Situado en uno de los barrios más cool de la capital portuguesa, este exquisito hotel boutique de solo 25 habitaciones lo tiene todo para seducir al nómada moderno. Tras una cuidada rehabilitación, el centenario palacio renace como una gran dama de diseño atemporal. Sus propietarios han recuperado el alma de lo que fue “un hogar muy feliz”.
Hasta hace poco, el barrio Príncipe Real de Lisboa apenas aparecía reseñado en las guías turísticas, pero en los últimos años ha ido mudando de piel y hoy presume de ser uno los distritos más cool de la ciudad. Bautizado así en honor a Pedro V, hijo primogénito de María II (reina de Portugal hasta mediados del siglo XIX), está delimitado por la Rua de São Bento, el Largo do Rato, el Bairro Alto y la Rua da Escola Politécnica. Todavía auténtico y con un toque decadente, muchos de sus edificios han sido reformados para dar cabida a modernos restaurantes, galerías de arte, anticuarios, tiendas alternativas y hoteles boutique.
Sin duda, la joya más reluciente del barrio es el hotel Palacio Príncipe Real, un oasis de silencio y exclusividad situado en la empinada Rua de São Marçal. El pasado octubre, la revista Traveler lo eligió entre los 10 mejores hoteles de Portugal y el segundo mejor de Lisboa después del Ritz. Todo un logro, teniendo en cuenta que abrió sus puertas en 2022.
Reconocible por su fachada de color rosa melocotón, el edificio fue construido en 1877 por encargo del empresario y periodista Thomaz Quintino Antunes, cofundador del Diário de Notícias, uno de los más influyentes de la época. En 1891, Antunes fue nombrado conde de São Marçal, y para entonces su casa-palacio ya cortejaba a la alta sociedad de Lisboa. Durante más de un siglo, la propiedad perteneció a la familia Teixeira de Mota, hasta que en 1980 cambió de manos y se destinó a oficinas y despachos. Por suerte, se respetaron los principales elementos arquitectónicos y decorativos, como la espléndida escalera central, los techos moriscos o los paneles de azulejos. Con el paso del tiempo, el edificio cayó en el abandono y colgó el cartel de “se vende”. Hasta que en 2014, un matrimonio británico que buscaba invertir en la capital se enamoró del edificio, de su glamuroso pasado, y decidió comprarlo.
“Nunca habíamos pensado en ser hoteleros”, afirman Gail y Miles Curley nada más recibirnos con un espumante portugués en el frondoso jardín, la joya de la corona del hotel. “Pero nos comprometimos a recuperar el lujo decadente de antaño con todas las comodidades de la vida moderna”. Miles Curley, exsocio del despacho de abogados Linklaters, se puso el casco de ingeniero de obra; mientras que su mujer, exdirectora de Recursos Humanos de Citibank, dio rienda suelta a su afición por el interiorismo. Tras un proceso de restauración, este encantador hotel boutique de 25 habitaciones y suites lo tiene todo para seducir al nómada moderno: privacidad, servicio discreto, amplios dormitorios, decoración exquisita, jardín con piscina al aire libre, buena gastronomía…, y la elegancia de una gran dama que sabe cómo recibir a sus invitados.
La acogedora recepción, con vistas al jardín, está decorada con grandes espejos, ventiladores de techo y sofás de estilo modernista. A la izquierda se sitúa el bar y, a la derecha, un romántico comedor donde predomina el mobiliario de color rosa, el favorito de la propietaria. En el centro del salón, una gran puerta acristalada da paso a la imponente escalera central de finales del siglo XIX, rodeada a su vez de un patio interior de tres alturas con paredes de estuco. “El bar era el antiguo cuarto de máquinas; allí se guardaba un depósito de agua que nosotros transformamos en la barbacoa del jardín”, explica Gail Curley. Las revistas de viajes, diseño e interiorismo repartidas por todo el hotel son un reflejo de sus principales aficiones. “Me encanta leer en papel”, afirma.
El hotel Santo Mauro de Madrid, fuente de inspiración.
Tanto ella como su marido hablan perfectamente español, ya que residieron durante dos décadas en Madrid y aún mantienen su espectacular casa del barrio de Chamberí. La experiencia de reformar esta antigua vivienda madrileña sin duda les sirvió de rodaje para rehabilitar el palacete lisboeta. “Desde el principio apostamos por un hotel de lujo. Yo le decía a mi marido: ‘esto lo hacemos bien o no lo hacemos”, continúa la dueña, que se inspiró en el hotel Santo Mauro de Madrid para crear un ambiente distinguido y relajado en pleno corazón de la ciudad.
A pesar de su tamaño (2.500 metros cuadrados), el hotel Palacio Príncipe Real cuenta con solo 25 habitaciones. Sí, el espacio es lujo. El antiguo salón de baile es ahora la suite más espléndida (65 m2), con techos mocárabes que evocan los de la Alhambra de Granada. También sorprende la transformación de la antigua cocina en la romántica habitación de la última planta: su balcón está pegado a una escalera de caracol “Romeo y Julieta” que desciende hasta el jardín. No hay dos cuartos iguales, pero la mayoría cuenta con elegantes bañeras Drummods, secadores Dyson y coloridos frigoríficos SMEG. Los colchones a medida, comodísimos, proceden de fábricas de Valencia, como algunas de las lámparas.
“Todo lo que ves lo hemos comprado en ferias de mueblas, galerías de arte o subastas”, señala la propietaria en el luminoso salón de lectura, que conserva los tradicionales paneles de azulejos. Tazas de Vistalegre, pajaritos de terracota de Zara Home y altavoces Marshall adornan con gracia uno de los rincones. Se nota el ojo para combinar. La limpieza es un apartado fundamental del hotel, y de supervisarla se encargan Lurdes y Pilar, la gobernanta portuguesa y su ayudante española, que trabajó en la casa madrileña de los Curley. Ambas preparan los centros de flores frescas compradas a diario en el cercano Mercado de Ribeira.
Exuberante jardín con piscina climatizada
Uno de los espacios más relajantes del hotel es el exuberante jardín; un vergel de palmeras, limoneros y jacarandas al que los propietarios añadieron una piscina climatizada de diseño asiático. ¡Sigue abierta en otoño! Amante de la comida saludable, Gail Curley propuso un menú basado en los productos del huerto ecológico, pero la carta también incluye jamón alentejano, queso Serra da Estrella, bacalao a la brasa y aceite de oliva de producción propia. Ah, y recientemente incluyeron el jamón ibérico de bellota, una debilidad del propietario.
La zona wellness -dos salas de tratamientos- ocupa el antiguo comedor para niños. “Hasta los 12 o 13 años no se les permitía comer con los adultos”, aclara Gail. Para terminar, le preguntamos por la elección del logotipo/mascota del hotel, un extraño pájaro presente en cada rincón. “Es un pato corredor indio que sirve para limpiar los viñedos de insectos”, explica. “Hace años, mi marido y yo intentamos montar un negocio de comida ecológica en Mallorca, compramos gallinas y alguien nos regaló una pareja de estos patos-pingüinos. Son muy graciosos. Cuando vivíamos en Singapur los echaba de menos, hasta que encontré unas figuritas de bambú con botas de colores y empecé a coleccionarlos. Ya tenemos unos 25 repartidos entre el hotel y nuestras casas de Madrid y Lisboa”.
Si busca un hotel diferente y apreciar eso que ahora llaman el “lujo tranquilo”, diríjase a la Rua de São Marçal 77, fíjese en el pato corredor que adorna el portón de la entrada y toque al timbre. Entre, relájase y disfrute. Ya lo dicen los dueños: “Se nota que este fue un hogar muy feliz”.