El Cid reaparece en su pueblo

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Más de 900 años después de su muerte, el Campeador sigue vivo. Eso sí, ahora mide 1,80 m, 24 centímetros más que el personaje histórico, y tanto él como su esposa, doña Jimena, trabajan en una empresa de productos cárnicos de Burgos. Son dos de los 25 figurantes de lujo, vecinos de Vivar del Cid, que han escenificado para Magazine los hitos históricos narrados en el “Poema de Mío Cid” en vísperas del VIII centenario de su aparición. Una representación que se repite, cada mes de julio, en la celebración de la “semana cidiana”.

El anuncio. El Campeador ya sabe que ha perdido el favor de su rey, así que reúne a los caballeros que le acompañarán en el tortuoso destierro de las tierras castellanas.
El anuncio. El Campeador ya sabe que ha perdido el favor de su rey, así que reúne a los caballeros que le acompañarán en el tortuoso destierro de las tierras castellanas.

 

La despedida. Doña Jimena y sus hijas doña Elvira y doña Sol (Sonia, Judith y Lidia, vecinas del pueblo) saben que el momento del adiós está cerca. Su esposo y padre tiene que abandonar Vivar.
La despedida. Doña Jimena y sus hijas doña Elvira y doña Sol (Sonia, Judith y Lidia, vecinas del pueblo) saben que el momento del adiós está cerca. Su esposo y padre tiene que abandonar Vivar.

 

La siega. Varias mujeres pertenecientes a la Asociación Cultural Vivar, Cuna del Cid, escardan el campo vestidas con el tradicional atuendo de labriegas ajenas al momento histórico.
La siega. Varias mujeres pertenecientes a la Asociación Cultural Vivar, Cuna del Cid, escardan el campo vestidas con el tradicional atuendo de labriegas ajenas al momento histórico.

 

La última mirada. Campeador y caballeros no disimulan su tristeza. Antes de partir, guardan unos minutos de silencio. Aún no saben lo que les deparará el destino.
La última mirada. Campeador y caballeros no disimulan su tristeza. Antes de partir, guardan unos minutos de silencio. Aún no saben lo que les deparará el destino.

por Juan Carlos Rodríguez, fotografías de Chema Conesa

 

A la salida de Vivar, tuvieron la corneja diestra,y entrando en Burgos, tuviéronla siniestra.Meció Mío Cid los hombros y meneó la cabeza:¡Albricias, Álvar Fáñez, que echados somos de tierra!(Cantar, 11).

Ningún héroe mítico medieval —ni el francés Roland ni el inglés Rey Arturo, que sólo existieron en la imaginación de los juglares— está adscrito a un ámbito histórico geográfico tan definido como, por el contrario, lo está el Mío Cid castellano. Un «territorio cidiano» documentado en el Cantar de Mío Cid y otros documentos complementarios. Se da por sentado, aunque algunos historiadores lo ponen en duda, que Rodrigo Díaz de Vivar nació hacia 1043 en un barrio de Vivar (pueblo situado a nueve kilómetros de Burgos) llamado Villentro. Fue en esta «villa de dentro» donde su bisabuelo, Laín Fernández, «labró una casa fuerte y grande de tapias» (construida con barro y paja) que habitó el infanzón Diego Laínez, padre del Cid.

Según la tradición, sobre las ruinas de aquella casa fuerte se levantó el actual castillo de Sotopalacios, pueblo próximo a Vivar del Cid. Construido entre los siglos XIV y XV, perteneció a diversas familias nobles, entre ellos los Manrique y los Padilla, Adelantados Mayores de Castilla. Su actual propietario es César San José Seigland, químico de 85 años, ingeniero en fundiciones, carlista irredento y cidiano a más no poder. Padre de nueve hijos, «todos ellos legítimos», aterrizó por estas tierras hace más de 45 años, se enamoró del paisaje, de sus gentes, de su gastronomía… y del Cid. Compró el castillo casi en ruinas, lo reconstruyó con más paciencia que un santo y lo fue llenando de caprichos relacionados con la caballería villana. Los fines de semana suele desplazarse desde San Sebastián, su lugar habitual de residencia, para atender a los minusválidos que confeccionan tapices en su fortaleza y, de paso, supervisar la construcción de nueve pisos que ésta albergará en su interior, uno para cada vástago.

Cuando se le pregunta qué profesión ejercería hoy el Cid, contesta sin dudarlo: «Empresario. Los héroes modernos son los empresarios con pasión de mando que crean un territorio donde mandar». ¿Y usted, manda en su territorio? «Difícilmente, pero se va dominando a la gente», contesta con retranca mientras nos guía por su imponente refugio. Como otros lugareños de Vivar o apegados a la cultura cidiana, don César accedió a posar para la sesión de fotos que ilustra este reportaje. ¿La excusa de la convocatoria? Rastrear las huellas del Cid en su cuna de nacimiento, testar si la memoria del héroe sigue viva entre sus actuales convecinos y, por qué no, calentar motores de cara al VIII centenario del Cantar de Mío Cid, «pórtico de la literatura medieval castellana» escrito por Per Abat en 1207.

La cita con los figurantes tuvo lugar una luminosa y fresca mañana en el salón del Ayuntamiento. Por suerte, para ambientar las escenas medievales no hizo falta alquilar los trajes de época: se rescataron los de las Fiestas en Honor de Rodrigo Díaz de Vivar, durante las cuales se celebra la «semana cultural cidiana», del 5 al 9 de julio. «Este año habrá una exposición de miniaturas medievales, una conferencia del experto en el «Cantar» Timoteo Riaño, una fiesta infantil, una cena medieval con representaciones teatrales del Cantar y la entrega del Tizonazo, galardón que premia la labor de difusión de la figura del héroe», explica la alcaldesa de Vivar, Ana María Marín, del PP (sobre estas líneas, en el centro).

Su disfraz de campesina le viene algo ajustado, no en vano está embarazadísima de su tercer hijo. «Será niña y se llamará Jimena. Aquí abundan los Rodrigos y las Jimenas», resopla algo resignada. Natural de Zaragoza, cuando llegó a Vivar lo primero que hizo fue releer el Cantar. «De lo contrario, parecería un zoquete». En su opinión, el VIII centenario es una oportunidad única para que el pueblo reciba subvenciones de la Junta de Castilla y León: «Pretendemos que, junto a la aprobación del Plan Parcial de Urbanismo, que incluye la construcción de 700 nuevas viviendas, se haga un parque temático en torno al Cantar. La idea es que ese complejo de ocio acoja un museo y un centro de interpretación cidiano. Y, a partir de ahí, que Vivar empiece a explotarse turísticamente».

Porque, a decir verdad, la cuna del Cid siempre estuvo dejada de la mano de Dios. De hecho, los vecinos aguardan la llegada del VIII centenario del Cantar entre la ilusión y el escepticismo. Están escaldados, y no les falta razón: del maná prometido por la Diputación de Burgos con motivo del IX centenario de la Muerte del Cid, celebrado en 1999, apenas quedan unos mojones que señalizan el Camino del Destierro.

A la entrada del consistorio cuelga una copia facsímil de la Carta de Arras de Rodrigo Díaz de Vivar (especie de testamento realizado tras su boda, donde hace donación de sus bienes a su esposa), y en un rincón descansa una estatua del héroe. Esculpida en granito en 1963, no destaca precisamente por su donosura. «Se nota que el escultor era valenciano, porque esos labios tan gruesos, más que castellanos parecen moros», comentan las hermanas Esperanza, Marisol y Amelia Ubierna mientras son maquilladas para las fotos. Hijas de un ex alcalde del pueblo, las tres añoran la época en que su abuela Trinidad recitaba de memoria versos del Cantar, y reconocen la vergüenza que sentían de niñas cuando «venían autobuses de turistas preguntando por el Campeador y no teníamos nada representativo que enseñar. Y el caso es que ahora seguimos prácticamente igual. Si El Cid hubiera nacido en Cataluña, otro gallo nos cantaría», se lamentan, resumiendo el sentir general de los vecinos.

Actores. De repente, la desmochada estatua (que sirvió de molde a otra colocada en el centro del pueblo), parece mirar de reojo a su homólogo de carne y hueso. Y es que, más de 900 años después de su muerte, el héroe se ha reencarnado en un empleado de Campofrío. El afortunado se llama José Andrés Pérez, tiene 40 años y su Tizona habitual es un afilado cuchillo con el que despieza carne en la sección de fileteado de esta empresa jamonera, con sede en Burgos. Vocal de la Asociación Cultural Vivar, Cuna del Cid, el próximo 7 de julio volverá a ponerse, con su 1,80 m de estatura y por segundo año consecutivo, en la piel del Campeador. «Me tocará inaugurar de nuevo la semana cidiana con un discurso, como si después de varios siglos hubiera regresado al pueblo donde nací», comenta en presencia de su amiga Sonia Herrera, una tímida Jimena de 28 años que trabaja en la misma empresa envasando filetes.

No hace mucho, Vivar ni siquiera figuraba en los mapas. «El viajero no encontrará en las guías ni una sola palabra que le encamine a Vivar, pues en ellas no verá el nombre de tal aldehuela», señalaba Ramón Menéndez Pidal en su estudio histórico La España del Cid (1929). Durante su viaje de novios visitó el «solar del Cid» y lo describió así: «Tiene 60 casas, con menos de 200 habitantes. Entre ellos abunda notablemente el tipo rubio, garzo y aguileño. Las casas, de cuadrada simplicidad, se repelen esquivando la medianería, como descomunales dados caídos al azar. La mayoría de ellas llevan en su interior la cocina antigua, con chimenea de ancha campana, bajo la cual se reúne la familia para reanimarse de las crudas heladas invernales, mientras el humo va curando la matanza».

Los dados caídos al azar siguen ahí, aunque, tras la declaración de Vivar como sitio histórico, sus calles fueron rebautizadas con nombres que evocan el Cantar, Camino del Destierro, Doña Elvira o Avenida del Cid. Según el historiador Gonzalo Martínez Díaz, catedrático emérito de Historia del Derecho de la Universidad de Valladolid y autor de El Cid histórico (Planeta, 1999), «hasta 1960 los agricultores de Vivar seguían usando el arado romano. El pueblo ha cambiado más desde los años del desarrollismo hasta hoy que en los nueve siglos anteriores, porque las circunstancias económicas influyen más que las políticas».

Herencia. Con una extensión de 584 hectáreas, Vivar del Cid es hoy, desde el punto de vista administrativo, una pedanía de Quintanilla de Vivar. Ambos núcleos distan entre sí apenas un kilómetro y, entre los dos, suman unos 700 habitantes. «La rivalidad entre ambos pueblos viene de antiguo», reconoce la alcaldesa de Quintanilla, Inmaculada Palacio. ¿Y queda algo del carácter del Cid entre sus habitantes? «Sienten el orgullo de la tierra y son guerreros en otro sentido. Están bastante divididos entre ellos por cuestiones de lindes y pelean para sacarle los cuartos al Ayuntamiento». Pese a mantener que «no hay huellas históricas del Cid en Vivar», José Luis Corral, profesor de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza y autor de la novela histórica El Cid (Edhasa, 2000), cree que «de alguna forma, sus gentes han heredado su carácter duro y austero, así como su espíritu de resistencia; su figura sigue viva en esa zona, pero es una imagen deformada por siglos de manipulación y falsedades», sentencia.

La cercanía con Burgos ha convertido a la cuna del Cid en una aldea dormitorio. Los únicos negocios son dos restaurantes, una gasolinera y una casa rural. No hay panadería ni carnicería ni farmacia, aunque sí reparto ambulante y, en breve, se abrirá una dependencia farmacéutica. La mayoría de los 153 habitantes (250 censados) trabaja en la capital. «Apenas quedan 25 del pueblo, y de éstos sólo dos son agricultores. Por cierto, no hay moros a la vista: los únicos residentes extranjeros son una pareja de ecuatorianos. Por suerte, cada vez hay más niños: el año pasado hubo 11 nacimientos y 15 defunciones», notifica el cura del pueblo, José Luis López, que asegura conocer hasta la estatura del Cid: «1,56 cm, mucho más canijo que Charlton Heston». ¿Y cómo lo sabe? «Santo Domingo decía que medía 2 cm menos que el Cid, y el de Silos sólo medía 1,54».

Prosigue este buen cura que hasta estas tierras han llegado turistas —»sobre todo de Valencia e Hispanoamérica»— jurando ser descendientes del Campeador y perjurando apellidarse Díaz de Vivar. «Pero después de 900 años es muy difícil seguir la genealogía. Y lo es porque hasta 1580 no se inscribían las partidas de nacimiento». ¿Al menos los lugareños sienten el orgullo de ser parientes del Cid? «Si se vende el terreno, sí; si no, no. ¡Nuestro paisano no deja dinero!», advierte con sorna castellana. ¿Y tiene usted mucha clientela? «La verdad, cuesta hacerlos entrar en la iglesia. Con las jornadas intensivas de trabajo, hay matrimonios que sólo libran y coinciden un domingo de cada mes, y eso complica mucho la convivencia».

Entre los notables del pueblo también está Timoteo Riaño. Catedrático de Literatura Medieval, ya jubilado, es autor, junto a su mujer, María del Carmen Gutiérrez-Aja, de una monografía de tres tomos sobre el Cantar; un arduo trabajo de trascripción paleográfica. Tras 40 años de dedicación al poema —antes de trasladarse a Vivar en los 70 empezó a estudiarlo en Burgo de Osma (Soria)—, no le cabe duda de que «fue escrito por Per Abat en 1207, y no en 1307 como decía Menéndez Pidal».

Timoteo defiende cada dato, cada fecha, como si en ello le fuera la vida. No sabe cuándo ni cómo vino a parar el manuscrito de la copia del Cantar al Concejo de Vivar del Cid, pero tiene documentado que permaneció allí hasta 1745. «Después, se llevó al Convento de las Clarisas del pueblo», relata con detectivesca delectación. «En 1776, Emilio Llaguno y Amírola, a la sazón secretario de Estado, sacó el manuscrito del convento y se lo entregó a T. A. Sánchez para su estudio y edición, con la promesa de devolverlo a Vivar, lo que no se ha cumplido hasta nuestros días. En 1854, el marqués de Pidal compró el códice ante el peligro de que saliera de España con destino al Museo Británico, y más tarde fue heredado por don Alejandro Pidal y Mon. En 1960 pasó a manos de la Fundación Juan March y, a día de hoy, se guarda en la Biblioteca Nacional».

Paseando por el camino Rioseras, que pisó el Campeador rumbo al destierro, llegamos al antiguo barrio de Villentro. Aquel «barrio de adentro» es hoy una finca desolada. Cerca del castillo de Sotopalacios todavía sigue en pie uno de los molinos, hoy convertido en vivienda, que, según Timoteo, perteneció al Cid. «Del señor de los molinos habla con desprecio Asur González en el Cantar», señala, y recita estos versos:

¡Quién nos daría nueva de Mío Cid el de Vivar!
¡Váyase a río de Ubierna los molinos a picar
Y a cobrar maquilas, como las suele cobrar!

Timoteo ha logrado transmitir su entusiasmo a su hijo José María, dueño de la casa rural Camino del Cid y vestido de caballero para la ocasión. Sus huéspedes pueden elegir entre siete habitaciones numeradas con las fechas clave de la biografía del héroe. Además de hospedero, José María Riaño es autor de la página web del pueblo; en ella enlaza con la de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, donde está la monografía de sus padres. Dice que la casa rural se mantiene gracias a los turistas de Madrid. ¿Vienen preguntando por el Cid? «No mucho, la verdad; uno de cada 100».

Son las tres de la tarde. Después de ir al encuentro de los «lugares cidianos» —el Molino del Cid, el castillo de Sotopalacios y el Convento de las Clarisas—, empieza a apretar el hambre. Para saciarla, nada mejor que degustar las exquisitas alubias con almejas que sirve Javier Alonso en su Mesón Molino del Cid, desde donde parte la legua cero del Camino del Destierro. «Tal privilegio nos costó Dios y ayuda, porque Burgos reclamaba todo el protagonismo», comenta el mesonero. De las paredes cuelgan diversas escenas cidianas, así como copias de las espadas del Cid: Tizona y Colada. Pero el tesoro más preciado es una reproducción facsímil del documento de donación hecha por el Campeador a la iglesia de Valencia. Al final del manuscrito se lee «Ego Ruderico» (Yo, Rodrigo). «Ningún país tiene la fortuna de conservar el autógrafo de su héroe épico en un documento histórico», asegura Javier con su habitual entusiasmo. Siempre dispuesto a dar charleta a los turistas con tal de que se marchen contentos, le duele que vengan con «fe e ilusión» y se vayan decepcionados. «Hace tres años vinieron unos profesores de filología española de la Universidad de Sydney. No encontraron ni un triste museo. Al final, se llevaron tres saquitos de tierra y unas fotos antiguas del pueblo que les regalé; a los 15 días me enviaron un azulejo con un canguro, excusándose ‘por no tener la historia que ustedes tienen’, y me invitaron a Australia».

En vísperas del IX centenario de la muerte del Cid (1999), Burgos propuso hacer una semana cidiana. «Pero al ver que nos querían quitar protagonismo lo organizamos nosotros», rememora Javier Alonso.

La sesión de fotos acaba con Doña Elvira y Doña Sol (Judith y Lidia, en cuarto de primaria) cerca del castillo de Sotopalacios. «¡Te mato, mataste a mi padre!», repiten con dramatismo. Pero no ensayan un verso del Cantar, sino una frase de la telenovela Rubí. Son teleadictas. A la espera de recibir el maná del VIII centenario del Cantar, la alcaldesa se despide con un deseo: «Para volver a poner a Vivar en el mapa, lo más efectivo sería que otro Anthony Mann volviese a rodar El Cid». A ser posible, con Brad Pitt y Angelina Jolie en los papeles de Charlton Heston y Sofía Loren.

Sobre el pueblo burgalés de El Cid en www.vivardelcid.com

SUS FIELES CABALLEROS DEL SIGLO XXI

Además de ser el dueño del castillo de Sotopalacios, César San José es el clavero de la Hermandad de Caballeros Hijosdalgos de Río Ubierna e Infanzones de Vivar del Cid. Sus miembros –61 hidalgos infanzones, en recuerdo de la hueste fiel que acompañó al Campeador en su destierro– sostienen que esta hermandad fue fundada en 1026 por el padre del Cid, conquistador de los castillos de Ubierna y La Piedra al rey García de Navarra en 1050. “Tiene un carácter religioso, social y cultural. Su fuerza radica en que fue una institución medieval muy ligada al ámbito cidiano.

Para nosotros, los valores del Cid –lealtad, valentía, amor a la familia y sentido de la justicia– representan la idiosincrasia del pueblo castellano”, explica el secretario, Juan Carlos Romero, de 65 años. Ni que decir tiene que algunas reformas sociales emprendidas por Zapatero (bodas homosexuales, divorcio exprés…) les espantan. “Entre las condiciones que han de concurrir en los caballeros y damas de la hermandad están ‘proteger y defender la fe católica, promover el culto a nuestros patronos (Nuestra Señora de Montes Claros y Santiago el Menor) y vivir conforme a las normas de la moral, recto proceder y conducta intachables vigiladas por el canciller’. En definitiva, ser una persona verdaderamente cidiana y demostrarlo con ejecutorias”. Serrano Súñer (el cuñadísimo de Franco) fue uno de sus miembros más ilustres.

EL POEMA DE MÍO CID

Este cantar, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional, es la obra de poesía épica más antigua que se conserva. Se publicó por primera vez en 1779 a partir de un manuscrito, fechado en 1207, del amanuense Per Abat. Consta de 3.733 versos distribuidos en tres cantares –“Cantar del destierro”, “Cantar de las bodas “y “Cantar de la afrenta de Corpes”– que narran las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, los preparativos de las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión, el ultraje de éstos y la venganza del héroe.

 

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