Álvaro Sampedro, el jardinero autosuficiente

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Álvaro Sampedro

Dejó su trabajo en una multinacional y hoy es uno de los paisajistas más solicitados de España. 

Reconocible por sus jardines naturalizados, dinámicos y poco intervenidos, diseña espacios de gran belleza donde puede percibirse el paso de las estaciones. De su estudio madrileño han salido más de 50 proyectos, la mayoría privados: desde un jardín para perros a otro para una casa palacio que fue elegido entre los cinco más bonitos del mundo.

El paisajista Álvaro Sampedro (Madrid, 11-9-1978) tiene cierta debilidad por lo que él llama las “superplantas”, esas capaces de salir adelante a pesar de una helada o una pertinaz sequía. De hecho, al final de la conversación confesará que se identifica con el lentisco, “una planta mediterránea maravillosa que puedes encontrar sola en un acantilado, podada por el viento, o en una terraza urbana resistiendo a pleno sol. Es agreste y rústica, pero tiene una elegancia brutal”, explica. Vestido con su prenda favorita, un chaleco en cuyos bolsillos guarda sus tijeras Felco, nos recibe en su estudio madrileño, situado en una casa restaurada de la colonia Ciudad Jardín. La luz natural se cuela por un lucernario que da a un pequeño jardín algo asalvajado. “Viene un mirlo todas las tardes y es una maravilla verlo”, sonríe mientras Juana, su perra Australian cobberdog, olisquea al visitante. “Es una raza hipoalergénica concebida para hacer trabajos de terapia y asistencia. ¡Ojalá me trajera el periódico cada mañana!”.

El estudio huele a “Mediterranean Forest G 19”, un perfume elaborado por una amiga farmacéutica que le encargó su jardín particular. Es un olor fresco que enseguida te transporta al campo, allí donde Sampedro busca el contacto con la naturaleza y encuentra la inspiración para sus diseños. En la estantería, perfectamente alineados, predominan los libros de arquitectura, interiorismo y paisajismo; entre estos últimos asoma Landscapes in landscapes del holandés Piet Oudolf, uno de sus mayores referentes. “Fue pionero en hacer jardines naturalizados, rescatando para el jardín las humildes plantas que crecen en las cunetas. También las utilizamos nosotros, porque son endémicas, requieren poca agua y no tienen plagas”, comenta este madrileño de 45 años, que cita al inglés Tom Stuart-Smith y al italiano Luciano Giubbilei entre sus maestros foráneos, además de a Miguel Urquijo y Fernando Martos entre los españoles.

Desde que abrió su estudio en 2011 es uno de los arquitectos de paisajes más solicitados de España. Entre sus proyectos, casi todos privados, destacan el jardín de una casa-palacio en Tendilla (Guadalajara); un jardín para perros en Madrid; otro destinado a celebraciones en la finca Jaral de Mira (El Escorial); el naturalizado de Valdeverdeja (Toledo) o su jardín experimental en el Valle del Tiétar (Ávila), que además de servir de laboratorio de plantas es su edén particular. En cuanto a sus trabajos internacionales cita los que ha diseñado para una casa de Florida, una finca en Portugal o un palacio de Malta todavía en restauración. Asilvestrados a conciencia y sin muchas florituras, todos sus vergeles parecen concebidos bajo una firme voluntad de belleza. 

«Un jardín es de las pocas cosas no virtuales que todavía impresionan»

Hijo de ingeniero y enfermera, de los que aprendió su pasión por el trabajo, la afición de Álvaro Sampedro por la jardinería se remonta a su niñez. “Mi abuelo tenía un jardín muy bonito en Soto del Real, en la sierra de Madrid, y mis padres me dejaban trastear allí. A los seis años ya estaba con los dedos en la tierra. Aprendí observando”. Estudió Derecho sin demasiada convicción, luego trabajó en un despacho de abogados y terminó como headhunter en una multinacional, captando talento en el sector bancario. Obedeciendo a su verdadera vocación, mientras tanto se apuntó a unos cursos en la escuela de paisajismo Castilllo de Batres, donde conocería a su mentor, el cántabro Isaac Escalante. “Por entonces empecé a hacer jardines para amigos”. Hasta que llegó la crisis de Leman Brothers, forzó el despido en su empresa y, con lo ahorrado, abrió su propio estudio de paisajismo. “Para ponerlo en marcha me sirvieron mucho los conocimientos de gestión que aprendí en la multinacional. Empecé yo solo y poco a poco se fueron incorporaron una paisajista (Natalia) y un arquitecto (Javier). El equipo somos nosotros tres, aunque para grandes proyectos contratamos a colaboradores”.

Desorden ordenado

¿Sus señas de identidad? “El desorden ordenado, crear jardines naturalizados y dinámicos que invitan a pasearlos para descubrir sus secretos. Debe percibirse el paso de las estaciones, de forma que los colores de cada época combinen entre sí”. Siempre procura que sus intervenciones pasen casi inadvertidas, “que parezca que todo lo que hay en ese lugar pertenece a él y siempre ha estado allí”. Por eso, antes de acometer cualquier proyecto, lo primero que hace es escuchar al genius loci o espíritu del lugar. “Muchas veces pido ir a los lugares antes de ponerme a dibujar, incluso varias veces en diferentes momentos del día. Aprendemos del paisaje natural que nos rodea y nos esforzamos por aprovechar y preservar los recursos naturales disponibles para crear jardines sostenibles, adaptados a la topografía natural de la zona”. No le verán alfombrar de césped un páramo extremeño, pues eso implicaría depender del riego, ni colorear un secarral de Soria con una planta exótica tipo “ave del paraíso”.

Sampedro, cuyo estilo ha evolucionado desde un formalismo inicial a un naturalismo inglés con planta mediterránea, compara su oficio con el de un arquitecto o un interiorista: “Concebimos el jardín como si fuera el interior de una casa, del mismo modo que un arquitecto diseña una vivienda con diferentes espacios vivibles. Se trata de meter el interior fuera y el exterior dentro. Es decir, domesticamos la parte de jardín más próxima a la vivienda y poco a poco lo vamos difuminando con el exterior”.

PREGUNTA. Le han comparado con el holandés Piet Oudolf, cuyos jardines de apariencia salvaje y natural son la consecuencia de una planificación meticulosa. ¿Se ve en esa onda?

RESPUESTA. Que me comparen con Oudolf es un honor. Pero sí, nosotros también planificamos un jardín al milímetro. Lo primero que hacemos es dividir un plano llamado “cuadro de plantación” en cuadrículas; cada una de ellas equivale a un metro cuadrado, y en ese espacio decidimos qué tipo de planta va, dónde colocaremos una roca o en qué rincón habrá un elemento de composicion. A su vez, jugamos con las plantas para hacer una combinación de colores que va cambiando durante el año.

P. ¿Incluiría el paisajismo entre las Bellas Artes?

R. Sin duda. El jardín es una especie de lienzo y los óleos serían las plantas. Y luego los profesionales tenemos que prever cómo irá cambiando el conjunto. En invierno tenemos una paleta de marrones y a mucha le parece que es poco vistoso, pero es que los ocres que dan las gramíneas en invierno, por ejemplo, son impresionantes.

P. ¿Su trabajo tiene que ver más con la pintura o con la escultura? ¿Juega más con el color o con la estructura?

R. Está más relacionado con la pintura. De hecho, cuando dejé el trabajo en la multinacional y empecé a estudiar paisajismo estuve pintando al óleo con espátula, como había hecho siempre. Por la composición de colores y texturas, se asemeja mucho al diseño de un jardín. Creo que esa parte creativa me ha servido para ejercer mi oficio.

El jardín que realizó para la citada casa-palacio López de Cogolludo, en la localidad alcarreña de Tendilla, ha sido elegido recientemente entre los cinco más bonitos del mundo de 2023 por Veranda, prestigiosa publicación norteamericana de hogar y estilo de vida. “No me lo esperaba, pero me satisface mucho”, dice complacido. Situado a solo 50 minutos de Madrid, el edificio del s. XVII estaba casi en ruinas, pero su cliente, el interiorista Luis Puerta, le dio carta blanca para rehabilitar la zona verde de 4.000 metros cuadrados. “Solo me pidió que no pareciera recién plantado”. Durante los seis años de restauración, Álvaro hizo un descubrimiento fortuito que le indicó el camino a seguir: “Encontré antiguas líneas de jardín similares al diseño de la cúpula de una capilla. Gracias a estas huellas pude revitalizar el antiguo diseño octogonal”.

Cerca de allí añadió una fuente y un jardín perenne compuesto por nepeta, salvia y lirios, así como un huerto donde los parterres de sauces están llenos de hierbas aromáticas y diferentes verduras. Unas 15 especies de rosas adornan pérgolas y arcos, mientras que la hiedra de Boston trepa por los muros del palacio. “Mi cliente es un creador de espacios magníficos, amante de la belleza y la tranquilidad, por eso abordé este jardín como si fuera un espacio interior, con rincones para echarse una siesta o tomar el té con los amigos. Me gusta esta sensación de orden tranquilo”, prosigue Sampedro, que compuso desde el sonido de la grava bajo los pies hasta el olor a jazmín. ¿El resultado? Un jardín romántico que parece haber estado ahí toda la vida.

Los encargos que recibe son de lo más variopinto. “Una vez me llamó un cliente para preguntarme si hacía jardines para perros. Me sorprendió, pero le dije que sí”, recuerda, y a continuación relata cómo abordó este proyecto: “Lo primero que hice fue quitar el césped: es algo que intentamos evitar en nuestros jardines, porque en España el riego y su mantenimiento tiene un coste brutal. Luego, llevé los perros a la parcela y los dejé allí una semana para que ellos mismos hicieran los caminos. Antes de plantar nada, observamos dónde solían tumbarse o dónde ladraban al cartero, y respetamos esos espacios. Plantamos alrededor y, por suerte, no destrozaron nada”.

Para él, un jardín “es un premio a la constancia y al cuidado”. Los suyos a veces necesitan más de cuatro años para adoptar la forma prevista. Y aquí el factor paciencia es clave. “Lo que se busca es que haya un recorrido con el cliente. Que desde que empieza a pensar que quiere un jardín, hasta que lo desarrollamos, haya una paciencia mutua y un desarrollo que te lleve al éxito. Si plantas rápido, al final no hay una armonía en ese jardín. Lo ideal es que crezca un poco contigo”, defiende.

Parafraseando a Heráclito de Éfeso, Álvaro Sampedro cree que “lo único perenne es el cambio”. La cita encabeza un libro autoeditado sobre sus proyectos, unos 50 hasta el momento. “Al final, mis jardines varían en función de la época del año, incluso cada semana. Y eso es muy atractivo, porque te puedes sentar frente a un ventanal y observar un escenario diferente cada día. A lo mejor en tres semanas empieza a enrojecer un arce, y unas semanas después pierde la hoja, pero iluminado es una escultura brutal, y en abril vuelve a brotar… La gente ahora demanda cosas cambiantes, y eso lo tienes en un jardín. Es un regalo que tenemos al alcance de la mano y que no se valora lo suficiente. Creo que es de las pocas cosas no virtuales que todavía pueden impresionar a alguien”.

Su jardín experimental

En 2017 empezó a crear su jardín experimental en el valle del Tiétar (Ávila), al que suele escaparse los fines de semana.

En 2017 empezó a crear su jardín experimental en el valle del Tiétar (Ávila), al que suele escaparse los fines de semana. En torno a siete círculos de grava ha ido plantando distintas especies con las que experimenta antes de usarlas en los jardines de sus clientes. “Estudio cuánto riego necesitan, además de mezclar texturas, colores y tiempos de floración…” Hay especies autóctonas como la Pistaia lentiscus (lentisco), muy resistente a la sequía, pero también foráneas como la norteamericana Panicum virgatum “Heavy Metal”, que sirve para controlar la erosión de los suelos. “Ahora, el reto para los jardineros y paisajistas es crear jardines sostenibles sin renunciar a la belleza y el bienestar, es decir, hacerlo con sentido común y con arte”, declara el propietario, abierto a que su edén privado albergue charlas sobre paisajismo. Tan volcado está en su jardín-laboratorio que ha ido olvidando otras aficiones, como montar a caballo o jugar al golf, “aunque me encanta dar paseos por la naturaleza, ir a exposiciones o leer”. Entre sus últimas lecturas está El elogio de la sombra, el clásico ensayo de Junichiro Tanizaki escrito en 1933. “Los japoneses encuentran belleza en los claroscuros, y eso es muy importante, sobre todo en la iluminación nocturna de de un jardín”, concluye Sampedro, que cita entre sus jardines favoritos el invernadero del Botánico de Madrid (conocido como “La Estufa”), el que diseñó Piet Oudolf en Somerset, al suroeste de Inglaterra, y sobre todo el renacentista jardín de Bóboli construido por la familia Pitti en pleno esplendor de Florencia.

Fotos: Juan Aldabaldetrecu

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