Ha paseado su arte por los mejores escenarios en 4.000 representaciones y es la bailaora que más veces ha actuado en el Teatro de los Campos Elíseos. Bebe de la tradición pero busca el riesgo para sentirse viva. «No se trata de machacar el escenario con el taconeo, sino de acariciarlo», asegura.
Si el taconeo fuera una modalidad olímpica, Sara Baras (Cádiz, 25 de abril de 1971) ya se habría colgado varias medallas de oro. Como dijo el crítico Neguero, la bailaora y coreógrafa gaditana «es una atleta que a los pies le saca raíces cuadradas». Uno entiende la hipérbole tras asistir a su nuevo espectáculo, Sombras, con el que celebra los 20 años de su compañía enfundada en vaporosas telas que la hacen volar. Baras gira sobre sí misma componiendo figuras de gran belleza y plasticidad, y por momentos su arte flamenco parece hermanarse con la danza mística de los derviches. Al final de su actuación, después de haberse entregado en cuerpo y alma durante casi dos horas, la artista se marca una antológica carretilla. Mientras cabalga sobre sus tacones de un extremo a otro del escenario, arrebujándose el vestido hasta las rodillas, va dejando tras de sí un estrépito de ametralladora. No extraña que hace años dejara boquiabierto al mismísimo Rostropóvich, cuando el genial violonchelista ruso la escuchó taconear en su camerino. «A estas alturas de vida, hoy acabo de descubrir un nuevo instrumento musical «le dijo mientras ella ensayaba un martinete. «Casi me da algo». Desde entonces, además de bailar, hace música con los pies.
Trayectoria
Al frente del Ballet Flamenco Sara Baras desde 1998, a lo largo de estas dos décadas ha puesto en marcha 13 espectáculos (unas 4.000 representaciones), paseando su arte por los mejores escenarios del mundo: desde el Teatro Real de Madrid al City Center de Nueva York pasando por el Théâtre des Champs Elysées de París, donde es la artista que más veces ha actuado. Admiradora de Carmen Amaya, Paco de Lucía y Camarón, su arte bebe de la tradición, pero siempre ha buscado el riesgo para sentirse viva. Aunque sabe mover un traje de cola, ella prefiere bailar una farruca vestida con pantalones. Ya en su primer espectáculo incorporó este baile masculino por antonomasia, sobrio y elegante, al repertorio de mujer. Y vuelve a ensalzarlo 20 años después.
Interpretaciones
Sin alardear de feminista, la bailaora de nombre palíndromo –Sara Baras se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda- ha encarnado a mujeres heroicas de España, como Carmen, Juana la Loca o Mariana Pineda, personaje que le valió el Premio Nacional de Danza 2012. «La danza clásica aporta al flamenco», afirma en el camerino del Centro de Artes Escénicas y de la Música (CAEM) de Salamanca. La tarde se ha nublado, pero en sus ojos verdes se refleja la luz de Cádiz. «Chabela Vargas me dijo que uno vuelve siempre a aquellos lugares donde amó la vida», recuerda Sara, a quien la maternidad (tiene un niño de siete años) ha dado a su baile «un aire más hondo y pausado».
Saber Esperar
Hija de un coronel de infantería de Marina y de una bailaora que montó la primera escuela de baile flamenco de San Fernando, Sara Pereyra Baras se educó junto a sus hermanos entre el rigor militar y la chispa gaditana. La niña no tardó en apuntar maneras. Con 10 años ya amenizaba las cenas de gala que daban los superiores de su padre. Poco después, como integrante del grupo Los Niños de la Tertulia Flamenca, empezó a recorrer los festivales de flamenco de Andalucía.
La chiquilla deseaba bailar sola, pero su madre se lo impidió: «Una niña tiene que saber esperar y no acaparar protagonismo». Hasta que a los 17 años le soltó las riendas y la joven debutó en su ciudad natal. Tras foguearse en la compañía de Manuel Morao ganó el concurso de TVE Gente Joven y empezó a colaborar con figuras del flamenco, como Camarón, Enrique Morente o Antonio Canales. Al tiempo, su popularidad subía como la espuma. La más mediática de las bailaoras españolas ha desfilado para Montesinos y Amaya Arzuaga; le hicieron una Barbie a su imagen y semejanza; fue burbuja Freixenet; Correos le dedicó un sello y en breve tendrá su escultura en el Museo de Cera de Madrid. Mientras aprovecha su fama para apoyar diferentes causas sociales (es madrina de la asociación Mi princesa Rett), promociona la imagen de nuestro país en el exterior como embajadora honorífica de Marca España.
P. Falta una hora para que suba el telón… ¿Sigue cepillándose los dientes antes de actuar?
R.Sí, lo hago justo antes de salir para entrar con la boca fresquita. No soy nada supersticiosa ni maniática, pero con el tiempo me he dado cuenta de que tengo otro tic antes de pisar el escenario: me desabrocho la hebilla del zapato y vuelvo a ajustármela de nuevo. Supongo que eso me da seguridad.
P.Han transcurrido dos décadas desde que debutó con su compañía en el Auditorio de Murcia, con el espectáculo «Sensaciones». ¿Se imaginaba una carrera tan larga?
R. Ni de broma. Por eso el segundo espectáculo se llamó Sueños. Si entonces mantener una compañía de baile durante un par de años me parecía increíble, llegar a 20 era una auténtica quimera.
P. ¿Cuál es el secreto para ser incombustible?
R. Una mezcla de varias cosas. Primero, un público entregado desde el principio. Luego, un equipo que nunca ha bajado la guardia [unas 50 personas en total, entre ellos varios miembros de su familia, incluido su marido]. Y creo que también es esencial no haber perdido la ilusión.
P. Defina el «estilo Sara Baras».
R. Uf, se lo explicaría mejor bailando. Lo que pretendo es bailar con elegancia y profundidad, sin adornos.
P. Dice que «Sombras» es el reflejo de lo que hemos aprendido…
R. Sí, la experiencia nos ha enseñado que la entrega tiene que ser total, que la constancia es esencial para mantenerse arriba y que hay que respetar la tradición. Innovar, sí, pero teniendo en cuenta el legado de los maestros.
P. ¿Y qué ha desaprendido?
R. Empecé tan joven que hasta los vicios que traía eran buenos. Al llegar a Madrid me pusieron en la barra de danza clásica para colocarme el cuerpo y adquirir un lenguaje más amplio. Pensaba que eso quitaría pureza al flamenco, pero todo lo que uno aprende suma. La danza clásica, de hecho, aporta al flamenco.
P. El hilo conductor de «Sombras» es la farruca, un baile de hombre que usted misma ejecuta vestida con pantalones para resaltar el «zapateao». ¿Por qué le ha concedido este protagonismo?
R. Con la farruca no puedes esconderte, no hay adorno que te distraiga. Tiene riesgo, porque cualquier error que hagas con los pies se nota, pero se trata de un riesgo maravilloso. Es un baile sobrio y elegante que requiere mucha concentración y al mismo tiempo te da margen para improvisar. En un poco como el jazz.
P. ¿Es su palo de flamenco preferido?
R. No, pero sí el que más me ha hecho crecer, porque permite ampliar registros: el simple movimiento de una mano, la velocidad de una vuelta…
P. Creo que guarda como oro en paño unos zapatos azules de su admirada Carmen Amaya. ¿Para bailar como «la Capitana» hay que ser gitana y haber nacido en una barraca?
R. No es necesario. La persona que ha nacido con talento para bailar, está claro que puede desarrollarlo.
P. Hace años entrevisté a Farruquito y me dijo: «Hoy los hombres mueven las manos más que un abanico y las mujeres zapatean como locas. Todo al revés». ¿Qué respondería?
R. Que hoy el flamenco es mucho más abierto. Antes las mujeres sólo usábamos los brazos y las caderas, y los hombres sólo los pies; ahora usamos todo el cuerpo.
P. ¿Qué tiene su taconeo para que el legendario violonchelista ruso Mstislav Rostropóvich se postrara a sus pies?
R. Hace 20 años, Rostropóvich me invitó de telonera al Festival de Évian, que él dirigía. Teníamos órdenes estrictas de no molestarle mientras él estuviera ensayando, pero de repente el maestro entró en mi camerino mientras yo bailaba un martinete [un palo flamenco inspirado en los sonidos de la fragua] y me preguntó: «¿Qué instrumento estoy escuchando, que no lo entiendo?». Entonces me vio taconear y dijo: «Es increíble que a estas alturas de mi vida haya descubierto un nuevo instrumento musical». Casi me da algo. El caso es que, desde mis comienzos, la gente comentaba al verme: «Esta niña tiene algo especial en los pies». Y con el tiempo te das cuenta de que no sólo eres una bailarina, sino que también eres músico. Hay números de baile que interpreto como si fuera un percusionista.
P. ¿Cómo se puede crear melodía con un «zapateao»?
R. Mi abuelo materno, que era pianista clásico, le decía a Felipe Campuzano, su alumno: «El piano nunca se aporrea, se acaricia». Con el taconeo pasa lo mismo. No se trata de machacar el escenario, sino de acariciarlo. A veces hay que dar un golpe seco, pero tiene que tener sentido: antes de hacer ruido hay que intentar hacer música.
P. Muchos de sus espectáculos están inspirados en heroínas españolas: Carmen, Juana La Loca, Mariana Pineda… ¿Qué huella le han dejado?
R. Me han marcado todas y siguen marcándome. Ha sido muy importante interpretarlas e imaginar cómo hubieran bailado ellas, pero no me considero tan valiente como para renunciar a mi vida por unos ideales. Yo no sería capaz de despedirme de mi hijo como María Pineda.
P. Supongo que interpretar a «La Pepa», un encargo del Ayuntamiento de Cádiz para conmemorar la Constitución de 1812, fue un reto especialmente complicado.
R. Sí, pero el hecho de que se promulgara en San Fernando, mi tierra, fue muy inspirador. Más que fijarme en su importancia histórica, quise mostrar una actitud, una forma de sentir de un pueblo.
P. Ha tenido la suerte de conocer a grandes del flamenco como Antonio Gades, Paco de Lucía y Camarón. ¿Qué lecciones aprendió de ellos?
R. A quien conocí más de cerca fue a Paco de Lucía. Él me decía que bailara con el corazón, que rompiera la técnica. Y le hice caso. Todos estos maestros respetaban la tradición, pero al mismo tiempo apelaban a la libertad del artista.
P. Empezó en la danza siendo solo una niña, ¿cómo se refleja la madurez en su forma de bailar?
R. Disfruto el baile de otra manera, sin tanto sufrimiento. Ahora no quiero ruido, ni tanta velocidad. Bailo más suave, buscando la belleza desde otro lugar.
P. ¿Qué tal se lleva con los «flamencólicos», esos puristas del flamenco renuentes a fusiones?
R. Hay quien lleva 30 o 40 años actuando y viene un crítico diciendo que está fuera de tiempo. ¿Pero qué me estás contando? Al principio, algunos decían de mí que si estaba tomando un camino equivocado o que si abusaba del zapateao. Con los años he aprendido a borrar las críticas que no me hacen crecer. Lo único que hace daño es la falta de respeto.
P. Un amigo periodista, experto en flamenco, me ha dicho que en este mundillo se la respeta muchísimo: «Es mediática, pero de ley. Y saca en su compañía a jóvenes talentos como Israel Fernández».
R. Yo noto que hay respeto del público y de los compañeros. Además, nunca he hecho nada a lo loco.
P. ¿Y no le apetece soltarse la melena?
R. Me suelto el pelo a diario, pero el espectáculo tiene que tener una línea. No podemos llegar y destrozar un arte tan importante que ha costado tanto que esté reconocido.
P. ¿No ser gitana le ha granjeado críticas de apropiación cultural, como ocurre ahora con la cantante Rosalía?
R. Yo no soy gitana, pero llevo el flamenco dentro. Rosalía tiene un algo especial y no creo que se esté apropiando de nada. El artista tiene que tener libertad para mostrar su propia personalidad y seguir creciendo.
P. En su compañía trabajan varios miembros de su familia, incluido su marido [el bailaor José Serrano, nacido en Córdoba en 1971 y padre de su hijo José, de siete años]. ¿Cómo se conocieron?
R. Mientras ensayábamos el espectáculo de Juana La Loca. Yo hacía de Juana y él de Felipe El Hermoso. Empecé a notar que me estaba gustando cuando, en vez de mirarle a los ojos, bajaba la mirada con vergüenza.
P. Tras 18 años juntos, le sigue presentando como «el artista invitado
«.
R. Sí, porque él no pertenece al cuerpo de baile. Lo que hace es añadir su propio sello.
P. ¿Es fácil conciliar? ¿Compaginar la vida doméstica con la profesional?
R. ¡No te queda otra! Lo único que llevo peor es tener que separarme de mi hijo. Pero ya que me separo, que merezca la pena. Yo no soy nada floja, el trabajo no me asusta. Es por eso por lo que los espectáculos no paran de crecer.
P. ¿Deja a su cónyuge haciendo la cena mientras usted está actuando?
R. Si toca que yo bailo y él no, pues sí, para no dejar al peque solo. Somos una pareja de nuestro tiempo.
P. Supongo que está al tanto del movimiento «Me too». ¿Usted ha sufrido algún tipo de abuso machista, al menos en sus comienzos?
R. El flamenco ha sido un arte machista, pero por suerte a mí no me ha tocado vivirlo. Independientemente de que sea mujer, siempre me he sentido muy valorada por mi forma de ser y como profesional.
P. ¿Qué huella cree que está dejando en el mundo del flamenco?
R. A lo largo de mi trayectoria ya he ido creando un sello personal, una escuela. Y dejo el mensaje de que los sueños se cumplen.