La mecenas cubana Ella Fontanals-Cisneros recibe a FS para aclarar por qué ha roto sus negociaciones con el Ministerio de Cultura español respecto a la donación de 400 obras (y otras 600 prestadas) para crear el Museo de Arte Contemporáneo de las Américas. “No creo que esto tenga vuelta atrás”, dice en vísperas de ARCO.
La paciencia es el arte de saber esperar, pero a la mecenas y coleccionista de arte Ella Fontanals-Cisneros (La Habana, 4 de julio de 1944) se le ha agotado tras nueve años de infructuosa relación con el Ministerio de Cultura. En octubre de 2019, recibió una carta del ministro en funciones, José Guirao, que ponía fin a un sueño largamente acariciado: la donación de parte de su colección privada (400 obras históricas de un total de 3.000, más el préstamo de otras 600) al Estado español. En la misiva, Guirao le transmitía que no podía asumir los términos suscritos dos años antes con el exministro Méndez de Vigo “por cuestiones legales”. El proyecto de crear la Colección de Arte Contemporáneo de las Américas, con sede permanente en el edificio Tabacalera de Madrid (Embajadores, 53), quedaba en papel mojado. Las obras de rehabilitación, que requerían una inversión de entre 10 y 15 millones de euros, debían haber comenzado en enero de 2019, pero nunca llegaron a arrancar.
PREGUNTA. ¿Qué sintió al leer la carta?
RESPUESTA. Mi primera reacción fue de sorpresa, luego de frustración y, a medida que fueron transcurriendo los días, sentí una gran desilusión. Me tomé un tiempo para esperar acontecimientos, porque siempre pensé que al menos me llamarían por teléfono para concertar una cita. Nada. Fue una cosa tan fría…
Con la excusa de comentar la ruptura de sus negociaciones con Cultura y, de paso, hablar de su trayectoria vital, esta influyente mujer de origen cubano, venezolana de adopción y pasaporte español nos recibe en su aristocrática casa madrileña del barrio de Chamberí, que compró a la familia March. El pasado 6 de febrero, un día antes de nuestro encuentro, organizó un desayuno informativo para anunciar la noticia bomba. “Mi tiempo para trabajar con el Gobierno ha acabado; estoy agotada física y mentalmente”, aseguró, visiblemente decepcionada. “A pesar de este revés, sigo convencida de que España, y en concreto Madrid, es el lugar idóneo para alojar parte de mi colección”, matizó, dejando abierta la puerta a explorar vías de financiación privada.
Mientras se prepara para las fotos, aprovechamos para echar un vistazo a las obras que adornan las paredes de su vivienda, cuyo elegante interiorismo firma Luis Bustamante. Alrededor de 80 conforman un pequeño museo con su propio catálogo. En el vestíbulo de entrada destaca una escultura del maestro cinético Jesús Rafael Soto; sobre la chimenea del salón reposa un juguete de madera de Joaquín Torres-García; en el comedor resalta un Tàpies; y sobre la cama de la dueña, un imponente óleo de Rufino Tamayo. Salvo las piezas que decoran sus casas en Madrid, Mérida (México), Nueva York o Gstaad (Suiza), el grueso de su colección está depositado en un almacén de Miami. Formada a lo largo de 40 años, se divide en cuatro áreas: abstracción geométrica de América Latina, arte contemporáneo, vídeo y fotografía modernista.
Vestida con un conjunto de color negro que realza su collar de oro precolombino, su suave acento de ultramar transmite calma. Durante la entrevista, la exmujer de Oswaldo Cisneros, expresidente de Pepsi Cola en Venezuela (que acabó vendiendo a Coca Cola por 1.100 millones de dólares), confiesa que a veces llora delante de un cuadro. Impulsora y alma mater de la Fundación para las Artes Cisneros Fontanals (CIFO), su mayor satisfacción como mecenas es “ver el éxito de los artistas a los que ayudo”.
P. ¿Se considera una persona paciente?
R. No diría que la paciencia es una de mis virtudes, pero muchas veces tengo que hacer un esfuerzo, y lo he hecho en este caso con el Ministerio de Cultura. Durante nueve años he visto pasar gobierno tras gobierno, sin que las promesas se cumplieran.
P. ¿Qué impedimentos ponía Cultura?
R. Había varias exigencias legales: querían que especificara las 400 piezas a donar, que la colección formara parte de un centro de exposiciones en vez de un museo, y que ese centro tuviera un patronato con representación política. Además, pretendían que entregara la colección para disponer libremente de ella, lo que podía dispersarla. Pero no se trata de regalar. Hay 2.000 museos esperando que les regale las obras, y no lo he hecho.
P. ¿Ha explorado nuevas vías de financiación?
R. Estoy valorando opciones, como un préstamo a largo plazo a una empresa privada que pueda habilitar un espacio. Si no se da, qué le vamos a hacer. Ahí están mis tres hijas diciéndome: “Mamá, ¿por qué tienes que regalarlo todo?” [risas].
P. ¿Recuerda la primera obra que adquirió?
R. Sí, una quema del venezolano Tomás Golding que compré en los 70.
P. ¿Y su primer flechazo?
R. Vibration, de Jesús Rafael Soto. Hasta entonces estaba fascinada con el surrealismo, pero una amiga me mostró una obra hecha con alambres y sentí una conexión profunda.
P. ¿Los artistas latinoamericanos han sido los grandes olvidados de las grandes instituciones culturales?
R. Antes se veía al arte latinoamericano como inferior o naïf, pero hace 20 años esto empezó a cambiar.
P. ¿En qué punto están sus memorias?
R. Empecé, pero un primo me advirtió que la familia se enfadaría, así que ahora escribo una novela basada en mis recuerdos. Me he descubierto como escritora.