El calígrafo de oro

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Nunca necesitó cartilla, desde niño escribía con buena letra. José María Passalacqua cree que la caligrafía enseña disciplina, ritmo y motricidad.

De su mano han salido elegantes letras en movimiento, trazos llenos de vida y estados de ánimo con rastro de tinta. En plena era digital, resulta paradójico que alguien se dedique al «arte de escribir bello» y que además sea reconocido por ello. Es José María Passalacqua (Buenos Aires, Argentina, 14 de abril de 1971), amanuense predilecto de aristócratas, agencias de comunicación y marcas de lujo. Especializado en caligrafía para eventos, este argentino afincado en Madrid desde hace 15 años escribe invitaciones a mano con la paciencia de un monje benedictino. Sus creaciones son pequeñas obras de arte.

Passalacqua trabaja a solas, en silencio y a destajo en su casa-estudio del barrio de Lavapiés, donde recibe a FS una soleada mañana de junio. Tintas, plumas, pinceles, tiralíneas y papeles de distintas texturas se amontonan en su mesa de trabajo. Con la llegada del buen tiempo los eventos se multiplican, pero por desgracia él no tiene varias manos como el dios Shiva. «Llevo dos meses colapsado. Acabo de dejar colgada a una novia: no me ha dado tiempo ni siquiera de hacer los sobres para su boda», afirma estresado.

Menudo, de vivos ojos azules y quijada cervantina, no puede ocultar su emoción ante un pedido inminente que le tiene «en nervio vivo». Hace poco, sin que él lo sospechara, en Gucci Milán vieron los trabajos que cuelga en Facebook e Instagram (@neptuno_madrid) y, tras pedirle unas pruebas, le propusieron viajar a Nueva York para caligrafiar las 400 invitaciones de la Colección Crucero 2016, diseñada por Alessandro Michele. Entre los invitados al desfile (celebrado a mediados de junio) figuraban Rihanna, Beyoncé o Dakota Johnson. «Para mí esto es la bomba, pero al mismo tiempo me provoca una presión muy grande. Está el miedo a fallar, a trabajar en una lengua que no es la mía… Los de Gucci ya me han mandado el papel definitivo, pero tiene exceso de algodón y no hay ninguna tinta que vaya bien, salvo una de agallas de roble que me han dado unos amigos, porque no expande. Estoy experimentando con tintas comerciales y goma arábiga. Además, viajar a Nueva York con 300 frasquitos de tinta es muy arriesgado. ¿Y si me los requisan?», resopla el calígrafo.

Perteneciente a una familia de inmigrantes genoveses, nieto e hijo de ingenieros aficionados a la caligrafía, desde niño destacó por su buena letra. La técnica perfecta de su abuelo Manuel, y el trazo personalísimo de su padre Santiago, dejaron en él una impronta indeleble. «Yo me quedé con el latido». Tras estudiar Diseño Gráfico en Buenos Aires, en 2000 se plantó en Madrid apremiado por una historia de amor que pronto se frustró. Pero sus expectativas no eran solo sentimentales. Durante los primeros años trabajó para Spanair (donde llevó la imagen corporativa), y sus primeros clientes como calígrafo fueron la correduría de seguros Aon Gil y Carvajal, Citroën, Telva… Hasta que, harto de lidiar con algún jefe, decidió retomar su verdadera vocación.

En esas andaba cuando la hija de un exbanquero llamó a su puerta para encargarle las invitaciones para su boda. «Hasta entonces la gente no sabía si Passalacqua era una señora, un robot o un perro», bromea. Aquel golpe de suerte le abrió las puertas a otros bodorrios de alcurnia y su nombre empezó a sonar. Desde entonces no ha parado: su caligrafía es la carta de presentación de marcas de lujo como Hermès, Louis Vuitton, Dior o Loewe; ha creado títulos para películas y libros e, incluso, personalizado botellas de champán. También es profesor de Estilos Históricos en el Instituto Europeo di Design (IED) de Madrid.

PREGUNTA. ¿Podría definirse en un par de trazos?

RESPUESTA. Soy un artesano calígrafo que escribe de acuerdo a como siente. Vengo del Diseño Gráfico, y por eso la composición forma parte también de mi caligrafía. Por momentos soy muy constructivista, estoy alineando todo el rato, pero en otras ocasiones puedo ser completamente anárquico.

Gucci. Caligrafió sobre una mariposa 400 invitaciones para la presentación de la colección en la Milan Fashion Week Primavera Verano 2016.

P. Su nombre se asocia al lujo y a los saraos más elitistas, pero su trabajo conlleva una existencia casi monacal. ¿Cómo lleva esa doble vida?

R. En realidad soy un artesano solitario y tímido que ha acabado trabajando para el sector del lujo. Me identifico con aquella viejecita del documental que bordaba para Chanel en su casita de campo.

P. ¿Qué tiene de especial el estilo Passalacqua para que una marca como Gucci se fije en usted y le proponga viajar a Nueva York para caligrafiar in situ las invitaciones de su último desfile?

R. A la gente le gusta mucho el movimiento que imprimo a mis composiciones. Algunos colegas me dicen: «Qué vida tiene tu letra». Puede que esa curva no salga perfecta, pero lo importante es que la mano esté ahí detrás. A mis alumnos les digo que le pongan corazón. No quiero el trabajo perfecto; lo que necesito es que expresen cosas.

Hermès. Invitación para la fiesta Le Bal de Soie. Barcelona, 2015.

P. ¿Hay que tener una especial sensibilidad para dedicarse a este oficio?

R. Sensibilidad, curiosidad cultural y disciplina. Si hay que sacrificar un sábado por la noche, pues se sacrifica. Cuando la gente me dice: «Qué suerte tienes», yo respondo: «Suerte no, me lo curro».

P. Según Claude Mediavilla, maestro de calígrafos y artista de la abstracción, la caligrafía es «el arte de escribir bello». ¿Está de acuerdo?

R. En la caligrafía de protocolo, que es mi especialidad, el resultado tiene que ser bello. Mis clientes de confianza suelen darme rienda suelta, pero esperan ciertos cánones, porque hay trabajos que tienen que tener cierta legibilidad. Aunque esto es relativo, porque estamos tan acostumbrados a la tipografía que hemos perdido capacidad de leer caligrafía.

P. Con la irrupción de las nuevas tecnologías, la escritura a mano parecía tener sus días contados. Sin embargo, su oficio parece resurgir. ¿A qué cree que se debe este revival?

R. Al margen de que sea moda, la caligrafía entronca con el trabajo hecho a mano, con esa búsqueda constante de hacer algo para sentirse vivo y útil. Está quien, en lugar de tomarse un Prozac, se pone a hacer caligrafía, y quien se apunta a un taller de caligrafía como una salida profesional.

Galería Mad is Mad. Logo para la expo Flora Fauna. Madrid, 2015.

P. ¿Este auge tiene que ver con el deseo de volver a hacer las cosas despacito y con buena letra?

R. Sí, está ligado con el concepto del slowlife [vida lenta]. Yo estoy a 10.000 revoluciones, pero mi trabajo exige cierta lentitud y conexión.

P. En cualquier caso, lo hecho a mano, ya sea un bolso de Loewe o una invitación manuscrita, hoy se considera el auténtico lujo.

R. Hasta los años 90 la perfección se buscaba en las cosas hechas en serie. Ahora no: se prefiere que el dobladillo esté cosido a mano. Por cierto, una vez al mes voy a numerar y personalizar tiradas específicas de Loewe, 1.200 libros en total…

P. ¿Qué herramientas utiliza?

R. ¡De todo! Desde cola-pen [un tipo de pluma que yo mismo hago a mano con restos de latas de coca cola] hasta los dedos, pasando por rotuladores, pinceles, escobillas, rímel de pestañas y por supuesto plumas y plumillas.

Bulgari. Epígrafe explicativo para las joyas de su exposición.

P. Los niños españoles de mi generación aprendimos a escribir con los famosos Cuadernillos Rubio de caligrafía y matemáticas. ¿En su Buenos Aires natal también utilizaban este tipo de manuales?

R. Cuando tenía 10 años yo veía que algunos compañeros los usaban, y a mí me parecía genial, pero mis padres me decían: «Pero vos para qué los querés, si tenés buena letra». Éramos una familia de clase media del barrio de Bernal.

P. Tengo entendido que su abuelo y su padre, ambos ingenieros, le contagiaron su afición por la caligrafía…

Alquian.com Pieza única para celebrar su primer aniversario.

R. Sí, empecé con los catálogos de Speedball del año 31. Miraba los ductus [las flechitas que te dan la orientación, el orden y la cantidad de trazos] pero no entendía lo que había alrededor de cada letra. Lo que hacía era copiar y calcar esas letras. Así iba armando los textos y los recorridos tipográficos que 15 años después me servirían de base cuando empecé Diseño Gráfico. Además, a los 5 años mi padre ya me había puesto un Rotring 0.2 y un lápiz 0.5 en la mano, lo que me ayudó a trabajar con mucha precisión. Si a eso añades la disciplina y el afán de perfección que me inculcó mi madre… «Puedes hacerlo mejor», me repetía.

P. En las escuelas de Finlandia la caligrafía tradicional será optativa a partir de 2016, mientras la mecanografía se impartirá desde el primer año. ¿Qué consecuencias puede tener esta medida?

R. Lo desconozco, pero si lo pensaron los finlandeses alguna razón tendrán… [risas].

Sus utensilios. El cola-pen es una especie de pluma que se fabrica uniendo a un mango de madera una hoja de metal procedente de una lata. Desde 2012 se comercializan a través de la marca argentina Luthis. En España se pueden adquirir en Typo Estudio a un precio de 10 euros la unidad.

P. La razón es que la caligrafía quita demasiado tiempo a los alumnos y no parece que tenga aplicación práctica en un futuro.

R. Yo creo que a un niño la caligrafía le da una disciplina, un ritmo y una motricidad. ¿Por qué al principio nos pedían escribir con pluma? Porque la pluma opone cierta resistencia y hay que escribir despacio para que la forma sea mejor. Después, con el boli se va a toda leche y la caligrafía se pierde. En mi opinión, la caligrafía aporta identidad. Yo siempre supe que de la mano salía algo muy expresivo que nadie podía hacer igual, porque cada mano es única. Si en mis trabajos de diseño gráfico buscaba un punto de diferenciación era en la letra manuscrita.

P. ¿Padece alguna lesión propia del oficio?

R. En época de estrés tengo tendinitis. Y cuando tenga 70 años tendré los cachetes colgando porque trabajo con la cabeza agachada. ¡Y posiblemente me empiece a salir chepa! Para compensarlo, voy tres veces por semana a la consulta de Pablo Hebenstreit, preparador físico del Circo del Sol. Me pasa por una máquina que vibra y me deja como nuevo.

P. ¿Qué características debería tener un tipo de letra llamada Passalacqua?

R. Movimiento, expresividad, nervio… Passalacqua en italiano significa «pasa el agua», o sea, que algo líquido y de movimiento hay en mi vida. ¡Y eso que soy aries y fuego!

Tras esta entrevista, Passalacqua viajó a Nueva York con sus 300 frascos de tinta en la maleta para caligrafiar las invitaciones del desfile de Gucci. «Mi primera experiencia con esta marca ha sido fantástica. La tinta no se expandió en el papel de algodón y resolví el trabajo en tiempo y forma. A mitad del proceso me convocaron para ir a Milán para hacer 800 invitaciones para la presentación de su colección hombre», cuenta entusiasmado a su regreso. Muy a su pesar, este verano también dejará colgada a más de una novia.

Colegas escribanos

Aunque siempre ha sido una afición de minorías, cada vez son más los que asisten a talleres de caligrafía. Los profesionales más destacados están principalmente en Barcelona, Madrid y Bilbao. En la ciudad condal ha creado escuela el matrimonio formado por Keith y Amanda Adams (él inglés y ella estadounidense). Keith ha dado clases en las mejores escuelas de diseño gráfico de Barcelona (Eina y Elisava), y entre sus alumnos más aventajados están Oriol Miró e Iván Castro.

Ingeniero técnico industrial y diseñador gráfico, Miró está considerado «el Ferràn Adrià de la caligrafía». Según Passalacqua, «es un experimentador total con gran capacidad de reinventar estilos del siglo XV o XVI». Por su parte, Castro «trabaja el gesto más violento, con mucha potencia pero sin llegar a la abstracción», un terreno donde ha destacado el francés de origen español Claude Mediavilla. También en Barcelona está el argentino Ricardo Rousselot, propietario del estudio Grupo Erre, sin duda el que mejor ha traducido la caligrafía al diseño gráfico. «La caligrafía te enriquece, te agrega y te hace más humano», afirma este veterano calígrafo y tipógrafo, autor de los logotipos de La Casera, Ducados, Casa Tarradellas o El Corte Inglés, entre muchos otros.

Sobresaliente alumna de Miró, la bilbaína Begoña Viñuelas «posee un estilo femenino, elegante y delicado muy reconocible» que ella enseña en su academia Caligrafía Bilbao. Por último, en Madrid se han hecho un hueco expertas como Anna Coll, profesora en Deletras oIsabel Padilla.

Más información. En su Facebook e Instagram @neptuno_madrid

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