Protagoniza una de las carreras más meteóricas del diseño contemporáneo. Las marcas se lo rifan y los coleccionistas suspiran por sus piezas, algunas en museos.
No hace falta ser neurólogo para deducir qué tipo de cerebro se esconde dentro de la cabeza de Jaime Hayon (Madrid, 28 de agosto de 1974), el diseñador español con más proyección internacional. Si escaneáramos su órgano gris, comprobaríamos que su hemisferio derecho registra mucha mayor actividad neuronal que el izquierdo. No en vano los expertos afirman que el derecho es «el más artístico, original y rebelde de los dos; le gusta salirse de la norma e ir más allá de lo socialmente establecido». Entre otros dones, esta mitad nos permite desarrollar la intuición, la imaginación, la innovación y el pensamiento creativo. Facultades que a Hayon parecen sobrarle y que explican una de las carreras más meteóricas del diseño contemporáneo.
A sus 40 años recién cumplidos, la revista Time le señala como «uno de los 100 diseñadores más relevantes de nuestro tiempo», mientras Wallpaper le incluye entre «los creadores más influyentes de la última década». El Groninger Museum de Holanda exhibió hasta el pasado marzo su primera retrospectiva, algo que solo artistas consagrados suelen merecer. La muestra recogía el mundo de fantasía y diversión del diseñador a lo largo de estos últimos 10 años: desde sus primeros cactus de cerámica al icónico Green Chicken (un balancín en forma de pollo verde), pasando por The tournament, un enorme ajedrez inspirado en la batalla de Trafalgar. También hubo espacio para las sillas, lámparas, mesas y demás objetos que este revolucionario sin complejos ha creado para marcas punteras como BD Barcelona, Baccarat, Metalarte, Lladró, Bisazza, & Tradition o Fritz Hansen. Y se pudieron ver sus cuadernos de bocetos, pues sus dibujos son el origen de todo.
Hijo de joyero y ama de casa (actualmente, su padre se encarga de la contabilidad del Studio Hayon, con 13 empleados), en su adolescencia viajó a San Diego (California), donde conectó con la cultura del skate y del street art y acabó haciendo gráfica para una empresa americana. Tras estudiar diseño industrial en el IED (Instituto Europeo di Design) de Madrid y en París, una beca le catapultó a Fabrica, la prestigiosa incubadora de creativos comandada por Oliverio Toscani. Famoso por sus transgresoras campañas para Benetton, el gurú italiano se percató enseguida de su talento y le nombró jefe del departamento de diseño. Desde este puesto, Hayon supervisó durante ocho años proyectos de interiorismo, catálogos, logos En 2004 decidió abrir su propio estudio.
Poseedor de un estilo propio caracterizado por la calidad de los materiales, la armonía en las formas y el humor, en su trabajo se difuminan las barreras entre el diseño y el arte. En esta última década su ascensión ha sido imparable. Ya fuera disfrazado de clown o de conejo rosa, este «diseñador tridimensional», como él mismo se define, ha copado innumerables portadas en las revistas internacionales de tendencias de medio mundo. Y si al principio provocaba más de un levantamiento de ceja, hoy se siente respetado dentro del mundillo, las marcas se lo rifan y los coleccionistas suspiran por sus piezas.
Casado con la fotógrafa holandesa-estadounidense Nienke Klunder, madre de sus hijos Vico y Tys (3 años y año y medio), hace tres años se trasladaron de Londres a Valencia. Aquí está radicada la sede principal de su estudio, aunque mantiene las oficinas de Barcelona y Treviso (Italia). «Valencia es lo más parecido a Nápoles que encontramos en España. Para mí es como regresar al pueblo», dice este diseñador mundano curtido en mil acentos, que hoy viste una sencilla camiseta negra, gafas de pasta verde, un reloj Orolog diseñado por él y unos zapatos de piel blancos. La grabadora se pone en marcha y en su hemisferio derecho estallan fuegos artificiales.
PREGUNTA. ¿Dónde ha dejado sus zapatos de colores?
RESPUESTA. Un periódico holandés me ha nombrado editor invitado y les he pedido que busquen zapatos monocromáticos como estos, blancos hasta la suela. Creo que la identidad del hombre asoma por las puntas.
P. ¿Ha dibujado mucho durante las pasadas vacaciones o se ha dedicado al dolce far niente?
R. Casualmente acabo de hablar con la editorial Taschen, porque están interesados en publicar los 250 sketch books [cuadernos de bocetos] que expuse en el Groninger Museum de Holanda. En Dinamarca no he hecho más que dibujar. Dibujo en aviones, en el estudio, estando de vacaciones El verano es para las ideas: mi cabeza está en permanente ebullición.
P. ¿Y esos bocetos suelen convertirse en piezas?
R. Sí, la mayoría se hacen realidad. Normalmente una empresa me hace un encargo, estudio un poco lo que quieren y luego me meto en mi propio planeta. En este sentido, acabo de hacer dos piezas de cerámica para una exposición colectiva sobre animalística en La Triennale de Milán; he diseñado una tienda espectacular en Nueva York para un joyero indio; unos sillones para Cassina Desde que dibujo siempre he ido por delante. Hoy, por ejemplo, me ha llamado una empresa italiana especializada en plástico de teleinyección. Querían que les hiciera una silla y les he sugerido una pieza que dibujé la semana pasada mientras tomaba un gin-tonic [risas].
P. Parece que todo fluye en el planeta Hayon.
R. Estoy pasando por un momento profesional muy bueno. Me llegan muchas comisiones [sic] y tengo la suerte de poder elegir un poco a los clientes.
P. Aclare el término comisiones, no vaya a ser que le malinterpreten
R. [Risas] En inglés, commissions significa el encargo de una pieza específica. ¡Tengo un lío con los idiomas, macho! Viajo tanto y hablo con tantos países al cabo del día que se me olvida el castellano. Este mes estaré en México DF, Tokio, Kuwait, Londres y Dubai.
P. Acaba de cumplir 40 años. ¿Le ha afectado la famosa crisis de la mediana edad?
R. Creo que aún no me ha llegado [risas]. Quizá he pasado por crisis de cansancio, de estar quemado, pero he llegado a un nivel de consciencia que me permite estar centrado y disfrutar de lo que hago. Si estás cómodo, eres feliz y tienes buena energía, al final las cosas salen de la hoooostia. A mí, lo que más en crisis me pone es no disfrutar del trabajo.
P. De energía anda sobrado, ¿eh?
R. Hay que comerse el mundo, no quedarse aquí mirando cómo se pudre la manzana.
P. Los medios se refieren a usted como el nuevo gurú del diseño contemporáneo. ¿Usted se ve así?
R. A veces creo que se pasan. En Dinamarca trabajo para Fritz Hansen, la empresa madre del diseño danés, y ya me están poniendo en un pedestal. Todas mis piezas [como el sofá FAVN] están siendo best sellers. ¿Qué puedo decir? Yo hago las cosas con toda la energía del mundo y eso está cuajando. Hay gente a la que le gusta mi estilo, ve que las piezas están hechas con cariño y se identifica con ciertos mensajes.
P. ¿No tiene la impresión de que ha triunfado demasiado rápido?
R. Todo ha ido muy rápido, pero podía haber ido más rápido aún. Hay millonarios que me han llamado diciéndome: «Vamos a hacer un hotelazo, ¿lo hacemos juntos?». Y he tenido que responder que ahora mismo no podía, porque de lo contrario quemaría mi oficina. Mi mujer me ha servido muchas veces de freno, y se lo agradezco. Ella es nórdica y piensa las cosas antes de hacerlas. Es preferible ir lento, pero seguro.
P. ¿Cuál es su idea del éxito?
R. Ver cómo estás influenciando un momento, situarte dentro de un diálogo internacional, percibir que tu trabajo va evolucionando para bien. La evolución es lo más bonito; me satisface especialmente cuando alguien me dice: «Cómo mola lo que estás haciendo, ahora lo entiendo». Desde luego, mi idea del éxito no es irme de farra paseando las mismas piezas por todo el mundo. Y de estos hay muchos, ¿eh? [risas].
P. ¿Qué tres momentos destacaría de esta travesía?
R. En 2003 expuse mi primer proyecto independiente en la galería David Gill de Londres; fueron los primeros que creyeron en mi estilo. También recuerdo con afecto mi primera colaboración con BD Barcelona; los sillones de la línea Showtime todavía siguen vendiéndose por ahí. Y también fue muy bonito trabajar con Baccarat, una empresa con 250 años de historia; me dieron libertad para realizar la colección de lámparas Candy Light y la presentamos en un palacio alucinante. ¡Allí estaban las auténticas sillas de Luis XIV!
P. ¿De crío apuntaba maneras de artista?
R. Yo siempre he tenido mucha curiosidad por todo, siempre he sido muy dibujante. Mis padres ya veían que su niño no sería banquero.
P. En su casa no coartaban su creatividad
R. Jamás. Dentro de una lógica, la pasión estaba por encima de la obligación. Mis padres procuraban mi felicidad y que siguiera adelante con mis cosas. Lo que no se imaginaban es que mi pasión llegara a convertirse en algo tan potente. A mi padre le tengo de contable, porque parte de la administración de la empresa la dejé en Madrid. Es muy bueno con los números, y a un padre hay que tenerle ajetreado, ¿no?
P. ¿Cómo le marcó la cultura skateboard, el street art?
R. Fue un principio para descubrir que la creatividad era lo mío. A mí me gustaba el skate y tenía muchos amigos que lo practicaban. Así que un buen día me fui a San Diego (California), donde compaginé mis estudios con el trabajo en una empresa de diseño gráfico. En ese mundillo conocí a gente innovadora que estaba involucrada en la gráfica, la música electrónica o el arte contemporáneo. ¿Y sabes qué? ¡Algunos han acabado exponiendo en el MoMA [risas]!
P. Con ese bagaje regresa a Madrid para estudiar Diseño Industrial. ¿Qué piezas hacía por entonces?
R. Empecé a hacer robots y objetos rarísimos de estilo japonés. Los profesores me decían: «Chaval, fórmate bien, que ya te llegará una comisión; algún día un tío te pedirá que le diseñes una silla». Después me fui a Japón, y a la vuelta me instalé en Barcelona, donde hice mis movidas para una galería del Born, como unas mesas con mogollón de patas.
P. ¿Dónde está la frontera entre el diseño y el arte?
R. Para mí nunca la ha habido. Yo soy un diseñador tridimensional, alguien que tiene su propio estilo, su marca, que trabaja por encargo y hace diseño industrial, pero al mismo tiempo crea otras piezas como artista. Un diseñador tiene un estilo y mundo que contar. La diferencia es que el diseño es más funcional que el arte. ¡Dile a Murakami si los bolsos que hace para Louis Vuitton tienen una función o no [risas]!
P. ¿Qué lugar ocupa el diseño patrio más allá de nuestras fronteras?
R. Está muy repartido. Hay gente como Patricia Urquiola, Tomás Alonso o Nacho Carbonell con una fuerza y un carácter increíbles. Desde fuera nos ven como alemanes, pero con pasión. Lo que falta es que los políticos dialoguen más con los profesionales, para que nuestra creatividad sea más global. Yo acabo de inaugurar en un hospital en Bristol un proyecto público de escultura, pero eso en España no lo haría ni de coña.
P. ¿Qué aprendió de Oliverio Toscani en Fabrica?
R. Que no es suficiente con que tus diseños tengan calidad y sean funcionales; tienes que saber comunicarlo.
P. Transmite optimismo y vitalidad. Supongo que su carácter extrovertido le ha abierto muchas puertas, ¿no?
R. Claro, pero eso tiene una parte buena y una parte mala. Yo trabajo para la gente que quiero. Tiene que haber química. Para mí es importante colaborar con gente noble que tenga un interés real por aprender. Y luego busco la elegancia del proyecto. En ese sentido, me gusta el trabajo de Josef Hoffman, el arquitecto y diseñador industrial austriaco [1870-1956]. En el diseño busco la inteligencia del objeto.
P. ¿Cuáles son sus señas de identidad?
R. Me gusta la armonía de las formas, que el objeto cuente una historia, los materiales de calidad, el humor
P. ¿Aspira a que sus obras sean atemporales?
R. No pienso en el futuro de la pieza. Lo importante es que sea estética y marque cierta tendencia.
P. ¿Qué pieza rescataría de un incendio?
R. El Green Chicken. Es una pieza de edición limitada que algunos museos han comprado. Al principio no valía ni 5.000 euros y ahora no baja de 37.000. Hay gente que se está volviendo adicta a los hayon.
P. ¿Alguna vez le han dicho que es más raro que un pollo verde?
R. Seguramente. A mí me encanta el surrealismo. Pero si yo tuviera esa locura del artista tampoco podría innovar como innovo en el diseño, porque yo me arriesgo muchísimo con las piezas que hago.
P. ¿Se siente embajador de la marca España?
R. Absolutamente: donde yo vaya, la marca España está detrás de mí.
P. Imagine que recibe la llamada de Doña Letizia para que le redecore su casa. ¿Por dónde empezaría?
R. En mis interiorismos, el cliente quiere una experiencia global, un efecto ¡wow!, de confort. Yo buscaría espacios luminosos, muy blancos, y metería muebles coloridos que hagan de contraste. Un verde, un rosa, un gris. En general, la Familia Real necesita modernizarse a nivel estético. Hablando de instituciones españolas tradicionales , ¿sabe qué he soñado esta noche? Que rediseñaba el Corte Inglés. ¡Lo haría gratis [risas]!
P. Ahora que es padre, ¿ha vuelto a crear juguetes?
R. Estoy todo el día haciéndoles cosas. El otro día hice unos salvamanteles que son la bomba, con una pista de avión para que se entretengan mientras comen. Los he plastificado y me han quedado de cine. Debería fabricarlos. Además, estoy trabajando en el prototipo de una nueva bici infantil. A veces me impresiona lo que puedo llegar a hacer…
P. ¿Sabe qué le digo? Que debe de molar mogollón ser Jaime Hayon.
R. [Risas]. Pues ya sabes. Sí, es muuuy divertido.
Más información. www.hayonstudio