Alojado en el castillo escocés de Donald Trump

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Este martes se celebran las elecciones de Estados Unidos en la que Donald Trump se enfrenta a la demócrata Hilary Clinton. Fuera de Serie se adentra en Macleod House, el resort que el candidato republicano tiene en Escocia. Se trata quizá, del bien más preciado del millonario americano. Un hotel con todos sus caprichos y un exigente campo de golf junto al mar. Allí Trump pasa sus vacaciones y quién sabe si celebrará su victoria o llorará su derrota electoral tras el próximo

Puede que José García, un joven jerezano de 33 años, no responda al perfil de los concursantes de El aprendiz, el reality show de la NBC donde varios empresarios competían por un puesto directivo en el imperio corporativo de Donald Trump. Pero, gracias a la caprichosa rueda de la fortuna, ha acabado trabajando para el famoso multimillonario estadounidense, polémico candidato a las elecciones presidenciales de 2016 por el Partido Republicano. Si hace un año el andaluz se ganaba la vida como profesor en una autoescuela de Jerez, hoy es el diligente chófer de MacLeod House, la residencia escocesa de mister Trump. Situada a 25 minutos del aeropuerto de Aberdeen (Escocia), la mansión fue reformada al gusto del magnate y en 2012 abrió sus puertas como un lujoso hotel de cinco estrellas. Es su pequeño castillo. Y en él nos alojaremos durante tres días.

LUIS DE LAS ALAS

«Bienvenidos a Aberdeen», nos saluda José antes de subir al coche que nos conducirá hasta MacLeod House. Es el encargado de recoger al boss cuando aterriza a bordo de su avión privado, un Boeing 757 con una capacidad para 43 pasajeros. «Cada vez que viene por aquí suele traer algunos cuadros de Estados Unidos para colgarlos en el hotel, y él mismo decide dónde colocarlos», dice el aprendiz español. ¿Y cómo es él?, le preguntamos con morbosa curiosidad. «Su trato es muy cordial, nada que ver con el personaje que aparece en los medios. Cuando llega, entra en el comedor y saluda a todos los huéspedes. Es superamable, nada caprichoso y siempre deja propina a los empleados», responde con discreción.

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En los medios, Donald J. Trump (barrio de Queens, Nueva York, 14 de junio de 1946) sale reflejado como lo que es: un ricachón ególatra y bocazas. Hijo de un empresario inmobiliario de origen alemán y de una granjera escocesa, su fortuna neta supera los 4.100 millones de dólares (3.630 millones de euros), según la revista Forbes. Solo en Manhattan posee más de un millón y medio de metros cuadrados. Desde el piso 46 de la Trump Tower, en la Quinta Avenida, controla una prominente cartera de negocios que incluye hoteles, viviendas de lujo, casinos, campos de golf, una agencia de modelos, el certamen de Miss Universo, una línea de ropa masculina… Es la encarnación del Tío Gilito, capaz de financiarse su propia campaña electoral. Entre su legión de empleados, eso sí, no debe haber inmigrantes mexicanos ilegales, ya que en su radical discurso de presentación como precandidato republicano los calificó de «criminales y violadores». Sus ofensivas palabras provocaron que grandes compañías como Macy’s, NBC o Universal se negaran a comercializar sus productos; un boicot al que ha respondido con millonarias demandas. Se reconoce «vengativo».

A pesar de todo, somos sus huéspedes (la agencia BRU&BRU organiza nuestro viaje a medida). Y gracias a él, el centenar de empleados de este resort pueden prosperar. El jerezano sigue prefiriendo el gazpacho andaluz al típico haggis escocés, pero tiene claro que Aberdeen es un buen lugar para vivir. El sueldo de Mr. Trump le permite pagar los 855 euros que le cuesta su casa de alquiler en Peterhead, una localidad cercana donde vive con su mujer y sus dos hijos. «Llegué por recomendación de un amigo que trabajaba como conductor de autobuses. A los dos días conseguí este empleo», recuerda mientras, por la ventanilla, observamos un paisaje de colinas y campos recién segados. A uno y otro lado de la carretera pastan las highland cows (vacas peludas escocesas) y las ovejas de cara negra típicas de las Tierras Altas. Están acostumbradas al trasiego de los helicópteros que surcan el cielo en dirección a las plataformas petrolíferas: el petróleo y el gas son, junto a la pesca y la agricultura, las mayores fuentes de riqueza de Aberdeen, que con sus 210.000 habitantes es la tercera ciudad de Escocia.

Por amor al Green

El turismo de golf también deja buenos dividendos, Escocia es la cuna de este deporte. El magnate posee 15 campos en todo el mundo, dos de ellos en tierras escocesas: uno en Aberdeenshire (Trump International Golf Links, inaugurado en 2012), junto a su fortaleza, y otro en Ayshire (Turnberry Resort & Golf Course, adquirido en 2014). El Trump International ocupa 600 acres (242 hectáreas) de norte a sur y casi 3 millas de largo (4,8 km). Al igual que el castillo, está situado en Menie Estate, una finca próxima a Balmedie, junto a las escarpadas costas de Aberdeenshire. Como el propio Trump declaró, la elección del terreno -que en 2006 compró a su antiguo propietario, Tom Griffin- tiene un trasfondo sentimental ligado a sus orígenes escoceses. «Durante los últimos años estuve buscando campos de golf próximos a la playa, y Escocia estaba en mi punto de mira porque soy medio escocés. Mi madre, Mary MacLeod, nació en Stornoway (isla de Lewis) y creció en una granja antes de emigrar a Manhattan a los 20 años. Su primer idioma era el gaélico», ha relatado el magnate inmobiliario, un buen jugador de golf que presume de hándicap 4.

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Trump asegura que nunca había visto un paisaje tan virgen y espectacular junto al mar: «Al descubrir este pedazo de tierra me sentí abrumado por las imponentes dunas naturales y las vistas al Mar del Norte. Enseguida supe que este era el lugar perfecto para construir mi campo de golf». No lo tuvo fácil. Para llevar a cabo su proyecto tuvo que pelear con un insospechado opositor: Michael Forbes, un recio pescador de salmón que, tras 40 años viviendo en la costa, se resistió a ceder sus nueve hectáreas. De nada sirvieron las 450.000 libras (más de 600.000 euros) que el millonario ofreció al heroico paisano -su mediática lucha fue objeto de un premiado documental-, aunque en 2008 el Gobierno escocés dio luz verde a las obras.

Un monumental reloj flanquea la entrada al resort de mister Trump. Situada en el corazón de la finca se alza la señorial MacLeod House & Lodge, un antiguo albergue de caza del siglo XIV que fue rediseñado en 1835 por el arquitecto John Smith. Recuerda vagamente a la casa de Los otros, la película de Amenábar. «Espero que Green Lady no se aparezca en vuestra habitación», nos asusta el chófer aludiendo a un legendario fantasma. La mansión tiene 16 habitaciones contando las del lodge y está construida con granito. De estilo baronial escocés, su arquitectura es una fusión de las antiguas torres defensivas locales y los castillos del Renacimiento francés. Originariamente se denominaba Menie House -tomando el nombre de la finca- pero Trump la rebautizó con el apellido de su madre al reconvertirla en hotel de cinco estrellas.

Carta de presentación

En la fachada vemos el antiguo emblema de la casa: un corazón blanco con la frase en latín Numquam concedere (Nunca te rindas). El lema aparece también en el escudo de armas que Trump mandó diseñar para promocionar el campo de golf. En la parte superior, el león rampante hace referencia a Escocia y las estrellas, a América; en medio, las líneas ondulantes simbolizan el cielo, las dunas de arena y el mar característicos del lugar; y abajo, el águila bicéfala, que sujeta una pelota de golf, indica que el dueño tiene raíces en dos países.

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Dentro del hotel se respira un ambiente acogedor. Lámparas de candelabro, chimeneas antiguas y robustos muebles de madera se mezclan con fotografías en blanco y negro de legendarios golfistas como Sam Snead o Ben Hogan. En las paredes cuelgan pinturas de la colección privada de Donald Trump, premios concedidos al campo de golf y revistas con el propietario en portada, como una reciente de la edición rusa de Rolling Stone. En la recepción, varios jugadores aguardan para hacer el check-in. «La mayoría de los golfistas son estadounidenses [un 80%] y el resto, alemanes, franceses y holandeses», comenta Chris Turner, el jefe de ventas. «No hay muchos españoles, pero José María Olazábal se alojó aquí con motivo del Open de Escocia. Además, el hotel también puede alquilarse entero para incentivos de empresa».

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Como buen vendedor, Donald Trump aprovecha cualquier oportunidad para publicitar su marca. Así, en un gran armario del vestíbulo se exponen una veintena de productos con su firma: desde su propio perfume, Success (éxito), que se vende por 80 euros el envase de 100 ml, hasta una botella de whisky de 26 años por 679 euros, pasando por jerséis, billeteras de cuero, fundas para palos de golf, prismáticos, tabletas de chocolate con forma de lingotes de oro y plata. Escrupuloso con la higiene, no le gusta estrechar la mano de desconocidos, e incluso lanzó un desinfectante con su nombre.

Tras echar un vistazo al salón, al restaurante y al bar de la primera planta subimos a nuestras habitaciones Grand Deluxe. La cama de matrimonio, cubierta por un edredón dorado, es tan alta que uno se pregunta si viene con pértiga incorporada. Sobre ella, unos cojines realizados por la firma local Johnstons of Elgin (fundada en 1797) llevan grabados el nombre del campo de golf. Luego nos dirán que los muebles, de estilo arabesque, fueron diseñados «al estilo Trump» por la casa norteamericana Hendredo.

Es hora de comer. En el club de jugadores, que alberga una tienda con todo tipo de objetos y un restaurante, nos han organizado una cata de cervezas artesanales. Las tres variedades de la cerveza local Deeside maridan con el haggis, el plato tradicional escocés, acompañado de nabos, patatas y salsa de whisky. «Donald Trump suele tomar fish and chips [el pescado suele ser bacalao rebozado] y siempre pide agua o Coca Cola. Ni fuma ni bebe alcohol», asegura Chris Hodgens, el encargado. Y eso que posee una nutrida bodega de botellas de whisky en el sótano del hotel. Él mismo afirma que su único vicio son las mujeres. A sus 69 años, tiene cinco hijos de tres esposas diferentes. Los cuatro mayores trabajan con él en la Trump Tower. Y el menor, Barron, de 8 años, va por el mismo camino.

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El cielo se nubla mientras nos encaminamos al campo de golf. Una placa nos indica que fue diseñado por Martin Hawtree e inaugurado el 10 de julio de 2012. Acompañados por Chris Turner, el jefe de ventas, sorteamos las dunas y subimos a un promontorio desde donde se divisa la playa. «En Escocia el golf es un juego del pueblo, por eso quieren que este campo esté abierto a todo el mundo. Lo niños no pagan», dice Turner. Su hoyo favorito es el 14, «no solo porque tiene las mejores vistas al Mar del Norte, sino porque aquí tuve mi entrevista de trabajo y desde entonces estoy contratado». El favorito del boss es el 13. ¿Supersticioso? «No. Está diseñado en una dirección distinta al resto y a él siempre le gusta ir a contracorriente».

Teniendo en cuenta los duros inviernos de Aberdeen, el campo de golf solo abre de marzo a noviembre. MacLeod House ofrece diferentes paquetes. A partir de 400 euros por persona, se puede desayunar en el hotel, comer en el clubhouse y hacer dos recorridos en el campo, jugando un total de 36 hoyos. De momento, nosotros aprendemos a manejar los hierros con Jonas Hedberg, jugador profesional de la PGA y director de Desarrollo del campo. Al primer intento meto la bola en el agujero. Y entonces me siento como Severiano Ballesteros cuando ganó el British Open de St. Andrews en 1984.

La suite Trump

El magnate planea construir un segundo campo (MacLeod Course), ampliar el hotel con nuevos salones para banquetes, con una capacidad para 400 personas, y construir una casa de 30 habitaciones para alojar al personal. «Mi compromiso con Escocia es más fuerte que nunca», ha afirmado. De regreso al hotel nos enseñan la Suite Trump, la habitación número 5 que él se reserva. Ni griferías de oro, ni muebles de metacrilato ni revistas de Playboy (en 1990 apareció en portada vestido de esmoquin) empapelando las paredes. Sí, es más amplia que una Grand Deluxe y tiene vistas al jardín de la entrada, pero los muebles son parecidos. Junto a la cama, una foto de 1900 titulada La señorita M. Whigham jugando al golf con ovejas al fondo. Contando ovejitas, Trump podrá reparar en su madre, una humilde granjera escocesa.

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Tras inspeccionar la suite, que cuenta con una escalera secreta y puede alquilarse en ausencia del propietario, bajamos al sótano para catar algunos whiskys. Y ya entonados, nos dirigimos al restaurante. Como recuerda el chef Paul Whitecross, MacLeod House era un antiguo albergue de caza, por lo que nunca faltan platos a base de conejo, ciervo o faisán. De primero pedimos vieira con white pudding; de segundo, carne de ciervo con brócoli y setas, y terminamos con una panacota con salsa de mango presentada en un trampantojo de cáscara de huevo. Todo ello regado con un tinto Meritage 2013 de Monticello (California) que en la carta presentan como «vino Trump».

En los días siguientes visitaremos la reserva Glen Tanar Estate, la antigua fábrica de telas Johnstons of Elgin y la destilería Glendronach. Antes de regresar nos detendremos frente a la estatua de William Wallace en el centro de Aberdeen. Por un momento imagino a mister Trump blandiendo su espada como «el guardián de Escocia».

Entorno exquisito

Desde MacLeod House los visitantes pueden combinar el golf y la gastronomía con interesantes excursiones. Situada a 70 km del hotel, la reserva Glen Tanar Stateofrece uno de los paisajes más auténticos de Escocia. También organizan banquetes en una capilla del siglo XIX, rutas en bici y picnics. Para amantes de la sastrería es obligada la visita a Johnstons of Elgin, la única fábrica de telas de Escocia donde todo el proceso está integrado: desde la recepción de las fibras a la venta en tienda. Entre sus clientes están el príncipe Carlos y Donald Trump. Otro plan es conocer The Glendronach Distillery y catar el whisky que elaboran para Trump.

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