Tras enamorar a iconos de la moda como Valentino o Richard Avedon, Laura Ponte no ha dejado de explotar su vena creativa. Hoy disfruta como diseñadora en su propio taller nupcial, mientras produce una personalísima obra pictórica.
En las distancias cortas, la modelo y diseñadora Laura Ponte (Vigo, 9 de junio de 1973) parece una persona calmada que no se altera por nada. Pero quizá la procesión vaya por dentro: le acaban de diagnosticar hipertensión. “No soy muy de médicos, pero últimamente tenía molestias físicas y decidí hacerme un chequeo. Yo lo achacaba a la falta de deporte o a la menopausia, pero cuando fui a recoger los análisis el médico me recetó Lexatín para dormir”, confiesa con naturalidad mientras se lía un pitillo.
La charla tiene lugar en su nueva casa del barrio madrileño de Chamartín, un piso alquilado de 350 m² que alberga su taller nupcial y al que se mudó tras dejar el antiguo chalé familiar de Puerta de Hierro (Madrid). “Allí tenía que hacer las pruebas en la biblioteca”, dice Laura, madre de dos hijos adolescentes fruto de su matrimonio con Beltrán Gómez-Acebo, de quien se separó en 2009.
Hija de periodistas, de joven le tentó la profesión porque se le daba bien escribir, pero sus padres la disuadieron y comenzó Ciencias Políticas por la UNED mientras vivía en Inglaterra. Su carrera de politóloga se interrumpió cuando el azar se cruzó en su camino. Un día asistió con su tía a una fiesta en un estudio fotográfico en Madrid y allí conoció al diseñador colombiano Jorge Jhonson, recién llegado de París. “Yo iba vestida como un ama de llaves, con unos zapatos años 20, muy viejoven. Era supertímida, pero me atreví a enseñarle una carpetita roja con mis bocetos de ropa, joyas y edificios que había hecho en Londres”, recuerda.
Sin embargo, el diseñador se fijó más en su rostro anguloso y en sus cejas sin depilar —“le parecieron muy expresivas”— y la animó a presentarse a una agencia de modelos. No tardó en ganar el prestigioso premio Look of the Year organizado por Elite, y en 1996 fue “la tercera modelo mejor pagada del mundo”, según un informe de Harper’s Bazaar. Nunca llegó a sentirse cómoda sobre la pasarela (solo desfiló durante 1996 y 1997), pero acabó trabajando para grandes de la moda como Valentino, Ralph Lauren o Christian Lacroix. Enigmática, camaleónica y de porte aristocrático, también enamoró a fotógrafos como Steven Meisel, Richard Avedon o Mario Testino.
Nunca le ha faltado trabajo como modelo, y aún hoy sigue colaborando con diseñadores que le interesan como Oteyza o Palomo Spain. No obstante, su espíritu inquieto la llevó a emprender nuevos proyectos: probó suerte con el diseño de joyas (bajo la marca Luby & Lemerald) y más tarde fundó junto a otras cuatro mujeres Urg31, un espacio de coworking en Carabanchel (Madrid) que acabó acogiendo a 16 artistas. Allí pintó alguno de los cuadros que hoy decoran su nueva vivienda, aunque muchos los acabó regalando. Sus pinturas, la mayoría realizadas con rotulador, “no responden a una técnica concreta ni tienen un estilo definido”, y aunque la han animado a exponerlos, ella se resiste por pudor.

Mientras tanto, sigue centrada en el taller nupcial, su última reinvención. En los últimos tres años ha diseñado 50 vestidos de novia e invitada y se muestra encantada con su oficio: “A mí lo que más me gusta es crear sobre el cuerpo de una persona y embellecerla”.
PREGUNTA. ¿A qué obedece su continua reinvención? ¿Mente inquieta o culo de mal asiento?
RESPUESTA. Culo de mal asiento, no. A mí me pueden dejar en cualquier sitio y me adapto. No es un problema de inconstancia. Más bien he tenido el privilegio de aprender varios oficios, porque por suerte he dispuesto del tiempo y el dinero suficientes. Tengo inquietud por la vida, por explorar y explorarme. Es lo que me ha empujado a buscar mi sitio en el mundo.
P. Su cara tiene dos perfiles distintos. ¿Dónde esté la asimetría que se quite la perfección?
R. Hace poco leí un artículo sobre qué nos atrae de una persona y venía a decir que la asimetría resulta más agradable y la entendemos mejor porque nos resulta más familiar. Mi rostro es raro porque tengo los rasgos marcados y gesticulo muchísimo. Hay ciertos ángulos de mi cara que forman claroscuros y eso puede resultar fotogénico. Pero me imagino que hay gente a la que no le gusto nada. No tengo claro qué es la perfección.
P. De joven le acomplejaba su físico y se consideraba “hipertímida”. ¿Lo superó exponiéndose a los focos?
R. Sigo siendo tímida. No soy la típica persona que llega a una cena y se pone a saludar a todo el mundo, pero tampoco tengo problema en hablar con nadie. Me gusta mucho la gente y en el fondo soy supersociable.
P. En 1996 fue la “tercera modelo mejor pagada del mundo”, y eso que no sentía ninguna vocación por la pasarela…
R. No sé si realmente fui la tercera mejor pagada, pero es cierto que ese año hice una burrada de campañas. Cobraba bien y gracias a esos dos años (1996-1997) he vivido mucho tiempo. Luego me fui dos años a Nueva York para hacer varios cursos de patronaje y modelaje, porque lo que quería era aprender. Por aquel entonces ya había conocido a quien luego sería mi marido, venía cada dos fines de semana a Madrid y acabé quedándome aquí. Tenía dinero y mi idea era montar una marca de moda, pero me agobiaba la idea de arrancar un proyecto que durase toda la vida.
P. A menudo la definen como una de las personas más estilosas de este país. ¿Se considera un referente en el mundo de la moda?
R. No, pero es verdad que en los 90 formé parte del grunge, que permitía cierto desaliño. A mí me clasificaban de andrógina cuando iba con trajes (me encanta llevarlos porque estoy comodísima con pantalones), pero estando casada vestía hiperfemenina, y ahora voy como me da la gana.
P. Defina su estilo actual.
R. Básico, atemporal y aburridísimo (risas). Pero me da igual. Ahora mismo voy vestida con unas botas marrones de hace 20 años, un pantalón vaquero y una camisa amplia, porque no me gusta la ropa apretada. Y así salgo a la calle. Como mucho, si voy a una fiesta, a lo mejor me pongo un esmoquin. No me maquillo ni me pongo joyas. Con el tiempo me he vuelto mucho más práctica. De vez en cuando renuevo el vestuario, pero porque ya no sé cómo esconder el lamparón de una chaqueta…
P. ¿En su familia siempre se vestía comme il faut?
R. Mi abuelo era sastre y acabó montando unos almacenes. Mi madre (Marcela Martínez, ex jefa de prensa del Principado de Asturias) vistió tejidos buenos desde niña, y a los 15 ya le hicieron un modelo a medida. Mi padre (el periodista José Manuel Ponte) llamaba a mi madre y a mis tías “las sofisticadas de Sotrondio” por su afición a vestir ropa rara en un pueblo de la cuenca minera de Asturias. Eran atrevidas, modernas, abiertas al mundo. Nunca he visto a mi madre vestir de forma hortera.
P. En los 2000 cambió la estética de las bodas españolas sin proponérselo, cuando llevó aquel vestido de novia de talle bajo, inspirado en las flappers años 20…
R. Sí, prácticamente lo diseñé yo. Era un vestido fluido con corte de los años 20, no tan armado como los que se llevaban entonces. En realidad quise ir vestida con una falda-pantalón y una camisa con bordados, pero no era lo más adecuado para la ocasión. Al final del banquete, después de un par de bailes, me quité el vestido porque me sentía disfrazada.
P. La firma de joyería que montó con un socio prometía ser un negocio redondo, pero la disolvieron en 2015. ¿Qué ocurrió?
R. Fue una mala aventura empresarial, dejémoslo ahí. Como decía mi madre, “las medias, ni para las piernas”. ¿Me hubiera gustado seguir? Seguramente. Lo que pasa es que tengo mucha imaginación para crear cosas y desarrollarlas, pero me falta ambición. Nunca he querido posicionarme o sentirme reconocida.
P. ¿Al menos ha sabido invertir bien sus ahorros?
R. A mí no me mueve el dinero. Pero más me vale hacer algo que me resulte rentable, porque los ahorros no son eternos. En mi taller de novias llevo tres años pagando sueldos a todo el mundo y yo aún no he sacado ni una peseta. Lo primero es pagar a mis empleados, eso lo tengo clarísimo.
P. ¿En los negocios es más de cabeza o corazón?
R. Tengo la suerte de estar rodeada de gente con cabeza. Mi amiga Cristina, por ejemplo, que es una especie de hermana mayor, fue quien me animó a montar mi propio taller nupcial después de trabajar durante un año en el taller de Sole Alonso. Ella es la que pone cierto orden en mi día a día.
P. ¿Qué le engancha de este oficio?
R. A mí una novia me compromete. Atiendo a los deseos de una persona en exclusiva, por eso no pienso en hacer una colección. No tengo que comunicar, vender, convencer… Mi compromiso es diseñar el mejor vestido posible, hasta donde me dejen. Lo que más me gusta es crear sobre el cuerpo de una persona y embellecerla. Por eso me frustro un poco cuando creo que una novia podía haber ido un poco más allá.
P. ¿Cuántos vestidos ha realizado hasta ahora?
R. No llevo la cuenta, pero calculo que desde 2018 habré hecho unos 50, si incluimos algunos vestidos de invitada.
P. ¿Dónde busca la inspiración?
R. Yo no me fijo en las tendencias actuales, sino en estilos que han marcado época y se renuevan año tras año con tejidos, colores y texturas contemporáneos. Una novia lo que quiere es estar guapa, no resultar estridente.
P. ¿Se puede hablar de un “estilo Laura Ponte” como se habla de un “estilo María Barragán” o un “estilo Sofía Delgado”?
R. No, porque yo no hago todo lo que quiero. Una cosa es lo que tú quieres hacer y otra lo que tu clienta te pide. Yo todo lo hago desde el principio: no hago una falda, luego un cuerpo y pego ambas piezas. Hay diseñadores que ya tienen ropa confeccionada y al tener menos trabajo de costura, pueden bajar los precios. Mis vestidos son a partir de 6.000 euros.
P. No debe de ser fácil destacar en una ciudad como Madrid…
R. ¡Uf! Hay muchísima competencia. Pero desde septiembre tengo tres personas muy, muy buenas y estoy feliz. Me ha costado Dios y ayuda, eh, porque trabajaron en firmas como Jesús del Pozo o Ángel Schlesser y su experiencia está muy cotizada. Los anteriores equipos no funcionaron: se pasaban el día haciendo y deshaciendo. Lo importante es tener profesionales que te entiendan a la primera y hagan acabados impecables.
P. Tiene dos hijos adolescentes. ¿Cómo lleva compaginar la vida familiar y la profesional en el mismo espacio?
R. De momento muy bien, aunque para que este negocio me compense, debería hacer un determinado número de vestidos y eso me obligaría a alargar mi jornada laboral. Antes, cuando mis hijos estudiaban en Inglaterra, me podía quedar trabajando un sábado hasta las 12 de la noche, pero ahora intento planificar las citas y tener un poquito de vida.
P. Supongo que el sector de la moda nupcial se ha visto muy afectado por la pandemia. ¿Está repuntando?
R. Hay gente que retrasó su boda y aún no se ha casado, o que incluso ha terminado su relación. Pero la gente sigue queriendo casarse.
P. Y usted, ¿volvería a casarse de blanco?
R. Yo no me planteo casarme; otra cosa es vivir en pareja. Pero si llegara el caso, lo haría vestida con un pantalón o con un trapo. No hay por qué casarse de blanco. El respeto no se pierde por la manera de vestirse, si acaso por tener mal comportamiento.
Fotos: Álvaro Felgueroso
La pintura, su pasión oculta
Cuando se mudó a su casa actual, Laura Ponte puso a la venta su impresionante colección de ropa y accesorios. Soñó con un espacio minimalista, pero al final le costó desprenderse de los objetos que le han acompañado durante toda su vida. “Tengo Diógenes sentimental”, reconoce. Su abigarrado salón parece un mercadillo vintage, donde algunos de sus cuadros forman parte de la decoración. “Pinto un poco sin sentido, generalmente a rotulador. Desde que me pasé al iPad Pro empecé a rellenar píxeles de colores con rotuladores virtuales, y con esta tecnología he hecho varios retratos de amigos a partir de fotos”, explica. El galerista José de la Mano, amigo suyo, le propuso hacer una exposición. “Es tan loco lo que tienes”, le dijo. Pero ella siente “un pudor horrible” ante la posibilidad de mostrar su obra: “Mis dibujos son muy impulsivos, no hay un estudio detrás, hago lo que me nace. Esta dispersión es difícil de entender, pero en el fondo me da rabia que todo tenga que entenderse de una forma muy clara desde el punto de vista creativo”. Asegura que nunca pintó para exponer, pero varias piezas suyas han aparecido en series y películas que se rodaron en casas de sus amigos.