Rafael Moneo, un genio entre los grandes

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1308748025_0Único español con el Premio Pritzker, el artífice de la ampliación del Prado es uno de los personajes Fuera de Serie 2011, en colaboración con Dom Pérignon. Su obra atemporal no comulga con los artefactos del ‘star system’.

No por casualidad, Rafael Moneo nos cita en el claustro de la Iglesia de los Jerónimos, cuya rehabilitación formó parte de la ampliación del Museo del Prado que él concluyó en 2007. Desde el principio, el arquitecto navarro (Tudela, 9 de mayo de 1937) deja entrever su querencia por este espacio, como esos padres que sienten debilidad por el hijo más difícil. Cuatro años después de la inauguración del ‘cubo de Moneo’, conectado por un pasadizo con el Pabellón de Villanueva, la polémica mediática que le obligó a hacer modificaciones sobre la marcha parece disipada. Con aire de sabio despistado, sopesando cada frase, reconoce que ésta ha sido su obra más complicada. Pero el paso del tiempo parece haberle dado la razón. «Una vez difuminadas las asperezas, tengo la satisfacción de haber contribuido a que un edificio tan notable vea su próximo futuro. Tras mi intervención, creo que la gente se mueve con naturalidad por el Prado, lo que hace que sientan esta obra como propia», dice el artífice de edificaciones tan emblemáticas como la ampliación de la estación de Atocha, el Museo Romano de Mérida, el auditorio Kursaal de San Sebastián o la catedral de Los Ángeles.

Único español con el Premio Pritzker (1996), Moneo está considerado uno de los 10 mejores arquitectos del mundo. Académico de Bellas Artes y respetado profesor (ha ejercido la docencia en las universidades de Lausanne, Princeton y Harvard), le avalan también el Premio Nacional de Arquitectura (1961), el Mies van der Rohe (2001) o la Medalla de Oro de la Arquitectura (2006). Eso sí, absténganse de encargarle caprichosos artefactos: a diferencia de los star arquitects, que muchas veces brillan pero no alumbran, sus obras están alejadas de toda retórica.

PREGUNTA. ¿Es usted la antítesis de Santiago Calatrava?

RESPUESTA. No puedo contestar a esa pregunta porque no me veo compitiendo con él.

Tras las fotos en el claustro, sugiere continuar en el parterre que separa los Jerónimos del Prado, con el gorjeo de los gorriones de fondo. Enfundado en un ligero traje, el ex responsable del departamento de Arquitectura de Harvard se sienta en un banco y adopta la postura de El pensador de Rodin. Escucha y contesta con el gesto reconcentrado, la mano en la barbilla, los ojos cerrados. Ahora estamos frente al cubo. «Bueno, lo del cubo es un malentendido», corrige su autor. «Se hizo un paralelismo con los del Kursaal, que aluden a una estética próxima a Oteiza, pero el proyecto del Prado no tiene nada que ver. La finalidad fue conseguir un ámbito urbano; una solución que no excluye la complejidad interior».

La mayoría de sus obras son discretas por fuera y complejas por dentro. Así, en la catedral de Los Ángeles «hay un esfuerzo por volver a encontrarse con las matrices de aquella arquitectura religiosa que nacen de la planta cruciforme, de la orientación y de las circunstancias que se dan en aquel lugar». Entre sus señas de identidad, los espacios compactos y la luz cenital. Busca la durabilidad y el diálogo con la evolución histórica: sus edificios tienen vocación de eslabón. «Dialogan con el lugar y con la ciudad, atienden con armonía las necesidades humanas y logran un intemporal equilibrio entre inteligencia y experimentación», señala Antón Capitel, autor de un monográfico sobre el artista publicado por la revista Descubrir el arte. Nuestro Pritzker es un hombre discreto que lleva a un filósofo en su interior.

El Northwest Corner Building, de Moneo, acoge laboratorios de la Universidad de Columbia (EEUU).

Educado en un colegio de jesuitas de Tudela, con temprana afición por la pintura, en su juventud pensó estudiar Filosofía y Letras, aunque su padre, ingeniero industrial, lo abocó a la arquitectura, su vocación frustrada. A los dos años de llegar a Madrid ingresó en la Escuela de Arquitectura, donde llegaría a ser catedrático de Composición. Luego, Sáenz de Oiza (edificio Torres Blancas) le eligió como ayudante y le cambió la vida. Años después, el maestro comentaría sobre su alumno más aventajado: «Es valiente y prudente. Su obra tiene rigor, exactitud y prudencia, ese equilibrio de los clásicos que han sido revolucionarios».

P. ¿Se siente así, un clásico?

R. Ya me gustaría. No tenía presente esa cita, pero la entiendo como expresión de cariño.

De sus dos años junto a Oiza, aprendió una forma de ser arquitecto, su exigencia por resolver los problemas que entraña un proyecto. «Me dejó ver la grandeza de esta profesión». Al acabar su carrera, en 1961, fue a la búsqueda del danés Jorn Utzon: se forjó en su estudio y colaboró en el proyecto de la Ópera de Sidney. Se ha dicho que sus trabajos son una versión suavizada del estilo nórdico. Entre sus referentes, Alvar Aalto y Aldo Rossi: «Me gustaría que mi obra mantuviese presente el propósito de respeto al uso y los materiales de Aalto; y me identifico con la importancia que Rossi dio a la conexión entre arquitectura y ciudad, el rasgo más importante de mi trabajo», comenta este erudito en la historia de la Arquitectura.

Casado y con tres hijas -dos comparten su profesión-, Moneo no tiene una ciudad favorita; su suerte como arquitecto, dice, es haber hecho suyas las urbes donde ha trabajado, de Madrid a Nueva York pasando por Pamplona. «Viajar me ha acostumbrado a no excluir».

El navarro a las puertas del claustro de los Jerónimos (Madrid). Fotografía: A.F.El navarro a las puertas del claustro de los Jerónimos (Madrid). Fotografía: A.F.

P. ¿Existe un ‘estilo Moneo’?

R. Creo que no. Sin embargo, he tratado de responder de manera consecuente a la singularidad de cada proyecto. Es el modo de pensar lo que se mantiene, tanto o más que un estilo. Pero, últimamente, éste se persigue como meta…

A la vista está que no comulga con esa moda. Si le eligen a él entre otros profesionales es -además de porque gane el concurso- por su racionalidad y eficiencia. «Mi arquitectura no está tan tentada por la provocación, sino por encontrar solución a cada problema. Algunas instituciones, como las universidades de Columbia, Princeton y Harvard, que me han encargado laboratorios, me han elegido por eso. A veces, buscan un arquitecto pensando en el brillo de la inauguración, pero eso conlleva un coste adicional que otros clientes más exigentes con los recursos y la funcionalidad no pueden permitirse». Asegura que siempre ha trabajado con presupuestos ajustados que no «se salieran de madre». Pone como ejemplo el Kursaal y el Guggenheim, que se construyeron en el mismo tiempo. Es más, opina que «disponer de recursos racionales puede que a la larga se convierta en una ayuda para el arquitecto». Menos es más.

P. A Eduardo Souto de Moura le han otorgado el Pritzker «por unir poder y modestia». ¿Se identifica?

R. En proyectos como el Estadio de Braga aparece la noción de poder al enfrentarse al medio natural. Sin embargo, la última definición formal de su obra transmite modestia.

P. ¿A la arquitectura del ‘star system’ le falta modestia?

R. La osadía va, muchas veces, acompañada de falta de conciencia del propio talento. En ella no hay modestia.

P. ¿Qué peligro entraña elegir a un arquitecto estrella por el impacto que provoca su fama?

R. Muchísimo; no se lo recomendaría a ningún alcalde. Esta moda es un disparate. La prueba es que no cabe citar muchos casos, como el de Bilbao con su Guggenheim, en que el proyecto de ciudad y la oferta arquitectónica coincidan. No es que ésta no necesite de esos momentos monumentales que acaban caracterizando su imagen. Pero no se producen por contratar a un arquitecto que, supuestamente, es la punta de lanza de la vanguardia. Una ciudad no se construye con artefactos…

El mismo año que Moneo fue galardonado con el Pritzker de Arquitectura (1996), el vintage de Dom Pérignon obtuvo la mejor puntuación de toda su historia.El mismo año que Moneo fue galardonado con el Pritzker de Arquitectura (1996), el vintage de Dom Pérignon obtuvo la mejor puntuación de toda su historia.

P. Su amigo Antonio López dijo que «Velázquez no tiene ninguna obra prescindible». ¿Se siente orgulloso de todos sus edificios?

R. Seguro que la gente y los críticos discriminan acertadamente cuando prefieren unas obras a otras. Pero ninguna de mis obras me ha aliviado. Nunca he pensado que alguna tuviera menos valor. Todas han reclamado el mismo esfuerzo.

Son las dos de la tarde. Moneo, que a sus 74 años es abuelo de cinco nietos, decide dar un paseo. Sin rumbo fijo, acabamos tomando una caña en una cafetería próxima al Hotel Ritz. Por el camino habla de sus proyectos en marcha: la ampliación de Atocha, el Laboratorio de Neurociencia y Psicología en Princeton, un complejo residencial y comercial en Udine (Italia), la parroquia Iesu de San Sebastián, el Centro de Arte Contemporáneo de la Universidad de Navarra… ¿Cumplir años le resta ambición? «Mientras haga el trabajo con ganas no puedo abandonar mi profesión. Me siento con fuerzas». Aún saca tiempo para visitar su bodega de Olmedo (Valladolid), La Mejorada, dos o tres veces al mes. «Producimos 40.000 botellas de tres variedades. El vino está muy bien. ¿Lo ha probado? Empezamos hace 10 años. Desgraciadamente, el tiempo se va tan deprisa…», suspira sin dejar de contemplar los edificios que, en señal de respeto, se inclinan a su paso

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