulgar le retrotrae a 1999, en concreto a la etapa entre Tan-Tan (Marruecos) y Atar (Mauritania). «Llevábamos siete etapas recorridas y yo iba el primer. De repente, mi moto chocó contra una piedra y caí al suelo. No iba a más de 60 km/h, pero me rompí el hueso de la mano. Supongo que gracias a la adrenalina pude recorrer los 60 km hasta la meta. Cuando llegué a Atar, los médicos no me dejaron seguir», evoca. En la Clínica Dexeus de Barcelona le estaba esperando el cirujano Xavier Mir, que le colocó una placa con cinco tornillos. «Todavía la llevo dentro».

GAJES DE LA MOTO. El corredor muestra otras dos hendiduras: una en su mano derecha, correspondiente a su caída en el Rally de Dubai de 2003, y la que luce en su muñeca izquierda, consecuencia del accidente que sufrió en el París-Dakar de 2007, ya como piloto de coches. «Estas cicatrices me transportan a un momento determinado. En mi caso, las asocio con momentos frustrantes y desafortunados, porque implican el abandono tras una dura preparación. Pero son gajes del oficio, las llevo con orgullo. Además, te recuerdan que de los fracasos también se aprende». Corredor inquebrantable, terminó en la décima posición en coches en el Dakar 2009, disputado en Chile y Argentina.

ANTONIO ROMERO. 50 años. Ebanista. Víctima del 11-M. Cicatriz por atentado terrorista.

11 de marzo de 2004. Antonio Romero, ebanista de profesión, viaja en el tren Fuenlabrada-Atocha junto a su compañero. Hoy tienen un encargo en el centro de Madrid. Hacia las 7:45 de la mañana, cuando se disponen a hacer un trasbordo en la estación de Atocha, una potente bomba estalla en su vagón. «Cuando recobré el conocimiento, lo primero que pensé es que había tocado un cable de alta tensión. Empecé a pedir auxilio, pero nadie más lo hacía. Luego comencé a ver a gente sin cabeza. Al mes de estar en el hospital, me enteré de que mi compañero había muerto en el acto», recuerda esta víctima de l 11-M.

SECUELAS. Cinco años después del atentado, Antonio, de 50 años y padre de dos hijas, conserva las profundas cicatrices que la metralla –y las posteriores operaciones quirúrgicas– dejó por todo su cuerpo, sobre todo en piernas, brazos y cadera.

Se remanga el pantalón. Una costura de unos 40 cm recorre la pierna izquierda desde la rodilla hasta el tobillo. Para salvarle la extremidad, rotura de tibia y peroné, hubo que injertarle piel y vena del antebrazo, visiblemente rebanado. La operación –una de las cinco que ha sufrido– duró 12 horas. En el brazo izquierdo, otra cicatriz se extiende desde el bíceps hasta la muñeca. «Pasé dos años en silla de ruedas; fue un triunfo andar con muletas», dice animado pero aún renqueante. Tras la rehabilitación y el tratamiento («mi mujer se convirtió en mi enfermera»), quedan otras secuelas. «Los recuerdos no cicatrizan nunca. Ahora no puedo ver imágenes de explosiones ni en el cine; voy con miedo por la calle; desconfío de la gente con rasgos árabes… No he vuelto a pisar el metro».

CARMEN FERNÁNDEZ. 50 años. Cicatriz por cirugía de cáncer de pecho.

Con una leve sonrisa, Carmen Fernández afirma rotunda: «Para mí, esta cicatriz es una señal de guerra. De momento gano yo», alude a la sutura de 25 cm que nace en su pecho izquierdo y llega hasta su costado. En julio de 2000, esta periodista de 50 años tuvo «un ligero presentimiento» y decidió hacerse una ecografía. Le diagnosticaron un tumor en el pecho («en ese momento sabes que puedes palmar») y en agosto le extirparon una mama y los ganglios de la axila. «La reconstrucción de esos tejidos es lo que ocasiona la cicatriz», explica su cirujano, Ángel Juárez, de la Clínica La Zarzuela, en Madrid, que describe la costura de su paciente como «lineal y de amplia en extensión, pero con buen aspecto en cuanto forma y grosor. No es fea, porque no se aprecian los puntos desde fuera».

TRAUMAS. Carmen sabe que «algunas mujeres son incapaces de ligar o de tener relaciones sexuales aún siendo muy jóvenes. Un cáncer de útero no se ve. Pero si te quitan el pecho no vuelves a ser la de antes». Aún recuerda los ánimos de su amiga antes de entrar en quirófano: «¡Qué envidia, vas a tener las tetas nuevas!». Y lo cierto es que salió muy satisfecha del resultado. «Lo mío fue menos traumático, porque en la misma operación me hicieron la reconstrucción. Incluso me arreglaron el pecho sano para igualarlo con el reconstruido». Aunque la Seguridad Social cubre la reparación estética, algunas mujeres, sobre todo las más mayores, evitan pasar por el trance. «Yo aconsejo que se hagan la reconstrucción; es importante para tu autoestima, para verte bien. La cirugía plástica puede solucionar futuros complejos».

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