Se hizo célebre con el legendario estudio Ábalos&Herreros. Reconocido internacionalmente, hoy el arquitecto madrileño trabaja en el Museo Munch de Oslo y el centro de convenciones ÁgoraBogotá.
Nada más entrar en su diáfano estudio, a las 9 de la mañana, abre la puerta de la terraza para celebrar el nuevo día. Allí, junto a una tentadora tumbona amarilla, respira profundamente y apura el placentero sol de septiembre. «Desde este balcón es como si me asomara a mi cortijo», sonríe pletórico el arquitecto Juan Herreros (San Lorenzo del Escorial, Madrid, 1958) al tiempo que trata de abarcar con sus brazos las espectaculares vistas. «Estamos rodeados de buena arquitectura: de frente, los Teatros del Canal; al fondo, las Torres Blancas, el edificio de Telefónica, el Canal de Isabel II…», señala desde la octava planta de este edificio diseñado por Secundino Zuazo, el arquitecto bilbaíno autor de los Nuevos Ministerios.
Herreros, catedrático de la Escuela de Arquitectura de Madrid y Director del programa de Arquitectura Avanzada de la Universidad de Columbia (Nueva York), parece sentir una especial querencia por Zuazo, «un arquitecto muy doméstico». El primer piso donde vivió de estudiante lleva la firma del maestro, así como la casa familiar que compró justo enfrente de la oficina. «Elegí este lugar bajo la máxima de trabajar y vivir cerca», dice este apasionado del reciclaje, más partidario de rescatar la vivienda de un colega que de diseñar la propia. Casualmente, Zuazo también proyectó un inmueble próximo a la Puerta de Alcalá que albergará la colección de arte KGervas, uno de los variados proyectos herrerianos.
Perteneciente a la generación de la Transición, durante dos décadas (1984-2004) fue la mitad de Ábalos&Herreros, un arriesgado estudio que llevó a cabo proyectos pioneros como la planta de residuos urbanos de Valdemingómez. Hoy es un arquitecto global reclamado en medio mundo y hasta bendecido por el Royal Institute of British Architects. Desde que en 2009 ganó el concurso internacional para diseñar el Museo Munch de Oslo –superando a un nutrido grupo de star architechs– su nombre es sinónimo de consenso. No en vano tuvo que aguantar cuatro años de críticas a un proyecto que finalmente fue aprobado por el Ayuntamiento. Entre sus obras en marcha también están el centro de convenciones Ágora–Bogotá, el intercambiador de Santiago de Compostela, la ampliación del museo MALBA de Buenos Aires y diferentes complejos residenciales, dotacionales y de oficinas en Marsella, Montevideo y Casablanca. Reconocido por su apoyo a las nuevas generaciones, Juan Herreros aboga por un arquitecto dialogante capaz de discutir sobre acciones que atañen a la ciudad y a las personas. Más que un director de orquesta, él se siente como un dj que sampleainformaciones diversas y conocimientos propios y ajenos. Es un genio sencillo.
PREGUNTA. ¿De niño ya apuntaba maneras jugando al Exin Castillos?
RESPUESTA. No, en realidad llegué a la arquitectura por eliminación, o más bien por integración. Surgió como una opción que condensaba todos mis intereses: técnica, arte, historia, geografía…
P. ¿Cómo era la casa donde vivía con sus seis hermanos?
R. Éramos una familia de clase media con acceso a una cierta cultura. Mi padre era ginecólogo, y en casa había una biblioteca bien nutrida; se escuchaba música y había discusiones bastante acaloradas.
P. Se crió en San Lorenzo del Escorial, en un barrio de estilo francés. ¿Le marcó de alguna forma el paisaje de su infancia?
R. Más allá de los tópicos de la austeridad de El Escorial, lo que me ha marcado es la estructura urbana de un pueblo de la sierra de Madrid. Un pequeño pueblo rodeado de montañas y con la enorme presencia del Monasterio. En el horizonte se divisaba la gran ciudad. El Escorial estaba muy cerca de Madrid, pero Madrid estaba muy lejos de El Escorial.
P. Si pudiera viajar en el tiempo hasta el s. XVI de Felipe II, ¿qué le interesaría compartir con su colega Juan de Herrera, el arquitecto que concluyó el famoso Monasterio de El Escorial?
R. Me gustaría comprobar si él hubiese entendido la arquitectura de hoy. Si le enseñara el edificio del Museo Munch que estamos construyendo en Oslo, estoy seguro de que haría la pregunta adecuada. Alguien que inventó los sistemas constructivos con los que levantar el Monasterio, y capaz de pensar a la vez en astronomía y en la estereotomía de la piedra, seguramente abriría una conversación pertinente y actual. ¡Y probablemente me llamaría la atención sobre algún error! [Risas].
P. ¿Qué tiene Juan Herreros de herreriano?
R. El trabajo del arquitecto es la síntesis de una cantidad ingente de información. Y, por tanto, la simplicidad sería para mí el objetivo más importante: construir una arquitectura de fácil comprensión, uso, integración y desarrollo en el tiempo. En ese sentido tengo de herrerianoesa convicción de que no hay mayor sofisticación que la simplicidad.
P. ¿Recuerda cuál fue su primer proyecto?
R. Sí, las depuradoras del río Guadarrama, para cuya construcción me asocié con Iñaki Ábalos. Es el trabajo del que me siento realmente autor. A día de hoy me sigo identificando con aquellas construcciones, aunque supongo que podría mejorar algunos aspectos. Me ayudó a pensar que la arquitectura no consistía solo en hacer edificios simbólicos.
P. Juan, ¿qué entiende por buena arquitectura?
R. Creo que es buena cuando ofrece el valor añadido a la resolución de problemas funcionales, operativos y constructivos, que supone regalar una experiencia inesperada a sus usuarios cuya vida cotidiana asociada al uso de los edificios debe quedar reconocidamente mejorada.
P. ¿Qué referentes le han construido a lo largo de su carrera?
R. Entre mis influencias notables están mi amistad personal con el arquitecto Cedric Price, fallecido hace ya 10 años, por su forma de interesarse por su tiempo; el escritor Sebald, por su forma de entender cómo la reinterpretación intencionada del pasado nos permite sentirnos cómodos en el presente y afrontar la construcción confiada del futuro; y el músico Franz Zappa, por sus fantásticas citas sobre la estupidez humana.
P. Usted pertenece a la generación de la Transición. ¿Qué tipo de transformación arquitectónica protagonizaron?
R. De la arquitectura sólida y racional de nuestros antecesores pasamos a una más flexible y adaptada a tiempos sin certidumbres. A partir de nuestra generación la práctica de la arquitectura en España se diversifica extraordinariamente: no nos hemos dedicado en exclusiva a proyectar y construir, sino que hemos hecho urbanismo y diseño, hemos publicado libros, organizado simposios o enseñado en universidades.
P. Dedica gran parte de su tiempo a impartir clases en la Universidad de Columbia en Nueva York. ¿Qué aporta hoy la docencia?
R. Ya no vamos a la universidad a contar lo que sabemos, sino a experimentar y a fracasar. Es un laboratorio de ideas, y en ese sentido, nuestras prácticas docentes y profesionales cada día se parecen más.
P. De 1984 a 2004 trabajó junto a su socio Iñaki Ábalos en el legendario estudio madrileño Ábalos&Herreros, motivo de una reciente exposición en el prestigioso Centro Canadiense de Arquitectura. ¿Cuál es su balance de estas dos décadas de matrimonio?
R. Realizamos un trabajo misteriosamente imbuido de libertad y optimismo, con un riesgo al borde de la inconsciencia. Me hace gracia, cuando releo cosas que escribíamos hace 25 años porque éramos francamente díscolos [risas]. Me resulta útil que Ábalos&Herreros tuviera un principio y un final. Me permite administrar su herencia sin nostalgia. Habría sido terrible convertirse en una de esas viejas bandas de rock.
P. Teniendo en cuenta la herencia recibida, ¿cuáles son las señas de identidad del Estudio Herreros?
R. Nuestro propio estudio es nuestro proyecto más importante. En ese sentido, defendemos una arquitectura asentada en tres pilares. Primero, el trabajo en equipo e interdisciplinar; no solo integrado por arquitectos, sino por especialistas y agentes de opinión a los que hay que escuchar y atraer a nuestras mesas de trabajo. Segundo, una forma global de pensar en la que basamos lo que llamamos la «sofisticación de lo local». Y por último, ser conscientes de que lo que hacemos tiene un destino urbano y ciudadano.
P. ¿Vocación global… o pura necesidad?
R. Nuestro estudio ya estaba fuera cuando la economía se puso difícil…
P. En 2009 ganó el concurso internacional para diseñar el nuevo Museo Munch de Oslo. ¿En qué consiste su propuesta?
R. Lo que propusimos fue construir un edificio que tuviera una identidad importante en la ciudad del siglo XXI. Curiosamente, en El grito de Munch se ve la península de Brjorvika donde estará ubicado. Se trata de una pieza vertical que, mediante un recorrido ascendente, permitiría a los visitantes descubrir la historia de la ciudad a través de sus diferentes estratos. La visita empieza desde el suelo, al nivel de la ciudad vikinga aunque no haya correlación con el contenido de sus salas, asciende al Oslo granjero del siglo XVIII, el industrial del XIX, el de la II Guerra Mundial…, para concluir en el actual diálogo con la naturaleza que define la sensibilidad medioambiental del presente.
P. Supongo que imponerse a arquitectos como Hadid, Ando o Chipperfield fue un chute de autoestima…
R. Sí, fue algo extraordinario. Eligieron a 10 arquitectos expertos en museos de todo el mundo y a otros 10 que nunca habían construido un gran museo, pero a los que había que escuchar. Y yo entré en ese paquete. Fuimos héroes del país por un tiempo muy breve, porque casi inmediatamente surgió todo un proceso de discusión sobre el proyecto que afortunadamente ya es historia.
P. Entre las objeciones estaba el hecho de que usted no era noruego
R. Bueno eso nunca se llegó a formular [risas].
P. Los críticos decían que su edificio era demasiado alto, que competía en protagonismo con la Ópera, que estropeaba las vistas… ¿Llegó a sentirse más angustiado que El grito de Munch?
R. Me sentí angustiado, pero solo un rato, porque comprobé que ningún arquitecto extranjero había conseguido nunca atravesar esa niebla. Nosotros teníamos poco que perder, así que nos trasladamos a Noruega como arquitectos accesibles dispuestos a dialogar olvidándonos de toda vehemencia. Iniciamos así una forma de operar completamente nueva, que consistió en escuchar e integrar a todos los agentes sociales. Hasta Oslo éramos conscientes de que el diálogo era algo necesario, pero quizá más asociado a la buena educación que a la proactividad.
P. ¿En qué medida ha cambiado el papel del arquitecto?
R. Su misión ya no es la del director de orquesta; la arquitectura se ha vuelto demasiado compleja para retener todo el protagonismo en una sola persona. En nuestro estudio, siguiendo la metáfora del dj, cada proyecto es como una sesión de baile. Depende del sitio, del momento, del público. Hay que adaptarse a cada situación.
P. ¿Asistimos al ocaso de los star architects?
R. El arquitecto estrella ha sido muy útil para que la gente descubriera que un solo edificio, en un determinado momento, era capaz de condensar ilusiones colectivas. Fue el caso del Guggenheim de Bilbao. Pero también es cierto que ha funcionado casi como la única arquitectura que tenía valor. No creo que el star architect deba desaparecer, pero es importante que se diluya su protagonismo para que la gente entienda cómo se produce la arquitectura, qué puede ofrecerle la arquitectura para hacer mejor su vida, en definitiva para qué vale un arquitecto más allá de diseñar macroedificios.
P. ¿En qué situación ha quedado la arquitectura española tras estos años de crisis?
R. Desgraciadamente, muchos de nuestros jóvenes talentos han tenido que emigrar por la crisis, pero gracias a ello están obteniendo un gran reconocimiento internacional. Eso no quiere decir que, cuando la economía resurja, la arquitectura española esté preparada para asumir la nueva situación. Por ejemplo, va a desaparecer el Estado como gran cliente de los arquitectos. El arquitecto tendrá que diversificar sus tareas y desarrollar otras habilidades, como convencer a un cliente privado o inventarse su propio trabajo.
P. ¿Qué tal lleva su familia su vida de arquitecto itinerante?
R. Bueno, ellos creen que vivo en Madrid [risas]. Paso 150 días al año fuera, pero aquí tengo mi estudio y mi casa. Necesito mi base familiar: saber dónde llegar y que estén allí mi mujer, mis hijos (una hija de 25 años y un hijo de 22 fruto de un matrimonio anterior) y mi perro es básico.
Sus grandes proyectos
El primer proyecto internacional de Estudio Herreros fue la torre Banco Panamá que consolida una dilatada carrera teórica sobre el rascacielos y el edificio de oficinas. Luego vendrían los muy mediáticos concursos internacionales del Museo Munch (en la imagen) y el Centro de Encuentros Ágora Bogotá, ambos en construcción. Junto a algunas viviendas unifamiliares publicadas repetidamente como la diseñada para el galerista Pepe Cobo y el diseñador gráfico Rafael Celda, llegaron la sede de Hispasat en Madrid y los espacios públicos como el sistema de parques costeros y el tratamiento de los accesos a la ciudad de Colón, ambos en Panamá, y su plaza de Corea definida como «un espacio público de uso individual». La vocación social de Herreros se plasma en los complejos residenciales que construyen en Marsella y Casablanca y su vertiente más infraestructural en la estación intermodal de Santiago de Compostela. En el mundo del arte contemporáneo ha consolidado un territorio propio desde que diseñara dos ediciones de ARCO con proyectos como las nuevas salas del Museo Reina Sofía, la galería Carreras-Múgica en Bilbao y los proyectos en marcha para la sede de la colección KGervas en Madrid y la ampliación del museo MALBA de Buenos Aires.
Más información. www.estudioherreros.com