El conservacionista francés invirtió 26 millones de euros en rehabilitar el Palacio Belmonte, el más antiguo de Lisboa, transformándolo en un hotel de lujo único en el mundo.
“¡Este palacio debería tener 200 estrellas!”. La frase puede leerse en el libro de visitas del Palacio Belmonte y la escribió un niño de 10 años tras hospedarse con su familia en este antiguo palacio de Lisboa reconvertido en hotel boutique. Un asombro casi infantil es lo que uno siente al entrar por primera vez en este imponente edificio de 3.700 m2 con espectaculares vistas al barrio de Alfama. Situado junto al castillo de San Jorge, sobre una de las siete colinas de la ciudad, el establecimiento carece de estrellas (no se rige por los estándares del sector hotelero), pero podría encabezar una lista de “los mejores lugares del mundo para confinarse”. Es un destino en sí mismo. Cuando uno se pierde en sus laberínticos pasillos, se asoma a alguna de sus 316 ventanas, desayuna en el jardín orgánico de la azotea o duerme en una habitación revestida de azulejos centenarios, lo que desearía es quedarse a vivir.
En sus 11 espléndidas suites -la más pequeña de 29 m2 y la mayor de 162 m2- se han alojado celebridades como Jeremy Irons, Mónica Bellucci o Christian Louboutin, además de embajadores, arquitectos y miembros de la realeza. La privacidad está asegurada tras las puertas dobles de la entrada color bermejo. Construido en el siglo XV sobre ruinas romanas y árabes, el palacio más antiguo de Lisboa no se distingue por su servicio de habitaciones o por su lujosa decoración. No verá televisores ni bombones sobre la cama. Sobresale, sobre todo, por la meticulosa restauración que realizó su actual propietario, Frederic Coustols (Lectoure, Gascoña francesa, 1944), siguiendo los principios arquitectónicos de la Carta de Venecia. Una reconstrucción sostenible, precedida de un estudio arqueológico, que devolvió al palacio su antiguo esplendor y ha merecido numerosos premios internacionales; entre ellos el prestigioso RIC’s Award for Urban Generation otorgado por el Príncipe de Gales.
Ferviente defensor de la arquitectura vernácula (ligada al territorio y realizada con técnicas y materiales de la época), Coustols compró el antiguo palacio en 1994 e invirtió 6 años y 26 millones de euros en reformarlo.
Un flechazo del dueño
Su encuentro con el edificio fue un flechazo. «Iba en un taxi por el barrio de Alfama y le pedí al conductor que parara, porque el paisaje me parecía precioso. Me detuve junto a la puerta de una casa que me recordaba a la mía de París. Sentí una atracción casi física. No pude entrar porque estaba cerrada, pero vi que estaba en venta, pregunté por el dueño y la compré al día siguiente, sin verla. Aunque, a decir verdad, yo no compré esta casa: me compró a mí. A los seis meses regresé y comprobé que tenía más de 300 ventanas. ¡Era mucho más grande de lo que me imaginaba!», recuerda este conservacionista francés de 76 años. Economista de formación y ecologista por vocación, él se define a sí mismo como un «coleccionista de paisajes«.
En su casa-palacio vive con su (quinta) mujer, la portuguesa María Mendonça, una pintora autodidacta de 69 años cuyos cuadros de estilo contemporáneo decoran algunas estancias. «Ella es el mejor regalo que me ha dado la vida», dice Frédéric. «Él es un loco maravilloso», responde su encantadora esposa, a quien se debe el alegre colorido que contrasta con las paredes encaladas. El matrimonio, que se conoció hace 23 años, pasa aquí seis meses al año de forma discontinua, y el resto del año en las casas que tienen repartidas por Francia, Alemania o China. Ninguno se considera hotelero, pero son expertos en el arte de recibir. El recepcionista entrega las llaves de la suite Ricardo Reis, a la que se accede por una escalera de caracol árabe del siglo VII. De camino hacia esta alcoba de 90 m2 uno puede respirar la pátina del tiempo. El edificio fue construido a lo largo de cinco periodos, por eso hubo que respetar las técnicas de construcción de cada época.
Antes de iniciar la reforma, Frédéric Coustols vivió un año en el palacio para sentir su respiración. No alteró nada. «Solo me fijé en la luz que entraba por las ventanas, en los ruidos procedentes del barrio de Alfama». El director Wim Wenders aprovechó esta atmósfera decadente para rodar aquí Lisbon Story (1994), y Roberto Fanenza ambientó Sostiene Pereira (1995) en estos salones. Para acometer las obras del edificio, Frédéric contrató a una empresa ad hoc, «pero nadie conocía las reglas de la Carta de Venecia (reconstrucción con técnicas y materiales de la época)». Por suerte, acabó encontrando un socio de confianza: el arquitecto Pedro Quirino da Fonseca, quien se puso al frente del proyecto con la ayuda de 65 empleados.
Nuestro anfitrión nos recibe una soleada mañana de octubre en su casa-palacio, donde vive con su (quinta) mujer, la portuguesa María Mendoça, una pintora autodidacta de 69 años cuyos cuadros de estilo contemporáneo decoran algunas estancias. “Ella es el mejor regalo que me ha dado la vida”, dice Frederic. “Él es un loco maravilloso”, responde su encantadora esposa, a quien se debe el alegre colorido que contrasta con las paredes encaladas. El matrimonio, que se conoció hace 23 años, pasa aquí seis meses al año de forma discontinua, y el resto del año en las casas que tienen repartidas por Francia, Alemania o China. Ninguno se considera hotelero, pero son expertos en el arte de recibir. “Vas a percibir que aquí vivieron Figueiredo, Cabral, Magallanes, el duque de Loule, el conde de Belmonte…”, me advierten antes de que el recepcionista me entregue las llaves de la suite Ricardo Reis, a la que se accede por una escalera de caracol árabe que data del s.VII.
De camino hacia esta exquisita e íntima alcoba de 90m2, revestida con preciosos azulejos del s. XVIII, uno puede respirar la pátina del tiempo. “El edificio fue construido a lo largo de cinco periodos diferentes, por eso hubo que respetar las técnicas de construcción de cada época”, comenta el propietario. La primera fase data de 1449, cuando Brás Afonso Correia, cortesano del rey Dom Manuel I, levantó una edificación en torno a las ruinas romanas y moriscas. Siguen intactas una torre romana y dos árabes. Más tarde, el noble Rui de Figueiredo adquirió varios terrenos, casas antiguas, un patio trasero y un establo para transformar el espacio en una mansión señorial. Aún se conserva el escudo familiar sobre la puerta de entrada. En 1503, tras volver de la primera expedición a Brasil, el comandante Pedro Álvares Cabral construyó la primera parte del palacio, en cuyos salones fue recibido el descubridor Vasco de Gama. A partir de 1640 se añadió la impresionante terraza y cinco fachadas de estilo clásico. Casi un siglo después, entre 1720 y 1730, los grandes maestros del azulejo portugués, Manuel Santos y Valentín de Almedia, aportaron una colección única de 59 paneles con más de 3.800 azulejos. En 1805, D. Vasco da Câmara, conde de Belmonte, adquirió el palacio que lleva su nombre, que sus descendientes mantuvieron hasta mediados del s. XX. Finalmente, el último propietario colgó el cartel de “se vende” tras el fallecimiento de sus dos hermanas solteras, que vivieron hasta los 90 años en esta propiedad y además alquilaban varios cuartos