A lo largo de su carrera deportiva, Emma Roca (Barcelona, 1973) calcula que ha recorrido 180.000 kilómetros. «Una cifra que equivale a más de 4.000 maratones o a dar ocho veces la vuelta al mundo en bicicleta», afirma esta Kilian Jornet femenina, como la bautizaron en alusión al famoso ultramaratoniano catalán. Una etiqueta que a ella no le convence. «Hay muchas mujeres que compiten en larga distancia en este país, como Núria Picas, Nerea Martínez o Uxue Fraile, por ejemplo, y cuando no destaca una lo hace la otra. Yo me considero más una mami non stop».
Licenciada en Bioquímica, bombera de la Generalitat de Cataluña con siete años en el grupo de rescate, vencedora de muchas carreras de ultrafondo nacionales e internacionales e incansable emprendedora, Emma es madre de tres hijos: Irina, de 10 años, y los gemelos Mariona y Martí, de ocho. Residente en Talló, un pueblo leridano al este de los Pirineos, su familia es el principal motor de su vida. Eso sí, cuadrar su agenda de ultrawoman sería imposible sin la colaboración de su marido David, geógrafo y Mosso d’Esquadra del grupo de montaña, y la de sus suegros. «Les debo un monumento». Tras dos décadas corriendo triatlones, maratones, iron man y raids de aventura, a sus 43 años se siente orgullosa de mantenerse en la élite del ultra fondo -todas aquellas carreras superiores a los 42 km y 195 metros del maratón-, modalidad que empezó a practicar hace cinco años. Sin ir más lejos, en 2016 disputó dos de las pruebas más exigentes del mundo: la Hardrock (Colorado, EEUU), de 161,7 km, y la Diagonale des Fous (isla Reunión), de 170, logrando el segundo y tercer puesto de la general femenina. Éxitos que serán su gasolina para afrontar próximas citas. En junio correrá la ultramaratón de Comrades (Sudáfrica), la más antigua del mundo por asfalto, y en septiembre la de Run Rabbit de 160 km por montaña (Colorado, EEUU), la más generosa en premios en metálico (unos 11.000 euros para el ganador).
Sin embargo, a pesar de ser una de las 20 mejores ultrarunners del planeta, no se gana la vida corriendo. Sus principales fuentes de ingresos son su trabajo de bombera, sus proyectos de investigación, futuras patentes para monitorizar la salud y startups de deporte y nutrición. Además, es autora de dos libros, ‘Non Stop: la vida como reto’ y ‘Extreme Adventure Races’. Como bioquímica, es la principal investigadora del proyecto Summit (acrónimo de salud en los ultramaratones y sus límites). El objetivo principal del estudio, que surgió en 2012 a raíz de su tesis doctoral, es evaluar hasta qué punto el deporte de larga duración, como correr pruebas de ultrafondo por montaña o maratones de asfalto, puede ser beneficioso o no para la salud. Aún no hay conclusiones definitivas, pero sí indicios: «Lo que más me ha sorprendido, tras estudiar los marcadores cardiacos de más de 500 participantes, ha sido el comportamiento del corazón ante el sobreesfuerzo. Yo pensaba que cuanto más lo entrenabas, más apto era y no: él también sufre y hay marcadores de daño cardíaco muy elevados. Hay personas, ya sean profesionales o aficionados, que no se adaptan a distancias largas porque, sobre todo el ventrículo derecho, va sufriendo para gestionar la expulsión de la sangre. No sabemos si esto puede conllevar con los años alguna cardiopatía asociada». Se calcula que en España hay cinco millones de corredores, tres de ellos habituales. Sólo en la 40ª edición del Rock’n’Roll Madrid Maratón & se inscribieron 37.000 personas.
En medio de esta fiebre, su mensaje es claro: «El sedentarismo enferma y mata. Pero hay que saber dónde está el límite y el riesgo del ejercicio cuando se hace sin un mínimo control médico, de entreno, nutricional y de descanso». De ahí la importancia de la prevención. «Es aconsejable pasar la ITV antes de someter al organismo a grandes esfuerzos deportivos». Con tres pruebas básicas -un electrocardiograma, una prueba de esfuerzo y un ecocardio- «la muerte súbita se podría prevenir en un 80%». Desde niña está acostumbrada a derribar estereotipos. «A los siete años me colé en la liga de fútbol sala de mi colegio, Arrel, y para jugar de portero me cambié el nombre. Fue mi primer reto, cambiar la mentalidad de la escuela. Si soy niña y me gusta el fútbol, ¿por qué no puedo serlo? Al año siguiente empezaron a admitir chicas». Sospecha que haber jugado al balón en vez de a la comba le sirvió para potenciar su habilidad y su fuerza. «Un 66% de nuestro potencial es genético y un 33% se puede entrenar», afirma la ultrarunner, que a los 22 años, mientras estudiaba la carrera de Bioquímica, se apuntó por primera vez a un triatlón. Para su sorpresa, hizo pódium. A partir de ahí empezó a probar sus límites… y a disfrutar con ello. Haciendo raids de aventura fue campeona del mundo y se topó con serpientes venenosas y manadas de monos. «Ahí sí que encontré el límite de los límites. Una vez, cruzando de noche un afluente del Amazonas, nos recomendaron no encender las linternas del casco para no atraer a las anacondas. Por suerte, al final empezaron a salir delfines rosas».
Un incendio en los montes de Molins de Rei, pueblo natal de su padre, le impulsó a inscribirse como auxiliar forestal. «Yo necesito ayudar y que sirva para algo«. Inquieta por naturaleza, pidió acudir a todos los servicios: accidentes de tránsito, incendios en vivienda… Hasta que en el año 2000 consiguió entrar por oposición en el cuerpo profesional de Bomberos de la Generalitat, con una nota media de 9,3. Fue la cuarta mujer de Cataluña y la décima de España en lograrlo. Pionera en un oficio de hombres, de nuevo tuvo que romper barreras: «Demostrar que podía llevar una mochila de mangueras de 20 kilos a mi espalda, correr por la montaña, subir pisos con todo el equipo, conducir camiones pesados…».
No sabe lo que es estar sentada en un sofá viendo la tele. Pura fibra, puro corazón.