Los coleccionistas del éxtasis

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Atravesar playas de arena blanca, barrancos y parajes apenas habitados a lomos de un pura raza menorquina es una experiencia sin igual. Recorremos el Camí de Cavalls, un sendero de 185 km que circunvala el litoral de la isla.

Típicas puertas menorquinas denominadas «tancas» que dan acceso a las fincas rústicas de la isla. Paola de grenet.

Una agradable brisa marina peina las crines de nuestro caballo, un noble ejemplar de pura raza menorquina. De carácter tranquilo y obediente, brillante capa negra, tronco robusto y sangre caliente, como corresponde a los de su estirpe, pertenece a la yeguada San Adeodato, una empresa que organiza rutas ecuestres por el sur de Menorca. A lomos del animal, avanzamos a buen ritmo por un tramo del Camí de Cavalls (Camino de Caballos) que corre paralelo a la playa de Binigaus, en el municipio de Es Migjorn Gran. Seguramente incómodo ante la impericia del jinete, que le aprieta las riendas más de la cuenta, el equino frena en seco, resopla y se toma un respiro para contemplar a un par de nudistas que toman el sol a primera hora de la mañana. Es todo un voyeur. Sólo las posaderas de la yegua que tiene delante le animan a reanudar la marcha.

Tras alcanzar el otro extremo de la playa por un camino llano y salpicado de dunas, la cuadrilla se desvía hacia el barranco de Binigaus. Para nuestra tranquilidad, los resistentes caballos menorquines están adaptados a caminar por pendientes pedregosas, por lo que recorremos confiados el sendero hasta nuestro destino: la Cova des Coloms (Cueva de las Palomas), que por sus dimensiones -24 metros de altura, 110 metros de largo y 15 de ancho- también se conoce como La catedral. Sobrecoge entrar por primera vez en esta enorme gruta de piedra calcárea, protegida desde 1966 como Bien de Interés Cultural. «Fue un lugar de entierro prehistórico en el que se encontraron huesos humanos a finales del siglo XIX», informa Francisco Triay, el propietario de la yeguada.

Un placentero camino

Varios turistas disfrutan un agradable pícnic en la cala Viola de Ponent, situada en el Cabo de Cavalleria. Paola de grenet.

El trayecto de ida y vuelta entre encinas, pinos y acebuches dura unas dos horas. Tras duchar a los caballos en la finca, el dueño nos invita a una comida en Es Bruc, su concurrido chiringuito con vistas al mar. Por la mesa desfilan bandejas de pescado frito, berenjenas rellenas a la menorquina, lomo con col y pastel de queso. Hace un día primaveral, la temperatura ronda los 20º C y las gaviotas sobrevuelan la mar en calma. Sí, nuestro primer contacto con el histórico Camí de Cavalls, un sendero de Gran Recorrido (el GR-223) que circunvala el litoral de Menorca a lo largo de 185 kilómetros, no ha podido ser más placentero. Recorrerlo entero o transitar por alguna de sus 20 etapas, ya sea a pie, en bici o a caballo, es una de las formas más auténticas de conocer la riqueza paisajística, etnográfica y cultural de esta cautivadora isla de 701 km2, declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco en 1993.

El kilómetro 0 del recorrido está situado en el puerto de Mahón, la capital de Menorca, aunque se puede arrancar desde cualquier etapa. Nosotros recorremos cuatro con el fin de apreciar los contrastes entre norte y sur. De perfil más agreste, el norte destaca por sus acantilados y playas de arena gruesa; más llano y urbanizado, el sur alberga barrancos y playas de arena blanca. Siguiendo la herradura de los mojones del camino, nos adentraremos en el Parque Natural de la Albufera des Grau; nos bañaremos en calas de agua azul turquesa; pasaremos junto a pintorescos llocs (las casas de las explotaciones agrícolas) y visitaremos esas torres prehistóricas llamadas talayots.

Montura de un caballo menorquín realizada por el guarnicionero Pedro Pons Andreu. Paola de grenet.

Cabe recordar que «el Camí de Cavalls no es, tan sólo, un camino hecho de la suma de veredas o senderos que da la vuelta a la isla, sino un patrimonio colectivo que forma parte de nuestra identidad», expone el estudioso Joan Gomila para ilustrar el sentimiento de pertenencia del pueblo menorquín hacia esta histórica senda, cuyo origen se remonta al siglo XIV. Ya en 1330, en tiempos del rey Jaime III de Mallorca, los nobles debían mantener un caballo armado para la defensa del territorio y sus habitantes. Más adelante, la construcción de torres de vigilancia costera para hacer frente a las incursiones de los piratas hizo más que necesario completar un camino perimetral que diera la vuelta a la isla.

Historia menorquina

En 1736, durante la primera ocupación británica, el gobernador inglés Richard Kane lo consideró un «camino real» y ordenó mantenerlo limpio y transitable, «como se hacía antiguamente». De su trazado original da fe el primer mapa de la isla, realizado en 1780 por el cartógra fo Louis Stoki d’Arc de la Rochette. Dos años más tarde, el conde de Cifuentes, gobernador español, recomendaba que «los caminos llamados de caballos estén abiertos y del todo libres y compuestos para poderse libremente transitar». Sin embargo, a lo largo del siglo XX, el camí cayó en desuso y fue deteriorándose, al tiempo que los propietarios empezaron a prohibir el derecho de paso.

Por suerte, a partir de 1996 los menorquines más sensibilizados con la pérdida de este patrimonio histórico y natural empezaron a luchar por la recuperación del camino, que atraviesa unas 120 fincas privadas. Las manifestaciones reivindicativas y la presión popular obligaron a las autoridades a promulgar en 2000 la Ley del Camí de Cavalls, cuyo objetivo principal era acondicionar el histórico sendero y establecer un uso general, libre y gratuito. En 2008, tras un largo proceso de expropiaciones y litigios, quedó definitivamente expedito.

Restaurante del Agroturismo Son Vives, en el municipio de Ferreries. La finca incluye un hotel de 12 habitaciones. Paola de grenet.

En estos momentos, se estudia la rehabilitación del camino mediante una partida de 280.000 euros que se recaudaría mediante un impuesto sostenible.

Continuando por la costa sur de Menorca, al día siguiente nos dirigimos a Cala en Porter, una de las playas más recomendables para ir con niños por su ausencia de oleaje. Situada a unos 12 km de Mahón, está enmarcada por dos grandes barrancos, y el tramo del Camí de Cavalls que va desde Cala en Porter hasta Binisafúller, con una longitud de 11,8 kilómetros, se adentra en uno de ellos. Los caballos agradecen pasear por esta zona húmeda detrás de la playa, entre plantas como el lirio de playa o la grama marina. A ras del suelo, sale a saludarnos algún inocente conejo, mientras desde los nidos construidos en las paredes del barranco acechan cernícalos, halcones, milanos y demás aves rapaces. A lo largo del recorrido el camino atraviesa otros barrancos, como los de Cales Coves, Es Canutells y Biniparrax. En la desembocadura de Cales Coves (que alberga un centenar de cuevas del siglo IX a.C., la mayor necrópolis prehistórica de Menorca) hay una zona de pícnic con sombra entre pinos y acebuches. Buena excusa para tomar un refrigerio y desandar el camino para bañarnos en la cala. Por la tarde, no hay mejor plan que ver la puesta de sol desde la cercana Cova d’en Xoroi, dentro de un acantilado con impresionantes vistas al Mediterráneo. Es el momento perfecto para asomarse a sus amplios ventanales de piedra y tomar un gin-tonic de Xoriguer, la ginebra de la isla. Habilitada como discoteca hasta las tantas de la madrugada, al fondo de la gruta hay una sala para conciertos en vivo.

Tras comer en Sa Pedrera d’es Pujol (cocina menorquina actualizada), bordeamos la isla por la costa noreste para hacer el tramo que va del Parque Natural de s’Albufera a Favàritx, con una longitud de 8,6 km. El parque está junto a Es Grau, un pequeño pueblo marinero desde cuya apacible playa, protegida por la isla de Colom, pueden hacerse excursiones en kayak o en lläut (embarcación tradicional de las islas Baleares, construida de madera). A la salida del pueblo tomamos el Camí de Cavalls, que discurre por este Parque Natural de 5.100 hectáreas considerado el núcleo de la Reserva de la Biosfera.

Tres ejemplares de la yeguada San Adeodato reciben una ducha al final de la ruta. Paola de grenet.

Tras cruzar por un pequeño puente de madera, nos asomamos a la gran laguna de Morella, cubierta por un manto de posidonia. Humedales, bosques frondosos, terreros dunares y campos de cultivo se suceden en este variopinto paisaje. Al pasar por Sa Torreta, encontramos un poblado talayótico (santuario prehistórico típico de la isla) y una torre de defensa, justo antes de alcanzar el faro de Favàritx. Construido en 1922 con roca de la zona y enclavado en un terreno abrupto de pizarra negra, es el más famoso de los siete que hay en Menorca.

En la última jornada recorremos el tramo entre Cala Tirant y Binimel-là, al norte de la isla, que a lo largo de 10 km discurre por una de las zonas mejor conservadas del litoral. De gran riqueza geológica, está declarada por la UE Zona de Especial Protección para las Aves. El Ecomuseo del Cabo de Cavalleria, el yacimiento romano de Sanicera y el faro de Cavalleria son algunas de las paradas recomendadas. Merece la pena caminar por un pedregal próximo al faro y asomarse, con precaución, a los acantilados de 80 metros de altura.

Antonio Bosch y su mujer, Catalina Florit, propietarios de la agencia de rutas ecuestres Cavalls Son Àngel, organizan excursiones por esta zona. «Empecé en 2004 con ocho caballos y ahora tengo 50, la mitad de pura raza menorquina. Pero gano prácticamente lo mismo, porque hay muchos gastos fijos. Este es un oficio vocacional, no para hacerse rico», afirma el propietario. Ella dejó su trabajo en un banco para ayudarle en la finca y desde 2016 preside la asociación Menorca Activa, que aglutina a varias empresas de turismo activo. «El turista que se acerca a nosotros no se limita a disfrutar del sol y la playa. Quiere conocer la isla con más detalle, relacionarse con su gente, vivir aventuras y llevarse experiencias bonitas y exclusivas», explica mientras prepara un pícnic en la cala Viola de Ponent, en el Cabo de Cavalleria.

Dentro de la improvisada jaima, un grupo de turistas ingleses y alemanes, jinetes avezados, degustan los suculentos productos locales (ensaimada, sobrasada, queso de Mahón) en platos de cerámica. Después de tres días por la costa norte, se confiesan devotos del Camí de Cavalls. «A los extranjeros les impacta la resistencia del caballo menorquín, su facilidad para moverse por terrenos escarpados. Y aprecian mucho recorrer un litoral prácticamente virgen, donde apenas hay construcciones», comenta Bosch, que, no obstante, echa de menos unas infraestructuras básicas. «Hace 10 años, yo pensé que esto se convertiría en algo parecido al Camino de Santiago, pero a día de hoy faltan albergues, cantinas, fuentes… Tenemos un serio problema con el agua para los caballos», se lamenta.

Pistas gourmet

Gastronomía local con vistas al mar. Paola de grenet.

Al caer la tarde nos acercamos en coche hasta el Agroturismo Son Vives, una finca de 68 hectáreas situada en el municipio de Ferreries que incluye un hotel rural de 12 habitaciones. En las colinas con vistas al mar pastan 70 cabezas de ganado, incluidos tres sementales de pura raza menorquina. En 2012, los hermanos Jeroni y Joan, emprendedores veinteañeros, decidieron recuperar la actividad agrícola de la zona y montar una quesería. Hoy producen 16.000 kg de queso de vaca menorquina y la marca Son Vives empieza a ser reconocida fuera de la isla balear. Entre los numerosos premios cosechados hasta hoy destaca la medalla de oro del World Cheese Awards 2016 por su variedad semicurado.

¿El secreto? «La finca está cerca de la costa y cuando sopla el viento de Tramontana, deja sal del mar en el pasto», cuenta Joan en el secadero natural. Pero su gran pasión son sus caballos. Está especialmente orgulloso de Delicioso, uno de los ejemplares más guapos de Menorca. De estampa elegante, pelo azabache y mirada viva, a sus 4 años fue elegido mejor potro de la isla en un concurso morfológico. Como caballo de raza autóctona, este semental reúne todas las condiciones para hacer el Camí de Cavalls, «pero por sus excelentes cualidades se le entrena para salir en las fiestas patronales de Ferreries y Es Mercadal«, precisa su domador Robert Pulido. Elevándose sobre sus patas traseras, Delicioso se despide haciendo el típico bot (salto), el mejor colofón a una ruta inolvidable.

Pura raza menorquina

En todo el mundo hay 3.966 caballos de pura raza menorquina, de los cuales 3.040 están censados en Baleares. Paola de grenet.

El caballo ha tenido históricamente una estrecha relación con el pueblo menorquín y ha sido protagonista del sistema de defensa de la isla desde el siglo XV. «Según el último censo de 2017, en todo el mundo hay 3.966 caballos de pura raza menorquina, de los cuales 3.040 están censados en Baleares y la mayoría de estos en Menorca, que cuenta con la densidad más alta de équidos de toda Europa por metro cuadrado«, asegura Toni Bagur, presidente de la Asociación de Caballos de Raza Menorquina. Esta raza fue reconocida por el Ministerio de Defensa en 1989. Entre sus características destacan: carácter tranquilo y obediente; capa de color negro; cola baja de pelo largo y fuerte; tronco alargado, y orejas con orientación divergente. Es un caballo resistente y enérgico, con gran aptitud para la silla y el enganche y muy valorado para fiestas populares.

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