Los santanderinos consideran un tesoro a los botucos, sus pequeñas barcas de madera restauradas.Surcar los mares en uno de ellos es una experiencia similar a escuchar un vinilo o conducir un 600. La madera baila y vibra con el mar. El plan de cruzar con ellas la bahía hacia el chiringuito el Puntal es lo más chic y relajado para disfrutar de este rincón de Cantabria.
Santander, «la novia del mar» que enamoró a Jorge Sepúlveda, amanece con un velo de niebla. Nada raro aunque estemos a mediados de julio. Ya irá abriendo. Por fortuna, la velocidad del viento es idónea para navegar, de modo que una pandilla de amigos empieza a soltar amarras en Puertochico para solazarse por la majestuosa bahía, considerada una de las más bellas del mundo. El plan es llegar hasta la playa de el Puntal a bordo de sus botucos (sencillos botes de madera de origen pesquero) y tomar un aperitivo en un popular chiringuito. Los propietarios de estos pequeños barcos de recreo mantienen viva la llama de una navegación tradicional que ha estado a punto de extinguirse. La paulatina desaparición de los carpinteros de ribera o calafates que se encargaban de construirlos, unido a la introducción de las embarcaciones de fibra de vidrio a partir de los años 80, explica que a día de hoy apenas sobrevivan una treintena de barquías.
Juan Carlos Arbex, autor de Pesqueros Españoles, describe al botuco como «un bote pequeño, de origen bastardo y vulgar, cuyo origen pesquero es salir a faenar chipirón o calamar magano, pescar a fondo, o bien hacer de andarivel [bote auxiliar] en el puerto». Según este especialista en política ambiental y fondos europeos, esta rudimentaria embarcación «carece de pedigrí y no tiene patrón que le defina, salvo su simpleza». Reconocible por una proa robusta y abierta, ideal para romper las aguas bravías del Cantábrico, convive con otro más estilizado de diseño inglés, eldingui.
Tras la Guerra Civil, familias burguesas con tradición marinera –los Arrate, los Pombo, los Pereda– empezaron a reconvertir los barcos de pesca en sus pequeñosbalandros. Así surgieron los cohetes, embarcaciones de unos 5,5 metros de proa afinada, a los que se fue incorporando vela al tercio, cangreja y marconi. «Llegó a haber unos 50 ejemplares. Eran como stradivarius del mar, sus dueños navegaban con traje y corbata», comenta Javier Echavarri El Patas, de 67 años, que preside laAsociación de Barcos Clásicos de Cantabria. Durante las siguientes décadas, la élite de la ciudad siguió encargando botes en los astilleros de Pedreña, Pompeyo o Pontejos. Con el tiempo, muchos acabaron pudriéndose a la intemperie; sin embargo, otros lograron sobrevivir gracias a la sensibilidad y el tesón de sus patrones, que hoy los custodian como pequeñas joyas de madera.
Sensación de libertad
A sus 60 años, Marieta Laínz, pionera en patronear barcos de mujeres, confiesa dos caprichos: «Mi bote y mi furgoneta Westfalia». Ambos vehículos le proporcionan sensación de independencia y libertad. Hija de Paco Laínz, que junto a Luis Pereda montó la Escuela de Vela de Santander en los 60, con la edad ha aprendido a desprenderse de lujos superfluos. «Cuando baja la marea, mi planazo es comprar un pollo asado y una botella de cava, sentarme en el bote y dejar que la corriente me lleve por la bahía», afirma tras desembarcar con Orza y Rema, sus dos perras border collie, en el Puntal. Estos arenales son el paisaje de su infancia. «Cuando arrancó la Escuela de Vela yo tenía 12 años y venía de acampada con otros 50 niños. Nuestro campamento estaba entre la playa de el Puntal y Somo, desde donde nos traían la comida en burro. Cuando había marea alta el borrico se negaba a arrancar», recuerda entre risas.
Para esta veterana regatista, la diferencia entre navegar en un botuco y en un barco de poliéster es como la que hay entre escuchar un disco de vinilo y un CD. Así como la aguja del tocadiscos se desliza por las estrías del vinilo, emitiendo un sonido añejo que nos traslada a otra época, «la madera baila con el mar». De ahí que reivindique el gusto por lo vintage.
¿En qué momento decayó la afición a navegar en estos botes tradicionales? «La fibra de vidrio reforzada asesinó a la madera», argumenta Juan Carlos Arbex. «Con un solo molde se hacen cientos de embarcaciones auxiliares o portuarias. La fibra no necesita mantenimiento, no se pudre, no hay que lijar y pintar cada temporada, puede sacarse del agua y guardarse en un garaje sin temor a que se abra el forro, es más barata y es más ligera para quien rema. Son suficientes razones», explica este experto en patrimonio marítimo, para quien «recuperar esos botucos es una cuestión de sensibilidad y amor al patrimonio cultural de un lugar».
Quien tiene un botuco tiene un tesoro. Al menos así lo entiende el empresario hostelero Carlos Zamora, de 45 años, que esta mañana ha salido a navegar por la bahía con su padre y sus dos hijos pequeños, Carlos y Nicolás, de 6 y 3 años edad. Propietario del Grupo Deluz y Compañía (integrado por cinco restaurantes en Santander y tres en Madrid), el bote familiar le sirve para desconectar del estrés laboral. Para tripularlo sólo tuvo que sacarse el titulín, como se conoce al título de patrón para embarcaciones de menos de seis metros. «En verano vengo a la playa con los críos, voy a el Puntal y nos damos un cole [baño]. Es una forma muy agradable de escapar del bullicio de la hostelería. De repente estás solo en el mar: no hace falta mindfulness«. Su ocio está ligado a un estilo de vida desacelerada: «De Puertochico a El Puntal se tarda tres minutos en una motora, pero en barco de madera puedes emplear una tarde si las condiciones meteorológicas son adversas».
Zamora organiza sus rutas por la bahía (el mayor estuario de la costa norte de España, con una longitud de nueve kilómetros y una anchura de cinco) en función del viento y la marea. Una de sus preferidas es la que va del origen del río Cubas a Setién pasando por el Golf de Pedreña, «a través de una zona muy frondosa que parece Vietnam«. También le gusta navegar hasta la isla de Mouro, una ensenada rodeada de acantilados. O subir hasta Santa Marina, «aunque no es recomendable ir cuando las gaviotas están empollando, son agresivas si se sienten amenazadas».
Cuatro rutas en botuco
- 1. Isla de Mouro. Ofrece una magnífica vista y catálogo de la arquitectura de los siglos XIX y XX, del regionalismo y el racionalismo a modernos edificios contemporáneos (Palacio de Festivales y Centro Botín). Para reponer fuerzas, el balneario o la cafetería de las caballerizas del Palacio de la Magdalena (palaciomagdalena.com). 2. El puntal. Permite ver el horizonte de la ciudad con un remate de lujo en su península de la Magdalena y la isla de Mouro y su faro. Escenario extraordinario para un aperitivo de caracolillos, esquilas, rabas y nécoras (Chiringuito El Puntal. Tel.: 619 109 631). 3. Por el cubas. Un paseo de contemplación de la ripisilva del Cubas. Desembarco en Pedreña y sus asadores: sardinas, bonito y chuletas en La Trainera (tel.: 942 500 007), El Tronky (tel.: 942 501 093. asadoreltronky.com) o el Ezquerra (tel.: 942 50 03 02). 4. La campanuca. Ideal para observadores de aves y repaso a la imagen industrial de la bahía. Antes de volver, picoteo en La Primera del Puerto de Pontejos (tel.: 942 50 20 57).
El padre de Carlos, un conocido abogado de Santander, de porte elegante y barba blanca bien cuidada, conserva como oro en paño viejas fotografías en las que sus progenitores aparecen remando en botuco. «Es una tradición que se transmite de generación en generación. Mi padre, funcionario de Renfe, le alquilaba el bote a un pescador de la zona. Eran barcos de desplazamiento de unos seis metros de largo; se trataba de llegar a puerto cuanto antes». Años después compró su propio bote. «Cuando llegaba el verano salía desde el embarcadero del Palacio de la Magdalena y nos veíamos toda la familia en el Puntal. En función del tiempo íbamos a la playa de Mataleñas o a la isla de Mouro», recuerda el patriarca. Frente a las embarcaciones deSan Vicente de la Barquera, más recias, en la bahía de Santander predominaban las de Pedreña, más ligeras. «En estas la navegación es más cómoda porque el casco no golpea contra el mar; no da pantocazos«, explica mientras sus nietos construyen un castillo de arena.
Un Rolls del mar
En la playa de El Puntal, un itsmo de unos cuatro kilómetros frente a la montaña, llegan a concentrarse unos 300 barcos en temporada alta. «Hay quien lo llama elGanges«, señala Gelo Gómez-Acebo, de 61 años, precursor del windsurf en Cantabria y propietario de un botuco de remo con vela clásica al tercio. «Navegar a ras del agua es una sensación muy placentera. Al contrario que las motoras, la madera absorbe la vibración. Es la diferencia entre ir en un Rolls Royce e ir en un 600«. Su típica pedreñera se usaba para la pesca de almeja. «Lo he reparado y pintado yo mismo, porque ya no quedan carpinteros de ribera», lamenta. No obstante, está notando que la gente joven, como es el caso de sus dos hijas, empieza a apreciar un estilo de vida más relajado conectado con estas embarcaciones tradicionales. «Ahora se ve como algo chic«. Un botuco bien restaurado con más de 1.000 horas de trabajo cuesta de 15.000 a 20.000 euros. A ello se suma el coste de mantenimiento (un 10% del precio total) y los 15.000 euros de tener un amarre en propiedad.
Entre los antiguos carpinteros de ribera o calafates destacaban maestros comoAntonio Corino, Tomás Medio y Pepín Castanedo. De sus manos salieron sencillos botes realizados con distintas maderas: pinotea, teka, iroco, eucalipto, roble… «Los botucos más bonitos los hacía Pepín, un carpintero de Pedreña ya jubilado», afirma Beatriz González, una experta en marketing digital de 42 años que llega al Puntal vestida con jersey marinero. «Hace 25 años, mi marido y el exalcalde de Santander Gonzalo Piñeirocompraron un camión de madera y le encargaron dos barcos gemelos de 4×20. Mi pareja me contagió su afición y ahora nos peleamos por cogerlo», reconoce. Como dice su amiga Sol Correa, de 52 años, que desde hace más de dos décadas comparte el Pafas con su hermano, «el barco es mi vida».
Son las 12 del mediodía, hora del aperitivo en el chiringuito el Puntal, fundado en 1966. Su dueño, Ricardo Tricio, va despachando rabas, croquetas, bocartes y albóndigas de bonito para ir abriendo el apetito. «Lo que más vendemos es el rodaballo y el sanmartín, que es el pescado de la zona», explica mientras los boteros comentan los detalles de la travesía. La cultura batelera es también el paliqueo en el muelle. La mayoría cree que la bahía de Santander está infrautilizada desde el punto de vista turístico. «Es la única del norte de España con orientación sur, lo que permite unas condiciones óptimas para la navegación y la celebración de regatas. Los botes de recreo podrían complementar la oferta de turismo activo junto al surf, el golf, el ciclismo o el senderismo», apunta el hostelero Carlos Zamora antes de regresar con su familia a Puertochico. En el aire queda una queja compartida: el escaso apoyo de la administración a la cultura batelera.
Por suerte, empiezan a surgir iniciativas privadas que hacen vislumbrar el futuro del botuco con cierto optimismo. Es el caso de Santander en Boga, proyecto nacido en plena crisis con el objetivo de recuperar la memoria atlántica de Santander. Al frente está José Ramón Sáiz, alias Chepe: «Queremos reivindicar las pequeñasembarcaciones tradicionales para llenar nuestro tiempo libre. Remar, navegar a vela antigua, salvar las escasas barquías o construirlas de nuevo y lucirlas orgullosos, ya sea en nuestra ciudad o en otras», explica este exfinanciero de 58 años, cuyo abuelo fue director del Instituto Oceanográfico Español. Investigador de la cultura batelera, tiene claro que la tradición no puede ser un lastre económico, sino un motor de riqueza y empleo. Ciudades como Brest, Cork, Falmouth o San Juan de Luz, orgullosas de su patrimonio náutico, serían el espejo donde la novia del mar debería mirarse.
Exhibiciones
El equipamiento de Santander en Bogaestá formado por dos traineras, tres bateles, una yola cuatro con timonel, seis yoletas y dos barquías mixtas de vela y remo. A bordo de estas embarcaciones han hecho más de 300 salidas colectivascon aficionados (para grupos de un mínimo de 10 personas, desde 160 euros) o prestado servicios de incentivos para empresas e instituciones como Banco Santander y las universidades de Alcalá de Henares o Menéndez Pelayo. «A través de nuestro taller Tejemareshacemos coaching para que alumnos y formadores visualicen sus cursos de formación embarcados», comenta Chepe, orgulloso de haber lucido la trainera cantábrica en exhibiciones como la reciente Vogalonga de Venecia.
A partir de 1970 empezaron a surgir grupos de recuperación costera en Holanda, el sur de Inglaterra y la Bretaña francesa. Hacia 1980 la corriente llegó a España y cristalizó en el País Vasco (Guipúzcoa) y Galicia (Ría de Arousa). En Andalucía se recuperó la patera y la barca de jábega; en Levante se protegieron los llaüds; enBarcelona renacieron los faluchos… Pero como recuerda Juan Carlos Arbex, «en otras regiones españolas este movimiento conservacionista llegó tarde, como en Cantabria».
Resucitar estos viejos bateles es la gran pasión de Javier Echavarri. En una nave industrial situada a las afueras de la ciudad, rodeado de motores, bitácoras y metopas, este enérgico jubilado lija y barniza un bote de la familia Palencia hecho de caoba, iroco y roble. De joven trabajó en los astilleros Taylor, y cuando la empresa quebró se trasladó a EEUU para continuar como empleado de la compañía debarcos de lujo Bertram. «De ahí viene mi predilección por la madera». Al cabo de los años regresó a Santander y empezó a restaurar una barquía que encontró hundida en el puerto de Raos. «Tardé dos años en terminarla, pero me entró el gusanillo y seguí con mi primer dingui. Desde entonces he restaurado cinco barcos y otros tantos esperan su turno». Su objetivo a medio plazo es construir un museo de barcos clásicos. Si de niño se le caía la baba viendo los yates de los ricos, hoy entra por derecho propio en el Real Club Marítimo de Santander.
Taller boutique en Puertochico
- El futuro del botuco pasa por iniciativas arriesgadas como Pesca Porres, un refinado espacio a 200 metros de Puertochico que alberga una tienda de pesca online y un taller boutique de reparación de botes. Al frente del negocio están los hermanos Álvaro y Quico Porres, de 36 y 54 años de edad. Si en la planta de arriba está la tienda online con los aparejos de pesca más punteros (cañas de pesca Sekeer, carretes Avet, anzuelos Quickining…), en la de abajo restauran barquías que salieron de los astilleros de Pedreña, Pompeyo o Pontejos. Sin ser carpinteros de ribera, ofrecen un mantenimiento de calidad a precios asequibles. «Recogemos el barco, lo pintamos, lo lijamos y hacemos la puesta a punto por 200 euros. Si la gente supiera que ofrecemos este exclusivo servicio a pie de puerto, se animaría a sacar su viejo botuco o a comprar uno nuevo. Nos gustaría que disfrutar de ellos no fuese algo elitista», explica Álvaro, avezado pescador que en 2005 fue campeón del mundo de embarcación fondeada y ha obtenido el título nacional en seis ocasiones. ¿Su sueño? «Reconstruir una Riva, el Ferrari de los botes».