Sarasketa, cazador con pedigrí

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Le llaman el padre de todos los cazadores. Abanderado de la defensa de esta actividad, el eibarrés Juan Antonio Sarasketa desciende del armero real de Alfonso XIII.

Como la mayoría de los cazadores, Juan Antonio Sarasketa ha tenido que enfrentarse a un terrible antagonismo: querer matar lo que más desea. Es decir, la pieza a abatir, ya sea perdiz roja, corzo, becada o jabalí. «Lo que más le gustaría a un cazador es devolver la vida al animal tras habérsela arrebatado», reflexiona este noble y enérgico eibarrés, considerado una autoridad en el sector cinegético español. Perteneciente a una ilustre familia de cazadores y armeros, nació encima de la fábrica de escopetas el 20 de octubre de 1942.

Para explicar ese extraño deseo de querer resucitar a su presa, rememora una anécdota no apta para animalistas veganos: «Un día, después de perseguirlo durante un mes, el corzo se puso a tiro, disparé y cayó. Es un animal pequeño, alegre, vivo, tan bonito que incluso tiene pestañas. Al acercarme vi que estaba llorando; pude ver sus lágrimas. Parecía que me decía: ‘¿Quién eres tú para quitarme la vida? ¿Qué te he hecho yo?’. Durísimo, ¿eh? Pero te cargas de razones y, para que no sufra, lo rematas. Como cazador tienes que matarlo. Quitando los lobos, el corzo no tiene grandes depredadores. Aunque duela en el alma, hay que retirarlo. Si no se cruzará con sus hijas y eso acabará provocando problemas de consanguinidad en la zona».

–Aquello debió de ser como matar a Bambi…

–¡Qué daño nos hizo Bambi! Pero en la naturaleza impera la ley del más fuerte. La corza deja sola al chivito, le da de mamar solo un momento y se va, a pesar de que están rodeados de zorros. La naturaleza es muy dura, y el deber del cazador es regularla.

Nos recibe un día lluvioso de enero en la tienda de escopetas familiar, Sarasketa, que hoy regenta su hijo Íñigo en Amorebieta, aunque él reside desde hace años en Durango. Empieza hablando de la temporada de caza, que en términos generales se extiende de octubre a febrero: «Ha sido un mal año de perdiz roja, aceptable de becadas y bueno de paloma torcaz», dice sobre las especies menores. «De caza mayor [jabalí, ciervo, corzo], ha sido excelente. Si no se cazaran, habría jabalíes corriendo por el Bernabéu».

Respetado por los conservacionistas y temido por los ecologistas más recalcitrantes, le avala una larga trayectoria en defensa de la caza y de los cazadores. «Todo lo que soy y tengo se lo debo a ellos», asegura. Fundador de la Asociación para la Defensa del Cazador y Pescador vascos (ADECAP), preside desde hace años la Oficina Nacional de la Caza, que agrupa varias federaciones (armeros, cartucheros, rehaleros, taxidermistas, etcétera) y que representa al 80% de los cazadores federados, de un total de 800.000. «Va más gente a cazar los domingos que a ver un partido de fútbol», apunta. Además, colabora en medios como El Correo, Jara y Sedal o Club de Caza, que publica su blog El luchadero. Él mismo se define como «un cazador que escribe», a la manera de Miguel Delibes, con quien compartió jornadas de caza y palique.

Además de un deporte, la caza es para él «un sentimiento, un arte que evoca el pasado predador del hombre, un deseo atávico sujeto a unas reglas». De esta actividad ancestral le atrae lo que tiene de sacrificio, voluntad, respeto, compañerismo… En su opinión, es un error identificar caza con morral, con número de capturas: «No es mejor cazador el que más piezas mata», sentencia. «El verdadero cazador no alardea nunca de lo que mata. El auténtico es el que suda barranco arriba, ladera abajo, el que da oportunidades a las piezas, el que las trabaja».

Ni que decir tiene que él pertenece a los discretos. Fino tirador, se ha cobrado muchos e importantes trofeos. «Me defiendo en el monte, he cazado muchas perdices y jabalíes. Pero si dijera una cifra más de uno identificaría caza con morral y diría: ‘¡Mira este asesino!’», insiste. Lo suyo no es fardar, aunque posea el prestigioso Premio Carlos III de la Real Federación Española de Caza (RFEC), entre otras distinciones.

Tres ases. Sarasketa
Tres ases. Sarasketa, Miguel Delibes y Miguel Indurain, en La Rioja, en 1977, al poco de la retirada del ciclista, en un encuentro auspiciado por el novelista.

A comienzos de los años 90 organizó, a través de ADECAP, una histórica manifestación contra la moratoria para cazar en Euskadi, a la que acudieron unos 30.000 cazadores. Y en 2008, unas 300.000 personas –entre cazadores, agricultores y ganaderos– convocadas por la RFEC y la Oficina Nacional de Caza se congregaron en Madrid contra la Ley de Biodiversidad que pretendía prohibir el uso de munición de plomo. Cada año, a mediados de julio, unas 100.000 personas se concentran en un campo de aviación de Vizcaya para celebrar el Día del Cazador. «Sarasketa ha hecho llorar de emoción a recios hombres de campo. Y eso no es fácil», comenta Israel Hernández, director de Jara y Sedal. «En un mundo en el que ecologistas y animalistas radicales se empeñan en crear una imagen negativa del cazador, imparte un discurso de cordura, orgullo y valentía. Es un hombre bueno y generoso, el padre de todos los cazadores. Personifica como nadie la pasión por la caza».

Campeón de tiro

Hijo y nieto de grandes hombres de la armería vasca –casi leyendas–, Juan Antonio Sarasketa se siente muy orgulloso de sus orígenes familiares. Su abuelo, Víctor Sarasketa Suinaga, hombre sencillo y sin estudios, aprendió el oficio de basculero a los 14 años y, tras foguearse en distintos talleres de Éibar, en 1906 fundó su propia fábrica de escopetas finas. Acabó trabando amistad con Alfonso XIII y fue nombrado armero real. A los pocos años de su muerte, uno de sus seis hijos, Víctor Sarasketa Basterrika, padre de nuestro protagonista, se hizo cargo de la fábrica, que se mantuvo abierta hasta 1989 y llegó a despachar unas 300.000 piezas, muchas en el extranjero. Los más viejos del lugar le recuerdan como un caballero con la escopeta al hombro. «Ganó cientos de premios, llegó a campeón de Europa de tiro al plato y del mundo de tiro de pichón. Además, era un hombre íntegro», le ensalza su hijo, otrogentleman que siempre procuró seguir su ejemplo.

Su primera escopeta fue una carabina de aire comprimido que le regalaron a los 12 años. Aún recuerda cómo un día iba con su padre a tordos y zorzales cuando se le levantó una becada y la mató. «Juan Antonio, ya empiezas a ser un cazador. Te voy a permitir que fumes un cigarro», cuenta que le dijo su progenitor.

Desde joven fue un gran cazador de perdices en mano, aunque a partir de 1985 se centró en la caza mayor. «Estuve 25 años cazando con una pequeña rehala», afirma Sarasketa, un hombre sensible que ha llegado a llorar por la muerte de sus perros: Adrián, Bla, Sol, Barbas,Lute… A sus 72 años, ha conocido la dureza de los viejos tiempos: «Yo he ido a Burgos con una Lambretta y la perra a los pies. Dormía donde podía, en un pajar o debajo de un pino con 25 cartuchos, calado hasta los huesos. Puedo decir que he visto el frío en Pancorbo [Burgos]. No es fácil verlo, eh, y yo lo he visto». También se ha adentrado en parajes salvajes de Rusia, Letonia o Macedonia. Ahora lucha ante la UNESCO para que la caza sea declarada patrimonio intangible de la Humanidad.

–Podemos ha amenazado con prohibir la caza si llega al poder. ¿Qué consecuencias tendría?

–A otro perro con ese hueso. Si se dejaran de abatir 21 millones de ejemplares de caza menor y 412.000 de mayor al año, la superpoblación provocaría accidentes de tráfico y las cosechas sufrirían importantes mermas. Se enfrentarían a un colectivo que influye en seis millones de personas y genera 3.500 millones de euros. A un cazador no le quites la caza porque le habrás quitado una forma de entender la vida.

Más información. armeriasarasketa.com

Por Juan Carlos Rodríguez. Fotografía de Chema Conesa

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