Uzbekistán cumple más de 30 años fuera de la URSS enfrentada a un reto: reconciliarse con la arquitectura brutalista recuerdo de aquellos años de colosos, hormigón y comunismo
Cuesta creer que la Ruta de la Seda pasara por Tashkent, la pujante capital de Uzbekistán en la que viven 2,5 millones de personas. Durante los siglos XIV y XV, las caravanas de camellos atravesaban esta antigua Ciudad de Piedra siguiendo el mítico hilo comercial entre Asia y Europa, pero hoy se siente cierta decepción al pasear por impolutas avenidas, anodinos centros comerciales y pretenciosos edificios de mármol.
En 1966, Tashkent sufrió un terremoto que destruyó muchos de sus barrios antiguos y arrasó con viviendas de barro, escuelas, hospitales y servicios públicos. Hasta 300.000 personas fueron declaradas sin hogar y el 80% de la ciudad fue demolida. Leonid Brézhnev, entonces recién nombrado secretario general del Partido Comunista, prometió que la ciudad sería reconstruida. A ritmo marcial, empezaron a levantarse edificios que encarnasen las ideas de modernidad llegadas desde la lejana Moscú. Por eso, apenas hay pasado y lo más interesante de la ciudad es su arquitectura brutalista. Y merece la pena descubrirla aprovechando que Uzbekistán celebra este año el 30 aniversario de la independencia de la URSS.
En el libro «Soviet Asia: Soviet Modernist Architecture in Central Asia» (Fuel, 2019), los fotógrafos italianos Roberto Conte y Stefano Perego exploran esa arquitectura de estilo internacional de las repúblicas exsoviéticas de Uzbekistán, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán: retratan estos edificios construidos entre 1950 y la caída de la URSS en 1991. Diseñados principalmente por arquitectos formados en Moscú y todavía en pie, estas construcciones están ejecutadas con una estética soviética reconocible, aunque muchos incluyen toques inspirados en las tradiciones locales. Así, el circo de Tashkent y el bazar de Chorsu, ambos con aspecto de platillos volantes, están coronados por cúpulas orientales azul turquesa.

“Los edificios residenciales soviéticos suelen tener dos características distintas: primero, aunque de estilo variado, están estandarizados y se producen en masa; segundo, están decorados con motivos destinados a reflejar la cultura local y el folclore nacional de las distintas repúblicas”, señala en el prólogo del libro Marco Buttino, profesor de Historia en la Universidad de Turín.
Algunos de esos diseños fueron concretados con éxito. El bloque de viviendas Pearl Building, diseñado por la arquitecta Odetta Aidinova y ejecutado en 1985, por ejemplo, fue aplaudido como el mejor edificio soviético por “interpretar un entorno tradicional uzbeko en forma de rascacielos”. No obstante, no todo cuajó. “Para los habitantes de las ciudades de Asia Central, la perspectiva de vivir en inmensos edificios residenciales estandarizados tenía poco atractivo”, prosigue Buttino. “Las familias numerosas, acostumbradas a hogares donde vivían tres generaciones juntas en barrios con estrechos vínculos comunitarios, no pudieron adaptarse a los pequeños apartamentos de los nuevos bloques de viviendas soviéticos”.
Tras el colapso de la URSS, la mayoría de las repúblicas recién independizadas optaron por cortar lazos culturales con su antiguo amo. Este desapego afectó a los edificios brutalistas. Bajo el mandato de Islam Karimov (1938-2016), en Tashkent fueron demolidos o pobremente restaurados buena parte de esas construcciones, provocando las protestas de sus defensores. En respuesta, las autoridades anunciaron que desarrollarían un nuevo plan de reurbanización municipal.

En 2019, la web Voices of Central Asia alertaba sobre la paulatina pérdida de este estilo arquitectónico: “Los motivos persas e islámicos todavía se pueden encontrar en edificios soviéticos de Tashkent, Dushanbé, Almatý y Biskek. Pero estos edificios se están volviendo extremadamente raros, ya que esta arquitectura se está eliminando por sistema”, decía el manifiesto. Y recuerda que este problema se lleva identificando al menos desde noviembre de 2012, cuando en el XIX Congreso de Arquitectura de Viena se hizo un llamamiento para que se reconociera “el valor de los edificios históricos de la era soviética y se preserven para las generaciones futuras”.
“Esta arquitectura encarna la idea de modernidad, pero fue creada por un país que ya no existe”, observa el fotógrafo italiano Roberto Conte en su «Soviet Asia». “Cada uno de los edificios propuso soluciones muy creativas para necesidades prácticas, en la mayoría de los casos con un resultado majestuoso e imponente”. Es el caso del hotel Uzbekistán de Tashkent. Construido en 1974, en su apogeo albergó un festival internacional de cine. Mientras tomamos una cerveza en su café Vienna, decorado con típicas postales de la Ruta de la Seda, aquella época que fue y que ya no es, nos cuentan que en sus habitaciones se hospedaron Fellini, Mastroianni… y poderosos agentes de la URSS. Ahora, todo eso es solo un recuerdo.
Fotos: Anton Goiri