Party en la sinagoga

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En 1986 el escultor aragonés Ángel Orensanz compró el templo judío más antiguo de Manhattan. Convertido en museo y espacio para eventos, hoy es uno de los lugares calientes de la ciudad. Lady Gaga o Spielberg se han rendido a su magia.

Paseando por las calles del Lower East Side neoyorquino –Norfolk, Willet, Eldridge, Broome-, es fácil tropezarse con alguna sinagoga. No en vano este barrio multicultural del sureste de Manhattan fue una antigua judería. Tras el fracaso de la revolución socialista de 1849, muchos inmigrantes judíos alemanes se mudaron a este distrito y lo convirtieron en su nuevo hogar. La sinagoga que se alza en el número 172 de Norfolk Street es la más antigua de la ciudad de Nueva York y la cuarta más antigua de Estados Unidos. Su historia es azarosa. Construida en 1849 por el arquitecto alemán Alexander Saelty para la congregación judía Ansche Chesed, fue concebida al estilo de la catedral de Colonia y tiene las mismas dimensiones que la Capilla Sixtina: 40,9 metros de largo por 13,4 metros de ancho. Desde 1921 hasta 1974 fue lugar de culto de la hermandad rusa Anshe Slonim, y a partir de esa fecha cayó en el abandono. Hasta que en 1986 el escultor aragonés Ángel Orensanz (Laurés, Huesca, 11 de febrero de 1941), recién llegado a la Gran Manzana, vio el cartel de «se vende» y se interesó por ella para dedicarla a su propio culto.

Aquella fue posiblemente la mejor decisión de su vida. «Se la compré a un judío llamado Ozolis por un millón de dólares, pero ahora cuesta más que el mejor cuadro de Velázquez. ¡Su rendimiento es eterno!», afirma desde su púlpito el expansivo propietario, que a pesar de llevar tres décadas viviendo en Manhattan no ha perdido su fuerte acento maño. Tras los dos años que invirtió en su restauración («arreglé ventanas, lijé suelos, instalé la calefacción»), el antiguo templo del siglo XIX abrió sus puertas en 1988 bajo el nombre de Fundación Ángel Orensanz y convertido en un dinámico centro cultural que enseguida revitalizó la actividad en este barrio bohemio cercano a Chinatown y Little Italy.

Ángel y sus amigos. El artista con James Gandolfini.

El edificio se distribuye en tres plantas. «En la primera se sitúan el altar y un claustro con arquerías góticas; la segunda alberga el Museo Orensanz, y la tercera una zona abuhardillada que me sirve de segundo taller», explica a sus 73 años el rabino aragonés, que a lo largo de su carrera calcula haber realizado «unas 10.000 obras». Conocido internacionalmente por sus círculos, cilindros y globos esféricos, domina un extenso abanico de técnicas y medios artísticos: estatuaria monumental, grandes murales cerámicos o de hormigón, instalaciones en galerías o al aire libre, land art, dibujos, acuarelas, fotografía, videocreación… La tenacidad aragonesa y la efusividad cosmopolita confluyen en su exaltada personalidad. «Siento que no se me conoce bien en España, pero no es culpa mía», lamenta, tras recordar que ha colocado esculturas en medio mundo: desde el Holland Park de Londres hasta la Plaza Roja de Moscú, pasando por el Roppongi Park de Tokio o el Central Park de Nueva York.

 

La Fundación Ángel Orensanz acoge exposiciones, conferencias, conciertos, desfiles y todo tipo de eventos privados, en especial los dedicados a la recaudación de fondos para causas benéficas. «Cada cliente decora el espacio a su gusto. El alquiler está entre los 20.000 y 30.000 dólares [de 16.000 a 24.000 euros]. ¡Pero, ojo, por una sola noche!», advierte el propietario de esta gallina de los huevos de oro. El precio es una minucia para famosos como Sarah Jessica Parker (la actriz de Sexo en Nueva York), que en 1997 celebró aquí su boda con Matthew Broderick. Desde que este singular espacio abrió sus puertas «han pasado por aquí un millón de personas», entre ellascelebrities internacionales: «La primera que actuó en este escenario fue Whitney Houston. A Lou Reed, que vivía en el barrio, le encantaba venir, igual que al diseñador Alexander McQueen, que montó algún desfile de moda. Y hace un par de años estuvo Steven Spielberg para rodar el último capítulo de la serie musical Smash, para recrear el Taj Majal. El edificio tiene una acústica extraordinaria, por eso el compositor Philip Glass se sentía en el cielo cuando tocaba el piano», relata con delectación. Tiene fotos con todas las estrellas, de las que habla con familiaridad: «Susan Sarandón [tal cual lo pronuncia] es sencillísima, lo mismo Meryl Streep. Oye, ¿y no has visto la foto que tengo con Lady Gaga? Búscala en Internet. También es muy maja, sí. Grabó un videoclip, se descalzó y me puso una mano en el hombro».

Golpe de suerte

Entrevistar a Orensanz no es tarea fácil. Su monólogo es chispeante pero deslavazado. Salta de Lady Gaga a Botticelli sin transición, como si el cierzo aragonés soplara en el interior de su cabeza, alborotándole las ideas. Si le preguntas cómo llegó a reunir el millón de dólares para comprar la sinagoga, puede responderte: «¿Y qué tal la corrupción por España?». Solo cuando se le ruega que no se vaya por las ramas consigue centrarse un poco. «A mí siempre me ha llamado la atención comprar edificios. Pero si me atreví con la sinagoga fue gracias a los 700.000 dólares que me pagó el arquitecto John Portman», retoma el hilo argumental.

Acababa de llegar a EEUU con una beca. «Todo sucedió por un golpe de suerte, una constante en mi vida», prosigue. Iba a montar una exposición en Nueva York pero lo acabé haciendo en Los Ángeles. Allí me contactó Portman tras conocer el éxito de una muestra mía al aire libre en Londres, en Holland Park [Environmental London, 215 cilindros de colores], que salió en la película La semilla del tamarindo [Blake Edwards, 1974] y fue portada delTimes. Me pidió que le hiciera seis cilindros de 30 metros de altura para el hotel Marriott Martis de Atlanta. Los construí en un pueblo perdido de Huesca, ¡imagínate! Se los entregué y me pagó 700.000 dólares al día siguiente. Pensé: ‘Soy más grande que Frank Sinatra’. La sinagoga valía mucho más, pero yo me sentía un tritón invencible. ¡Como Batman!».

Prolífico

Hijo de agricultores –el sexto de siete hermanos–, su sensibilidad artística se manifestó desde niño. «Mis primeras obras fueron dibujos de caras grabados en las piedras. Era una forma de sobresalir intelectualmente», explica el escultor aragonés, primero de la prole en abandonar Laurés, una aldea del Pirineo aragonés habitada por 60 almas. «Curiosamente, muchos genios como Joaquín Costa o Ramón y Cajal proceden de pueblos diminutos», reflexiona. A la vista de sus habilidades, a los 12 años sus padres le enviaron a vivir a Barcelona con su tío Gregorio Orensanz, un notario republicano. Más tarde ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge de esta ciudad, hasta que en 1965 se trasladó a París. «Fue el no va más. Allí rompí con el lado tímido y academicista del momento». Tras exponer en Roma, Londres o Tokio recaló en Nueva York. «Mi carta de presentación fue una instalación en el mítico Studio 54».

Su prolífica y original producción artística –en especial sus esculturas cilíndricas– no pasó inadvertida para la Academia Internacional de Arte Moderno de Roma, que en 1996 le inscribió en su Albo d’Oro junto con Eduardo Chillida, Giacomo Manzù y Henry Moore. En 2001, la Bienal de Arte Contemporáneo de Florencia dedicó un homenaje a toda su obra, y un año después fue galardonado en España con la Medalla de Oro de Bellas Artes.

Su inagotable energía le lleva a viajar por medio mundo. Tan pronto está inaugurando el Territorio Orensanz, un museo en la localidad salmantina de Aldeaduero que piensa replicar en Hawai, como entregando el premio que lleva su nombre en el Art Video Film Festival of Cannes, dedicado al videoarte. Lejos de decaer, su fijación inmobiliaria sigue viva. En 2006 compró un flamante castillo en la Borgoña francesa –el château de Flacy, del siglo XIX– que acaba de reformar. «Mi deseo es convertirlo en un amplísimo paraíso para mis obras», afirma entusiasmado. Además, es propietario de una galería de arte en París próxima al Museo Picasso. Nunca se casó ni tiene hijos que hereden su fortuna. Ni falta que hace: su descendencia son sus 10.000 obras. «Solo hay que creer en el arte, lo demás es fabulación», proclama el artista desde su rentable sinagoga.

Más información. www.angelorensanz.com y www.orensanz.org

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