Por JUAN CARLOS RODRÍGUEZ . Fotografía CHEMA CORNESA P. ¿Qué le ha parecido el resultado de las elecciones americanas? R. Hubiera preferido a McCain de presidente, era mi favorito. No sé… Me caía más simpático. Todavía estoy impactado con su discurso: ha perdido, pero sin resquemor, felicitando a Obama por su victoria y dándole su apoyo. Tomo ejemplo de su comportamiento. Por otra parte, me alegra que EEUU haya superado el problema racial eligiendo a un presidente negro. Por encima de todo, hay que calibrar el interior de cada persona. P. Así que Alfredo El grande… El apelativo recuerda al rey inglés de Wessex (87ı-90ı), célebre por defender su reino contra los vikingos. ¿Qué reino defiende usted, contra quién lucha? R. El reino que defiendo a ultranza es el Reino de Navarra. Soy navarro de pura cepa, como mi madre. El navarro es noble, leal, va de frente y es amigo de sus amigos… ¿Contra quién lucho? Contra la injusticia. P. Hablando de injusticias: ETA ha vuelto a atentar en Pamplona, su ciudad natal. Estos «vikingos» imponen su ley colocando coches bomba… R. ¡Bah! Para expresar lo que siento tendría que emplear palabras groseras… ¡Son una pandilla de hijos de puta! P. ¿Hasta qué punto se ha desnudado en sus memorias? R. He hecho un destape total. Y encantado de la vida. P.Ni siquiera oculta el bochorno de los Goya. R. Fue un momento espantoso. Mi familia me llevó al neurólogo pero, tras hacerme todo tipo de análisis, sólo me diagnosticó un «choque emocional transitorio». P. Vamos, un gatillazo emocional… R. Exacto. Y mira que tenía todo el discurso preparado, pausas incluidas, pero se me fue todo de cabeza… Lo pasé fatal, eh, ¡fatal!, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Pero bueno, después he tenido que dar la cara, cuando me concedieron la Medalla de Oro de Madrid y el Premio Príncipe de Viana, y no me ha vuelto a ocurrir. P.Su desencuentro con Garci tuvo mucho que ver con aquel gatillazo. Al menos ha hecho las paces con su director fetiche, ¿no? R. Sí, un día pensé: «¿Voy a tirar por la borda 40 años de amistad tan profunda con José?». Y en julio le llamé por teléfono para pedirle perdón. P. ¿Cuál es su versión de ese desencuentro? R. A mí me llama la presidenta de la Academia de Cine, Ángeles González Sinde, para decirme que me iban a dar el Goya de Honor. Querían que me lo entregara José Luis y que el escenario recordara a la oficina de El crack, la película que rodé con él. Me pareció maravilloso. Pero a los cuatro días me vuelve a llamar y me informa de que José Luis le ha contestado «despectivamente» –el adverbio se me quedó grabado–, que ni hablar. Así que cuando él me llamó a casa para disculparse, le colgué el teléfono. P. Usted mismo reconoce que sus mayores defectos son la intolerancia y la falta de flexibilidad. R. Sí, yo tengo un pronto que mecagüen la leche… Muchas veces tengo que recular, porque el pronto me puede. P. Alfredo Landa, «bravo y manso a la vez». R.Claro, por eso le llamé para pedirle perdón. Hace un par de semanas cenamos juntos durante cuatro horas y me llevé una gran alegría. Recuperé un amigo. Nos despelotamos los dos y desde entonces soy más feliz. P. Se vive mal con el rencor… R. ¡Muy mal! No se vive. P. Antes de recibir el Goya honorífico había anunciado su retirada. ¿Cómo es su nueva vida? R. Cojonuda. ¿Sabes lo que más me gusta de este mundo? No hacer nada. Me acuesto tarde y no me levanto antes de las ı2. Luego, por recomendación del neurólogo, me voy a dar una vueltica de una hora y media por el barrio, porque los años son los años y conviene caminar. ¡Y yo ya tengo 75 años y ocho meses! El paseo me aburre, pero me encanta sentarme en un banco y recordar nostalgias. O ir al cine: suelo ir tres veces por semana. Y lo que no me pierdo nunca es la «misa de una» de los sábados: la tertulia con una decena de viejos amigos en este mismo hotel. P. Desvela que no pudo hacer Ninette ni Elsa y Fred porque un cáncer de colon se cruzó en el camino. ¿Por qué se negó a la quimioterapia? R. Después de que me extirparan los tumores, le pregunté al oncólogo si la quimio era obligatoria. «No, aunque es mejor prevenir», me dijo. Preferí no sufrir el trance, porque te jode vivo. Sólo sigo un tratamiento preventivo anual: análisis de sangre, escáneres, ecografías… Mi próxima revisión es el 20 de noviembre y ya he dicho que es la última colonoscopia que me hago, porque llevo seis y es una cabronada. ¡Si tengo que morirme, me muero! P. Entonces, ¿ahora está completamente recuperado? R. Perfecto. Gracias a Dios, mi mujer también se recuperó de su peritonitis y de su cáncer de pulmón. Llegó a estar muerta, pero ahora está estupenda. P. Llevan media vida juntos. Sin Maite, dice, «hubiera sido un gilipollas». R. Seguro. El 23 de septiembre celebramos nuestro 48 aniversario de boda. P. Supongo que ahora tiene más tiempo para hablar con Pepe (su ángel de la guarda) y con Manolo (así llama a Dios). ¿No se hacen los suecos? R. Hablo con ellos todos los días. Muchas veces, cuando reparo en las injusticias que veo a mi alrededor, me cabreo con Manolo y le digo: «¡Oye, Manolo, estoy hasta los cojones! Eres sapientísimo, misericordioso, buenísimo… ¡Echa una mano, joder!». P. La figura de su madre (Emilia) recorre todo el libro; el cariño entre ambos es evidente. Sin embargo, con su padre (Alfredo), un teniente de la guardia civil que se une al bando nacional, apenas tuvo relación… R. Sí, la relación con él fue más distante, aunque con los años me di cuenta de que era un hombre como había pocos. En ı945 le nombraron jefe de un pelotón de fusilamiento, pero sé negó a matar a nadie, y como castigo le encerraron seis meses en un castillo. Nunca me pegó. P. Su madre murió sin asistir a ninguno de sus estrenos. ¿Aún le duele esa espina? R.. No se dieron las circunstancias. Claro que a Manolo le he dicho: «Sabes la ilusión que me hacía, yo era su único hijo… Y te la llevaste antes». P. A doña Emilia no le hizo mucha gracia que su único hijo se dedicara a la farándula… R.. Tardé tres años en convencerla, quería que siguiera estudiando Derecho. ¿Sabes lo que le dije? «Si a los 40 años yo no soy feliz, te echaré la culpa a ti». Y ella, navarra de pura cepa, me miró y me dijo: «Vete». A los ocho días ya estaba en Madrid. P. Sí, con 7.000 pesetas en el bolsillo y una carta de recomendación que no le sirvió para nada. Pero, en el fondo, usted sabía que era buen actor. R.. ¡Y lo sigo sabiendo! En el TEU (Teatro Español Universitario) de San Sebastián, donde estrené 40 obras en cinco años, la gente iba a ver a El porras. Allí todavía me conocen por este apodo: tengo una nariz hermosa. P. ¿Cómo saltó del teatro al cine? R. Un día, en ı962, el productor Pedro Masó y el director José María Forqué se pasaron por el teatro María Guerrero, mi gran escuela durante cinco años, donde yo hacía Eloísa está debajo de un almendro. A la salida, Masó le recomendó a Forqué que me fichara para hacer al Castrillo de Atraco a las 3. «De dinero no vamos a hablar», me dijo Masó cuando entré en su despacho, «porque le ofrezco entrar en el cine por la puerta grande». P. Y pasito a pasito, con películas como Amor a la española, se especializa en perseguir a las suecas. ¿Cómo vivía aquellos rodajes? R. Maravillosamente bien. No me comía una rosca, pero me lo pasaba muy bien. ¡Yo era el rey del calzoncillo! P. Pero algunos críticos fueron muy duros con Landa y el landismo. R. Sin duda. Una vez me encontré a mi madre llorando después de leer los recortes de la agencia Camarasa. «En el Faro de Vigo piden tu expulsión del país», me dijo. «Con lo buen hijo y buen marido que eres». Lo que no sabía es que en esta vida hay mucho hijo de puta… P. No se muerde la lengua al hablar de algunos compañeros de viaje: desde el «robapapeles» López Vázquez hasta el «timador» José Luis Dibildos. R. Dibildos me embaucó para que firmara un contrato leonino por tres años: a cambio de pagarme 90.000 pesetas al mes, él se quedaba con el beneficio de todas las películas que rodara en ese periodo. La culpa la tuve yo; ¡por tonto, por gilipollas, por no mirar la letra pequeña! Como no había forma de romper ese acuerdo, una noche pensé en acabar con él. «Hay que matar a Dibildos», me dije. P. ¿Se sintió más reconocido cuando se pasó al cine serio? R. El llamado cine serio simplemente era un cine mejor hecho, mejor escrito y considerado. En ese sentido, El puente, de Juan Antonio Bardem, supuso para mí un punto de inflexión. P. En Los santos inocentes, de Mario Camus, usted interpreta a Paco El bajo, el ayudante del señorito. ¿Ha sido el papel de su vida? R. No, porque hacer Paco El bajo es fácil. Es tan maravillosa la novela, el papel, la dirección de Camus… Estoy más orgulloso de mi interpretación en Las verdes praderas, que para mí es la mejor película de Garci. Ahí estoy mejor que en El bosque animado y La marrana, mis dos Goyas. P. Alcanzó gran popularidad en televisión con la serie Lleno por favor, donde interpretaba a un hombre conservador y moralista que regentaba una gasolinera. ¿En qué se parece Don Alfredo a Don Pepe? R.. Yo también soy derechas. Y como él, vivo en la calle Comandante Franco. P. ¿Nostálgico del franquismo? R. No, no, no. ¿Reaccionario yo? Noooo. Eso sí, escucho todas las mañanas a Federico Jiménez Losantos. P. Es ideal para salir cabreado de casa. R. Es que el cabreo es vital. ¡El que no se cabrea no siente, no vive, no nada! |
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