La lucha tradicional es el deporte nacional de Senegal, por encima del fútbol. De gran arraigo en la cultura popular, se basa en técnicas ancestrales. Los ganadores llegan a embolsarse hasta medio millón de euros.
Atardece en la playa Soumbédioune de Dakar, al oeste de la capital de Senegal. Con la caída del sol, bañistas, atletas y culturistas acuden a este gimnasio al aire libre. Un grupo de hercúleos veinteañeros ensaya una danza ritual antes de comenzar el combate cuerpo a cuerpo sobre la arena. Van vestidos con un tradicional taparrabos y lucen coloridos amuletos de cuero.
Antes de la pelea (sin golpes) ensayan un baile ritual al ritmo frenético de los tambores. De paso, estiran y calientan sus músculos. Van ataviados con taparrabos y coloridos amuletos que les protegen del «mal de ojo».
La pelea de estos gladiadores de ébano se desarrolla en medio de un estrépito de tambores, mientras el sudor resbala por sus músculos de acero. Mezcla de sumo japonés y boxeo, la lucha libre senegalesa es el deporte nacional del país, muy por encima del fútbol. A diferencia de la que se practica en otros países del África negra, la modalidad más tradicional permite los golpes con las manos (frappe) y es más peligrosa, pero también más auténtica. Los campeones profesionales son auténticos ídolos y levantan más pasiones que Messi o Ronaldo. Pueden llegar a embolsarse de 120 a 150 millones de francos CFA (alrededor del medio millón de euros) por combate; no extraña, por tanto, que los jóvenes aprendices sueñen con coronarse algún día como el Rey de las Arenas.
Entre septiembre y octubre. A falta de tatami, los luchadores pelean en la arena para evitar lesiones.
Bacaye Mebaye, un prestigioso comentarista televisivo que además organiza combates a nivel nacional, observa la pelea con atención. «Estos chicos aún tienen que formarse, pero van por buen camino», asegura este experto, y calcula que en Senegal hay unas 200 escuelas y 4.000 licencias. Él distingue dos tipos de luchadores: «Los que llevan la lucha en la sangre, por herencia familiar, y los que entrenan para ganarse la vida como luchadores profesionales». Más que un deporte, la lutte está ligada a las raíces del pueblo senegalés y forma parte de su cultura. «Antiguamente, los campesinos de la etnia serer montaban torneos entre aldeas vecinas para celebrar el fin de la cosecha, mientras los pescadores de etnia lebu peleaban con sus contrincantes cuando regresaban de una campaña. En ambos casos, el botín podía ser una parte de la mercancía», explica el comentarista mientras Siteu y Sa Toukouleur, dos de los lutteurs enzarzados en la pelea, se embadurnan de arena para que sus cuerpos no resbalen por el sudor.
Los actuales luchadores –que empiezan a los 17 años y se jubilan a los 45– combinan tácticas ancestrales con duros entrenamientos en el gimnasio. Un combate convencional dura 45 minutos, con tres pausas de cinco minutos, y termina cuando el oponente apoya las cuatro extremidades en el suelo, su espalda roza la arena o uno de los contrincantes desborda el anillo trazado. En ocasiones, bastan unos pocos segundos para que los tres jueces árbitros den por concluido el pugilato. Según el antropólogo Dominique Chevé, quien realiza trabajos de investigación en colaboración con el Instituto Nacional Popular de Educación Popular y Deporte (INSEPS) de Dakar, la lucha con golpes ya se practicaba en el Cayor (reino que existió desde el siglo XV hasta el XIX en el norte de Senegal).
Se dice que los primeros combates profesionales los organizó un francés, propietario de salas de cine, en los años 20 del siglo XX, durante la época colonial. En la década de los 50, la lutte ya era un acontecimiento deportivo. Pero su mayor explosión como espectáculo de masas llegó en los 90 con Mouhamed Nsao, alias Tyson, primer Roi des Arènes (Rey de las Arenas) en 1999. Fue la primera gran estrella mediática: conducía coches de lujo y contaba con un séquito que le asemejaba más a un boxeador americano que a un humilde luchador senegalés.
Desde julio de 2019, el Rey de las Arenas es Modou Lô, un coloso de 180 cm y 110 kg de peso que durante un tiempo estudió en una escuela coránica. No obstante, los favoritos de la afición siguen siendo Balla Gaye II (El león de Guéiawaye), que conservó la corona de 2012 a 2014, y Yékini, que posee un récord de 19 victorias y es uno de los mejores luchadores de la historia, junto a Tyson y Bombardier. Aunque la mayoría son musulmanes, en Senegal el islam convive con el animismo. Los campeones son fieles al misticismo de la lucha y antes de salir al coso (los estadios acogen a más de 50.000 espectadores) la mayoría se encomienda a los morabitos, chamanes religiosos que evitan los malos espíritus, protegen a los luchadores con gris-gris (amuletos) y buscan aumentar su popularidad.
Tampoco renunció a los conjuros el campeón de lucha canaria Juan Espino, de 39 años, primer extranjero en conseguir licencia de lucha libre en Senegal (puedes conocer mucho más sobre él en este mismo número). Apodado allí El león blanco, a su paso por el país obtuvo ocho victorias y nunca fue derrotado. «He viajado por todo el mundo y la lucha canaria es la más parecida a la senegalesa de las que he visto, pero la africana es más libre, con menos interferencias de los árbitros», dice Espino, quien, como Andrés Iniesta, llegó a protagonizar el anuncio de helados Kalise para Senegal. Sólo que él salía en taparrabos.
Fotos: Ángel López Soto