Los mejores libros de gastronomía pasan por Cillero & De Motta. Este estudio zaragozano está detrás de los mejores coffee table books. Traduce 14 millones de palabras al año a ocho idiomas.
A este estudio de traducción conviene llegar comido de casa. Especializado en libros de alta gastronomía (aunque también aborda los de arte, moda o arquitectura), entre sus blancas paredes se cocina con un ingrediente básico: palabras. Sabrosos términos en varios idiomas cuya sola pronunciación consigue abrir el apetito a la persona más desaboría. Apretujados en mesas y estanterías, los libros de elBulli editados por Phaidon se mezclan con los volúmenes de Modernist Cuisine de Taschen, los recetarios de Montagud o los cuadernos de Apicius, componiendo una pequeña Capilla Sixtina de la gastronomía ilustrada. «Aquí traducimos 14 millones de palabras al año», resume con satisfacción Enrique Cillero(Zaragoza, 10 de febrero de 1963), un exprofesor de inglés que en 1998 dejó las aulas para abrir su boutique. Prestigiosos chefs nacionales, con Ferran Adrià a la cabeza, confían en él para divulgar sus creaciones culinarias en varias lenguas.
Redomado sibarita (viste americana de tweed de Lander Urquijo, pantalón verde de pana de Man 1924 y zapatos Oxford de Edward Green), nos recibe en su luminoso despacho. Está situado en un edificio de los años 40 y tiene vistas al Paseo de la Independencia de Zaragoza, por donde circula el tranvía. En la sala principal, contigua a su oficina, cinco empleados consultan varios diccionarios en un silencio monacal. «En inglés, la palabra escurridor puede traducirse como sieve o colander, en función de su uso», dice el traductor de origen australiano John Ripoll, enfrascado en la adaptación de 190 Cours Illustrés, un recetario de la Escuela de Cocina de Alain Ducasse.
Pasado Internacional
Rodeado de sus joyas de papel, el fundador de Cillero & de Motta considera que su educación privilegiada acabó influyendo en su futura vocación: «Mi padre me mandó a Londres con 13 años y me apuntó al Liceo Francés de Zaragoza. A los 20 me becaron para estudiar en París, todo un lujo para los jóvenes de mi generación». Su madre, una riojana de 80 años aficionada a los pucheros, cuyo libro de cabecera era La cocina práctica de Adela Garrido, refinó su paladar desde niño. «En navidades prepara una perdiz con castañas alucinante», se relame en presencia de su mujer y socia Elena Aranaz de Motta (13 de agosto de 1966) a la que conoció en la facultad de Filología inglesa e hispánica en los 80, en pleno boom del inglés. «Yo era la que le pasaba los apuntes cuando él empezó a dar clases en el instituto», bromea Elena, madre de sus dos hijos adolescentes y encargada de la coordinación de la producción editorial.
Entre los mejores recuerdos universitarios, Enrique Cillero destaca haber leído elUlises de Joyce en español y en inglés, tremenda odisea. Tras acabar la carrera sacó la oposición de profesor de instituto. «No era algo que me fascinara, pero con mis primeros ahorros pude comprarme un R5 y el Gourmetour de la época», comenta este hombre de buen comer, que se define como «una persona emprendedora, creativa, bibliófila y amante de la cocina». Al principio empezó solo, en la habitación de su casa, sin más tecnología que un diccionario Simon & Shuster de español a inglés y una vieja Olivetti 80. No tardó en darse cuenta de que, si quería crecer, debía formarse como empresario. Un curso de creación de empresas en la Escuela de Organización Industrial de Zaragoza le dio la base necesaria para montar Cillero & de Motta en 1998. Durante los cinco primeros años, coincidiendo con el despegue de la energía eólica en España, el estudio realizó muchas traducciones para empresas del sector como Iberdrola o Gamesa. Hasta que, en plena ebullición de la gastronomía española, empezaron a llamarles para traducir cartas de restaurantes, recetarios y gastrodiccionarios, como el Diccionario de comida japonesa de Richard Hosking, su primer libro gourmet.
Y en esas estaba cuando se les apareció Juli Soler, el socio de Ferran Adrià, que por entonces estaba empeñado en traducir al japonés un nuevo libro sobre la evolución creativa del restaurante. «En 2003, el agente internacional de elBulli, Eduard Countreau, nos puso en contacto con él», rememora el fundador del estudio. «Yo le decía a Juli: ‘Hay que corregir esto y aquello’. Y él: ‘No, nen, más natural’. Para trabajar con elBulli había que estar alineado con su filosofía: ser un poco loco, creativo, avant garde y serios con los plazos de entrega. Nos dimos cuenta de que, si ellos eran los número 1 en cocina, nosotros lo éramos en lingüística. Cada uno en su sitio». Aquel libro de elBulliBooks, en el que participó un equipo de filólogos, se tradujo a varios idiomas y supuso el despegue del estudio.
Entrar en el universo de elBulli fue como aterrizar en Ferrari: «Ahora todo el mundo sabe qué es una espuma de humo, pero entonces este tipo de expresiones sonaban a chino», continúa Cillero, cuyo despacho está adornado con una cuerda de la que cuelgan fotografías, hojas con correcciones y recortes de prensa. En su particular tendedero, a rebosar de trofeos, destacaba aquella portada del magazine de The New York Times que en 2003 declaró a Ferran Adrià como «el mejor cocinero del mundo».
Para responder a las altas expectativas de su clientela, tuvo que reconocer sus carencias: «Me dije: ‘vas de artista, muy sobrado, pero te falta formación’. Y me fui a Madrid a hacer el máster de ESADE. Por aquella época no paraba en casa; mi hijo pequeño me llamaba maleta«. En 2004, a la vista de que necesitaban refuerzos, Elena entró a formar parte del equipo. El matrimonio forma hoy un engrasado tándem profesional: mientras ella coordina el proceso de producción (traducción, edición, revisión y maquetación), él se reúne con editores, viaja a las ferias y comercializa el género como un avezado mercader de palabras.
De calidad
Una traducción es buena «cuando se trabaja con un glosario específico, se pasa por una revisión y hay un control de calidad del texto final; cuando se cuidan los detalles y se entiende lo que el cliente quiere. Traducir es hoy, además, el arte de saber aprovechar la tecnología, de saber titular y entregar a tiempo». Se trata de que al final el texto fluya y suene bien: «Una traducción es una versión en la que se tiene que escuchar la música original. Si estamos ante un texto divulgativo, la música es estándar, mientras que un texto literario se puede prestar más a la interpretación y a la creatividad», apunta De Motta. En la actualidad, traducen unos 50 libros al año, incluidos los de arte, viajes o diseño, aunque el 60% sigue siendo comunicación corporativa. «Los que me apasionan son los de gastronomía, porque aúnan la cocina y los viajes», afirma Cillero. Antes de la crisis llegó a tener 15 empleados, pero ahora cuenta con cinco fijos y otros colaboradores. Los traductores son nativos y trabajan a un ritmo de 2.500 palabras al día.
El estudio cuenta con un programa de gestión interno para calcular los costes. «Cada línea tiene un precio, pero el cliente paga por todo el proceso y la banda de negociación es muy amplia. Un libro de cocina de 50.000 palabras, traducido, revisado y maquetado, sale por unos 6.000 euros, aunque todo depende de la complejidad», precisa Enrique. Entre sus proyectos más complicados, su mujer recuerda la traducción de Modernist Cuisine (Taschen), cinco tomos sobre cocina molecular. «Contiene un millón de palabras y hubo que adaptarlo en seis meses, con jornadas intensivas. Intervinieron ocho traductores, cinco revisores, dos supervisoras y siete lectores expertos de la Universidad de Zaragoza. Para pasarlo al portugués brasileño contamos con el apoyo de cocineros especializados, a los que consultábamos dudas por FaceTime». Teniendo en cuenta que las nuevas herramientas de traducción online son cada vez más precisas, ¿la tecnología acabará con el oficio? «No, pero va a acelerar los procesos de entrega», afirman.
Antes de despedirnos, Enrique Cillero muestra una serie de libros que aún no ha tenido ocasión de traducir, pero a los que algún día le gustaría hincar el diente: los volúmenes del Museo Porsche, las guías de viajes de Louis Vuitton… Son proyectos que alimentan su ilusión, como divulgar la locura creativa de David Muñoz (Diverxo), hacer un libro sobre los bares de España o, por qué no, montar una cata de colonias victorianas. Nada se le resiste a este exquisito traductor de emociones.