Frederic Coustols, el coleccionista de paisajes

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MATRIMONIO. Frederic Coustols, 76 años, y su esposa, la pintora María Mendonça, 69, en un salón del Palacio Belmonte decorado con azulejos del siglo XVIII. El francés compró el edificio en 1994 al día siguiente de verlo. 

El conservacionista francés invirtió 26 millones de euros en rehabilitar el Palacio Belmonte, el más antiguo de Lisboa, transformándolo en un hotel de lujo único en el mundo.

“¡Este palacio debería tener 200 estrellas!”. La frase puede leerse en el libro de visitas del Palacio Belmonte y la escribió un niño de 10 años tras hospedarse con su familia en este antiguo palacio de Lisboa reconvertido en hotel boutique. Un asombro casi infantil es lo que uno siente al entrar por primera vez en este imponente edificio de 3.700 m2 con espectaculares vistas al barrio de Alfama. Situado junto al castillo de San Jorge, sobre una de las siete colinas de la ciudad, el establecimiento carece de estrellas (no se rige por los estándares del sector hotelero), pero podría encabezar una lista de “los mejores lugares del mundo para confinarse”. Es un destino en sí mismo. Cuando uno se pierde en sus laberínticos pasillos, se asoma a alguna de sus 316 ventanas, desayuna en el jardín orgánico de la azotea o duerme en una habitación revestida de azulejos centenarios, lo que desearía es quedarse a vivir.

En sus 11 espléndidas suites -la más pequeña de 29 m2 y la mayor de 162 m2- se han alojado celebridades como Jeremy Irons, Mónica Bellucci o Christian Louboutin, además de embajadores, arquitectos y miembros de la realeza. La privacidad está asegurada tras las puertas dobles de la entrada color bermejo. Construido en el siglo XV sobre ruinas romanas y árabes, el palacio más antiguo de Lisboa no se distingue por su servicio de habitaciones o por su lujosa decoración. No verá televisores ni bombones sobre la cama. Sobresale, sobre todo, por la meticulosa restauración que realizó su actual propietario, Frederic Coustols (Lectoure, Gascoña francesa, 1944), siguiendo los principios arquitectónicos de la Carta de Venecia. Una reconstrucción sostenible, precedida de un estudio arqueológico, que devolvió al palacio su antiguo esplendor y ha merecido numerosos premios internacionales; entre ellos el prestigioso RIC’s Award for Urban Generation otorgado por el Príncipe de Gales.

Ferviente defensor de la arquitectura vernácula (ligada al territorio y realizada con técnicas y materiales de la época), Coustols compró el antiguo palacio en 1994 e invirtió 6 años y 26 millones de euros en reformarlo.

Un flechazo del dueño

Su encuentro con el edificio fue un flechazo. «Iba en un taxi por el barrio de Alfama y le pedí al conductor que parara, porque el paisaje me parecía precioso. Me detuve junto a la puerta de una casa que me recordaba a la mía de París. Sentí una atracción casi física. No pude entrar porque estaba cerrada, pero vi que estaba en venta, pregunté por el dueño y la compré al día siguiente, sin verla. Aunque, a decir verdad, yo no compré esta casa: me compró a mí. A los seis meses regresé y comprobé que tenía más de 300 ventanas. ¡Era mucho más grande de lo que me imaginaba!», recuerda este conservacionista francés de 76 años. Economista de formación y ecologista por vocación, él se define a sí mismo como un «coleccionista de paisajes«.

En su casa-palacio vive con su (quinta) mujer, la portuguesa María Mendonça, una pintora autodidacta de 69 años cuyos cuadros de estilo contemporáneo decoran algunas estancias. «Ella es el mejor regalo que me ha dado la vida», dice Frédéric. «Él es un loco maravilloso», responde su encantadora esposa, a quien se debe el alegre colorido que contrasta con las paredes encaladas. El matrimonio, que se conoció hace 23 años, pasa aquí seis meses al año de forma discontinua, y el resto del año en las casas que tienen repartidas por Francia, Alemania o China. Ninguno se considera hotelero, pero son expertos en el arte de recibir. El recepcionista entrega las llaves de la suite Ricardo Reis, a la que se accede por una escalera de caracol árabe del siglo VII. De camino hacia esta alcoba de 90 m2 uno puede respirar la pátina del tiempo. El edificio fue construido a lo largo de cinco periodos, por eso hubo que respetar las técnicas de construcción de cada época.

Antes de iniciar la reforma, Frédéric Coustols vivió un año en el palacio para sentir su respiración. No alteró nada. «Solo me fijé en la luz que entraba por las ventanas, en los ruidos procedentes del barrio de Alfama». El director Wim Wenders aprovechó esta atmósfera decadente para rodar aquí Lisbon Story (1994), y Roberto Fanenza ambientó Sostiene Pereira (1995) en estos salones. Para acometer las obras del edificio, Frédéric contrató a una empresa ad hoc, «pero nadie conocía las reglas de la Carta de Venecia (reconstrucción con técnicas y materiales de la época)». Por suerte, acabó encontrando un socio de confianza: el arquitecto Pedro Quirino da Fonseca, quien se puso al frente del proyecto con la ayuda de 65 empleados.

Nuestro anfitrión nos recibe una soleada mañana de octubre en su casa-palacio, donde vive con su (quinta) mujer, la portuguesa María Mendoça, una pintora autodidacta de 69 años cuyos cuadros de estilo contemporáneo decoran algunas estancias. “Ella es el mejor regalo que me ha dado la vida”, dice Frederic. “Él es un loco maravilloso”, responde su encantadora esposa, a quien se debe el alegre colorido que contrasta con las paredes encaladas. El matrimonio, que se conoció hace 23 años, pasa aquí seis meses al año de forma discontinua, y el resto del año en las casas que tienen repartidas por Francia, Alemania o China. Ninguno se considera hotelero, pero son expertos en el arte de recibir. “Vas a percibir que aquí vivieron Figueiredo, Cabral, Magallanes, el duque de Loule, el conde de Belmonte…”, me advierten antes de que el recepcionista me entregue las llaves de la suite Ricardo Reis, a la que se accede por una escalera de caracol árabe que data del s.VII.

De camino hacia esta exquisita e íntima alcoba de 90m2, revestida con preciosos azulejos del s. XVIII, uno puede respirar la pátina del tiempo. “El edificio fue construido a lo largo de cinco periodos diferentes, por eso hubo que respetar las técnicas de construcción de cada época”, comenta el propietario. La primera fase data de 1449, cuando Brás Afonso Correia, cortesano del rey Dom Manuel I, levantó una edificación en torno a las ruinas romanas y moriscas. Siguen intactas una torre romana y dos árabes. Más tarde, el noble Rui de Figueiredo adquirió varios terrenos, casas antiguas, un patio trasero y un establo para transformar el espacio en una mansión señorial. Aún se conserva el escudo familiar sobre la puerta de entrada. En 1503, tras volver de la primera expedición a Brasil, el comandante Pedro Álvares Cabral construyó la primera parte del palacio, en cuyos salones fue recibido el descubridor Vasco de Gama. A partir de 1640 se añadió la impresionante terraza y cinco fachadas de estilo clásico. 

Casi un siglo después, entre 1720 y 1730, los grandes maestros del azulejo portugués, Manuel Santos y Valentín de Almedia, aportaron una colección única de 59 paneles con más de 3.800 azulejos. En 1805, D. Vasco da Câmara, conde de Belmonte, adquirió el palacio que lleva su nombre, que sus descendientes mantuvieron hasta mediados del s. XX. Finalmente, el último propietario colgó el cartel de “se vende” tras el fallecimiento de sus dos hermanas solteras, que vivieron hasta los 90 años en esta propiedad y además alquilaban varios cuartos.

Antes de iniciar la reforma, Frederic Coustols vivió un año en el palacio semiabandonado para sentir su respiración. No alteró nada. “Sólo me fijé en la luz que entraba por las ventanas, en la lluvia que se colaba por el tejado, en los ruidos procedentes del barrio de Alfama”. El director Wim Wenders aprovechó esta atmósfera decadente para rodar aquí Lisbon Story (1994), y Roberto Fanenza ambientó Sostiene Pereira (1995) en estos salones. Para acometer las obras del edificio, el Frederic contrató a una empresa ad hoc, “pero nadie conocía las reglas de la Carta de Venecia (reconstrucción con técnicas y materiales de la época)”. Por suerte, acabó encontrando un socio de confianza: el arquitecto Pedro Quirino da Fonseca, quien se puso al frente del proyecto con la ayuda de 65 empleados.

La rehabilitación se hizo con “tiempo, respeto y amor”, enfatiza nuestro anfitrión antes de explicar todo el proceso: “Una decisión importante fue abrir ventanas a la antigua usanza para ventilar los espacios de forma natural. Otra, usar mortero de cal mezclada con aceite en vez de cemento para recubrir las paredes. Los técnicos tardaron dos años en conseguir una receta antigua que repele la humedad; la llamamos Fradical por el Pátio Dom Fradique que atraviesa la casa”. Trabajar con los materiales primitivos no fue tarea fácil. “Para el salón principal, se tiró el artesonado y se usó el mismo pino de Riga (Letonia) cortado en 1640, con todos sus maravillosos relieves. ¡Tuvimos que fabricar 5.000 clavos de la época! Las baldosas del suelo primero se secaron al sol (por eso se pueden ver las huellas de los gatos) y luego al horno, como se hacía antiguamente. Respecto a los 3.800 azulejos, que peligraban por la humedad y estaban desordenados, se desmontaron pieza a pieza y se volvieron a colocar en su sitio original”. Hoy constituyen, sin duda, uno de los rasgos distintivos del palacio

PREGUNTA. ¿Por qué es tan importante recuperar el alma de un lugar?  ¿Cuál es el interés para comprar una casa como esta si no te sientes a gusto con la atmósfera que respira?.

RESPUESTA. Si tu interés es hacer dinero, adelante, hazlo. Pero yo no hago proyectos para ganar dinero, sino para disfrutar de un lugar mágico.

Monsieur Coustols, padre de dos hijos “fantásticos” de 40 y 30 años (su hija es ama de casa y su hijo diseña joyas), hizo su fortuna vendiendo sus acciones de la cadena óptica GrandOptical a finales de los 90. “Éramos nueve socios y cada uno se encargaba de una parte del negocio. Mi cometido era comprar y vender participaciones y empresas”, explica, vestido con un raído jersey amarillo que compró hace 25 años y unos zapatos visiblemente desgastados. Su último coche lo adquirió hace dos décadas. “Siempre he podido vivir con muy poco”. De padre ingeniero y madre pintora y música, nació por casualidad durante la II Guerra Mundial en la Gascuña francesa (la tierra del mosquetero D’Artagnan), donde su padre había recalado como refugiado. Su infancia transcurrió en un ambiente de “creatividad, amor y libertad”, rodeado de los numerosos artistas que pasaban por la casa familiar. “A los 15 años fabriqué un cohete con la ayuda de mi padre, luego monté una radio y más tarde diseñé unas gafas de sol para mi madre”, dice. Su mente inquieta nunca tuvo barreras.

La atracción por las piedras antiguas le llevó a empaparse sobre la arquitectura vernácula de su comarca, donde abundan los pueblos medievales, y a escribir, con sólo 24 años, el libro “Une terre Lointaine. La Gascogne” (Una tierra lejana. La Gascuña), publicado en 1968. “Era un concepto completamente nuevo, y al principio el editor se negó a publicarlo, pero se vendieron 45.000 copias y empecé a vivir de estos ahorros”. Fascinado con el Château de Sainte-Mère, un pequeño castillo del s. XIII situado en el Gers (departamento del suroeste francés), tuvo la osadía de intentar comprarlo. “No lo logré, pero invité allí a varios alumnos europeos y montamos una fiesta que duró un mes. ¡Fue fantástico, un placer, no teníamos obligaciones!”, dice soltando una sonora carcajada. A los 30 años le pidió a su padre una paga de 1.000 francos al mes. “Le dije que no quería trabajar, porque ya había muchas personas que querían hacerlo, y él me contestó: ‘¡Búscate un oficio, vagabundo! Y eso es lo que he sido toda mi vida, un vagabundo”. Lo ideal, propone Coustols, “sería trabajar a partir de los 60 años. ¿Y mientras tanto? “¡Vivir!”.

Su primera aventura inmobiliaria fue comprar un pueblo entero en ruinas, Castelnau des Fieurmarcon, donde actualmente se celebran eventos privados. Con 35 años ya había adquirido una parcela en Chestnut Street, una calle de Boston (Estados Unidos). A finales de los 70 se enamoró del Matto Grosso brasileño y compró dos fincas de 18.000 hectáreas. Allí, cerca de una reserva indígena, construyó su primera casa vernácula, usando técnicas ancestrales de la región. Durante tres años vivió rodeado de 600 búfalos, decenas de avestruces y los delfines rosados del río Araguaia. Tras vender estas haciendas llegó a Portugal y compró el Palacio Belmonte. Pero esto no le bastó. Más tarde reconstruyó parte de una aldea china de 50 habitantes en colaboración con la universidad de Guangzhou (Cantón). Y, a petición de un oligarca ruso, realizó tres proyectos para dar una nueva vida fábrica abandonada en Rostov.

¿Qué tienen en común todos estos proyectos? “Me absorbe un lugar, una arquitectura, una atmósfera, la economía de un país diferente y la posibilidad de conocerme a mí mismo. Pero un paisaje también está formado por las personas que viven dentro de él. Por eso me interesan los proyectos para vivir y para compartir”, reflexiona Coustols mientras desayunamos en el frondoso jardín de la terraza, que cuenta con una piscina de mármol negro brasileño.

Tanto en el Palacio Belmonte como en el resto de los espacios, los dueños organizan talleres y conferencias sobre economía o arquitectura sostenible: por aquí han pasado varios premios Pritzker, incluido Rafael Moneo. Además, promueve residencias de artistas que él mismo selecciona, y a los que compra obras que forman parte del interiorismo. Él mismo diseña originales lámparas. ¿Se considera artista? “No, porque no vivo de ese trabajo. Tendría que producir, promocionar mi obra, vender… ¡Todo eso no es para mí! explica entre risas este creador de sueños, un ávido lector (la biblioteca del palacio alberga 4.000 libros), aficionado a la buena mesa y a los puros habanos Partagás nº 4.

¿Su próximo proyecto? “Lo haré en las Azores, dentro de una materia prima vinculada a las islas” responde sin dar más detalles, mientras su mirada se pierde en los tejados rojos de Alfama y, más allá, en las refulgentes aguas del Tajo.

Más información: www.palaciobelmonte.com

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