El empresario venezolano Miguel Ángel Capriles y sus bisontes en tierra castellana

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En la finca segoviana La Serreta habitan 24 de estos animales, la mayor manada de España. La propiedad y su palacio, que pertenecieron al I duque de Alburquerque, hoy son del venezolano Miguel Ángel Capriles.

Una manada de 24 bisontes europeos camina con parsimonia sobre un espeso manto de nieve, mientras el sol de enero va derritiendo las copas heladas de pinos y robles. Dos crías rezagadas hunden sus pezuñas y meten el hocico en busca de rastrojos. Al menos no hay depredadores a la vista. Estamos en tierras de Castilla, pero esta atípica escena bien podría transcurrir en la estepa siberiana. La borrasca Filomena se ha dejado caer también por La Serreta, cubriendo de blanco esta finca de 600 hectáreas situada en el municipio segoviano de Lastras de Cuéllar. En medio de este paisaje atravesado por el río Cega, que acoge también a un rebaño de 500 ovejas merinas negras, 180 ciervos y caballos de polo, los Bison bonasus (nombre científico de esta especie) parecen estar en la gloria.

De cerca, su silueta maciza impone: cabeza ancha, ligera joroba, cuernos cortos pero gruesos, barba desde el cuello hasta las patas… Es el mamífero mayor de Europa y, a la vez, uno de los más vulnerables. Al nacer no pesan más de 30 kg, pero en la edad adulta llegan a los 1.200 kg. Trotan más que corren, aunque en una estampida pueden alcanzar los 60 km por hora y saltar vallas de dos metros. En verano, un macho adulto puede consumir 32 kg de hierbas, brotes y plantas. Son auténticas desbrozadoras. Huidizos como un corzo, sacan su bravura cuando se sienten amenazados. No son agresivos, pero sí salvajes, dominantes y protectores. Por si acaso, en la sesión de fotos mantenemos las distancias.

Los antepasados de estos bisontes segovianos (que en realidad tienen pasaporte polaco) eran cazados en la península Ibérica hace más de 10.000 años, como reflejan las pinturas rupestres de Altamira, pero se extinguieron como especie salvaje en 1919. Afortunadamente, en 1923 Polonia comenzó un proyecto de conservación de este totémico animal gracias a unos pocos ejemplares en cautividad que aún sobrevivían en los zoos. Un siglo después, se calcula que existen 8.000 especímenes en todo el mundo, en su mayoría criados en Polonia (2.800), Bielorrusia (1.400), Rusia (cerca de mil) y Rumanía (300). «Todos proceden de 12 fundadores genéticos«, asegura el veterinario Fernando Morán, fundador y director de la Asociación Centro de Conservación del Bisonte Europeo en España, cuyo objetivo es recuperar esta especie y darle un lugar donde vivir.

La evolución del Bison bonasus no estaba clara hasta el año pasado, cuando se descubrió que el bisonte europeo actual es un híbrido (un atajo evolutivo) entre el prehistórico o Bison priscus (90%) que vivió en Iberia durante 1,2 millones de años y el uro o vaca salvaje (10%), descrito por los romanos y en el periodo medieval. «Es decir, no hay una evolución, sino una hibridación», señala el conservacionista. Desde la prehistoria, el animal ha ido perdiendo tamaño, «en parte por nuestra propia apetencia de eliminar la fauna grande, más fácil de cazar».

De vulnerable a «casi amenazado»

Fernando Morán se dedica a la protección del Bison bonasus desde que en 2008 tuviera un revelador encuentro con uno de estos bicharracos: «Un día, en el zoo de Santillana de Mar, en Cantabria, me quedé parado junto a una valla y un bisonte me dio un topetazo. Me sorprendió la fuerza del animal, luego vi que estaba en peligro de extinción y empecé a investigar. A partir de ahí contacté con la asociación de Polonia y, tras hacer un curso de conservación, monté la filial española», recuerda este experto.

De izqda. a dcha., Fernando Morán (veterinario), el arquitecto Arturo Grinda, Mariano Berzal, encargado de La Serreta, y Miguel Ángel Capriles.
De izqda. a dcha., Fernando Morán (veterinario), el arquitecto Arturo Grinda, Mariano Berzal, encargado de La Serreta, y Miguel Ángel Capriles.

El primer proyecto de conservación surgió en 2009 en San Cebrián de Mudá (Palencia), con la suelta de siete bisontes en 16 hectáreas. Más tarde se creó otro centro de 200 hectáreas con su centro de interpretación, que antes de la pandemia recibía 6.000 turistas al año. El pueblo ha cobrado nueva vida. Y es que, además de ser un reclamo turístico, el bisonte puede convertirse en un antídoto contra la despoblación rural. A día de hoy, en España hay unos 150 ejemplares repartidos en diferentes fincas privadas. Segovia es la provincia con mayor población a nivel nacional, por un efecto contagio. «Aquí se empezó con el proyecto de Los Porretales [11 animales], le siguió el de La Perla [10] y desde 2018 el de La Serreta, que es el más interesante, porque se introdujeron 17 de golpe [13 hembras y cuatro machos] y se han reproducido hasta llegar a 24. Este año esperamos un baby boom, porque parirán las hembras más jóvenes», explica entusiasmado Morán.

Proyectos como el de La Serreta contribuyen a que el bisonte europeo no se extinga. De hecho, en la última actualización de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN ha pasado de «vulnerable» a «casi amenazado». Pero Pedro Morán no canta victoria: «Hay pocos ejemplares realmente en su hábitat, es un animal que tiene un rango de consaguinidad elevada y solo dos países tienen una estrategia clara de conservación».

Pasado aristocrático de la finca

Desde el siglo XV, reyes y nobles han disfrutado de esta finca situada a 2,6 km de Lastras de Cuéllar, que partió de una concesión real de Isabel I de Castilla al I duque de Alburquerque. En 1490, este aristócrata mandó edificar el palacio de La Serreta. La propiedad fue lugar de retiro y coto privado de caza de la Casa de Alburquerque hasta finales del siglo XIX, época en que fue adquirida por la Unión Resinera Española para el aprovechamiento de sus pinares. Pero con la crisis de la resina, la finca se abandonó. En 1995 acudió a su rescate el empresario Bernardo Campos de Azcárate, quien impulsó la actividad cinegética, agrícola y ganadera y en 2005 rehabilitó el palacio. El complejo se puso a la venta en 2014, y tres años después fue adquirido por el empresario venezolano Miguel Ángel Capriles López (Caracas 16 de diciembre de 1963), primo del político opositor Henrique Capriles.

Vista del palacio de La Serreta, con una superficie de 1.039 m2 , y la casa de huéspedes adjunta. Cerca está también la ermita de San Antón, del siglo XVI.
Vista del palacio de La Serreta, con una superficie de 1.039 m2 , y la casa de huéspedes adjunta. Cerca está también la ermita de San Antón, del siglo XVI.

El actual propietario, que reparte su tiempo entre España, EEUU y Venezuela -tiene inversiones en los tres países-, nos recibe en el guadarnés de la finca que le sirve de despacho. Durante 20 años, este ex editor de prensa reconvertido en inversor inmobiliario estuvo al frente del Grupo Últimas Noticias, un conglomerado mediático anteriormente conocido como Cadena Capriles, fundada por su padre en los años 40. Pero en 2014, empujado por la crisis del papel y la inestabilidad política, económica y social de Venezuela, decidió vender el grupo familiar para emprnder nuevos negocios. «Dar el salto a España me resultó fácil por los lazos culturales y familiares que ya tenía acá», explica Capriles, que además de estudiar la EGB en Madrid (entre sus compañeros de colegio estaba Miguel Ángel Gil, el presidente del Atlético de Madrid) estuvo durante 40 años viniendo por navidades a visitar a su madre, residente en la capital.

Una finca ecológica

El empresario empezó invirtiendo en inmobiliaria de lujo a través de la gestora familiar Gran Roque Capital. Muchos de los inmuebles adquiridos para reforma en el centro de Madrid (Barrio de las Letras, Salesas, Justicia, Salamanca, El Viso…) están catalogados como históricos o protegidos. Sensible hacia los temas de impacto social, hace dos años adquirió Impact Hub Madrid, compañía centrada en las oficinas flexibles, una evolución del coworking al uso. «No son solo espacios de trabajo compartido, sino ecosistemas que generan comunidad. Hay eventos, conferencias, actividades en torno a la sostenibilidad. El Covid ha acelerado la transición hacia esas oficinas con valor añadido», subraya.

De carácter cercano y discreto, él mismo se reconoce «un poco asocial: no me gusta ir al cine, ni a la ópera, ni salir a cenar a restaurantes; soy muy familiar y me gusta leer». Gran aficionado a los deportes náuticos, echa de menos las playas de su país, donde practicaba kitesurf, buceo y apnea. «En Madrid me aburría los fines de semana. Hasta que descubrí que los viernes la gente cogía su coche y se iba a la sierra. Como me gusta la naturaleza empecé a buscar campo». Tras ver más de 30 fincas, eligió La Serreta para usarla de recreo. Un día reparó en un artículo donde Fernando Morán explicaba su proyecto para introducir bisontes europeos. Le contactó por teléfono, el experto acudió a ver el terreno…, y le contagió su pasión por estos animales. «Llevo tres años entre bisontes y cada vez me parecen más bellos«, dice Capriles, que solo tuvo que pagar las pruebas veterinarias y el transporte, unos 2.000 euros por cabeza. Por lo general, los donantes regalan los animales.

Al poco de aterrizar en la finca, Capriles decidió transformarla en ecológica. Para acometer esa transición fichó al arquitecto y paisajista Arturo Grinda, exgerente de la Dehesa El Milagro y con larga experiencia en gestión de campo. «En las 200 hectáreas de agricultura hemos buscado cultivos que necesiten menos agua: cereales, leguminosas, trigo, cebada… Elegimos el ovino frente al vacuno intensivo que existía porque contamina mucho menos«, explica el gestor de La Serreta. En una amplia pradera pastan 500 ovejas merinas negras, especie en extinción. «Cada una produce unos tres kilos de lana, que tras el lavado y otros procesos se queda en 1,5. Para que salgan los números hay que obtener unos 10.000 kilos, que es nuestro objetivo. La idea es complementarlo con la comercialización de la carne de cordero», apunta Grinda, para quien «esto no es solo un proyecto romántico, también tiene que ser rentable». Preocupado por la despoblación de la zona, la idea del propietario es generar turismo, «que la gente visite el proyecto ecológico, vea los bisontes, las ovejas, monte a caballo… Y, de paso, consuma en los pueblos de alrededor». De momento la finca no está abierta al público, pero un pequeño safari sirve para constatar sus potenciales atractivos.

Hijas emprendedoras

En el palacio de La Serreta, Magally (28 años) y Mischka (24), dos de las hijas del empresario (la mediana, Mayra, vive en EEUU), se preparan para la sesión de fotos. Salieron de Venezuela hace tres años y reconocen que fue duro dejar atrás sus raíces. Inquietas y cosmopolitas, sus viajes en familia siempre han girado en torno a la naturaleza y el deporte, ya fuera haciendo kitesurfing en el archipiélago caribeño de Los Roques, trekking en la isla de Santa Lucía o esquí en Courchevel. «En nuestra familia siempre ha sido muy importante la conciencia ecológica y la sostenibilidad», explica Magally, que hace cinco años montó un gimnasio en un exclusivo barrio de Caracas. «Cuando llegué a Madrid, me ilusionaba abrir un negocio vinculado a nuestro estilo de vida», añade esta licenciada en Derecho. Por suerte, su padre había adquirido el Edificio Lamarca de la calle Fernando VI de Madrid para viviendas de lujo y se había reservado la planta baja para alquiler. «Un día me enseñó el edificio [un antiguo taller de carruajes del siglo XIX] y me encantó». Hasta el punto de que las dos hermanas acabaron montando un gimnasio (Tracy Anderson Method Madrid), un restaurante de comida saludable (Roots Madrid) y una tienda multimarca de ropa deportiva (LAB Lamarca). «Estamos orgullosas de haber creado un ecosistema acorde con nuestros valores», dice Mischka, licenciada en Periodismo y encargada de la comunicación.

Mischka (izqda.) y Magally Capriles, 24 y 28 años, hijas de Miguel Ángel Capriles, en La Serreta. Lamarca, su proyecto de moda, gastronomía y bienestar, busca conectar aspectos del campo con la ciudad.
Mischka (izqda.) y Magally Capriles, 24 y 28 años, hijas de Miguel Ángel Capriles, en La Serreta. Lamarca, su proyecto de moda, gastronomía y bienestar, busca conectar aspectos del campo con la ciudad.

Este año se han propuesto vincular la ciudad con el campo. «La Serreta y Lamarca son proyectos diferentes, pero tienen muchas conexiones. Poco a poco, iremos incorporando productos ecológicos de La Serreta, como verduras al restaurante o lana merina negra a la tienda», explican estas jóvenes emprendedoras, a quienes el confinamiento les ha dado tiempo para reflexionar sobre qué estaban haciendo: «No todo es trabajo. También hay que educar en valores. Queremos contar historias que ayuden a las personas a conectar mejor con lo que están comprando».

Volcados en la ecología

Capriles compró La Serreta tras desprenderse del Grupo Últimas Noticas, el conglomerado de prensa familiar. «Que la finca albergara un palacete del siglo XV y que allí viviera el I duque de Alburquerque, le añadía romanticismo», reconoce. No se considera un hombre de campo, pero está encantado con su refugio segoviano y su equipo de confianza. Mariano Berzal, el encargado de La Serreta desde hace 40 años, alaba la sensibilidad conservacionista de su nuevo jefe. Ambos han empezado a producir un vino tinto local. De la transición ecológica de la finca se encarga el arquitecto y paisajista Arturo Grinda. Por su parte, el veterinario asturiano Fernando Morán validó La Serreta para introducir la manada de bisontes y cree que es «el modelo a seguir» para la conservación de esta especie amenazada.

Lamarca, un templo wellness

Si en el siglo XIX el Edificio Lamarca de la calle Fernando VI de Madrid albergó un taller de carruajes, hoy lo ocupan 26 viviendas de lujo. La planta baja es el cuartel general de las hermanas Magally y Mischka Capriles (28 y 24 años), fundadoras de Lamarca Madrid, un «templo de la vida saludable». Su firma integra el gimnasio Tracy Anderson Method (basado en el método de esta entrenadora de las «celebrities»), el restaurante Roots (orientado a la comida bio) y la tienda de moda LAB Lamarca, especializada en la vida activa. Su madre, Magally Padrón, es socia de la gurú del fitness, junto con la actriz Gwyneth Paltrow, y toda la familia sigue su rutina de entrenamiento. Los productos orgánicos del restaurante (con cuatro puntos de venta, próximamente abrirán en La Moraleja) proceden de una granja ecológica y pronto vendrán directamente de la finca familiar, La Serreta (Segovia); la carta incluye «bowls», «smoothies», tostadas y dulces veganos.

Por último, su boutique dedicada a la vida activa despacha prendas cómodas de marcas como Golden Goose, Jason Wuu o Bella Freud. Además, cuenta con una librería llena de libros cuidadosamente editados sobre deporte naturaleza y diseño. «En casa nos enseñaron a ocupar nuestro tiempo. Nunca es tarde para aprender, arriesgar y emprender», dicen. Con su iniciativa han conseguido crear un ecosistema basado en sus valores: bienestar, conciencia ecológica y sostenibilidad.

Más información: lamarcamad.com

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