«La danza de Isabel Bayón». Premio Fuera de Serie Danza 2014

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La danza de Isabel Bayón
Carácter. Bayón, 45 años, con un mantón que usó en La horma de sus zapatos, su penúltimo montaje.

Su talento fue descubierto por Antonio Mairena, de niña. Tras 40 años en los escenarios, la bailaora sevillana está en lo más alto de su carrera. Dicen de ella que es valiente y sensual.

El día que hablamos para concertar esta entrevista, su tono de voz sonaba triste. «Mi madre está hospitalizada con neumonía», se excusó a la vuelta de un viaje a Nueva York la bailaora Isabel Bayón (Sevilla, 13 de mayo de 1969), Premio Nacional de Danza 2013 en la modalidad de Interpretación. El jurado se lo concedió «por la calidad y pureza de su baile, así como por la puesta en valor del flamenco de raíz». Y destacó «su valentía para interpretar los lenguajes más arriesgados del flamenco actual».

Hija de un antiguo empleado de Renault y una ama de casa, fue su madre, «una bailaora frustrada», la primera en jalear su talento precoz. Maravillado con el arte de aquella mocosa del barrio de la Macarena, el mismísimo Antonio Mairena le regaló una dedicatoria que ella guarda como oro en paño: «Mi cariño y admiración para la futura estrella del baile flamenco». Los vaticinios del cantaor se cumplieron. Pero antes de hacerse un nombre, la artista se formó en la escuela sevillana de Matilde Coral. De ahí le queda su feminidad en el escenario: prefiere la sensualidad de un movimiento de cadera al desgarro más efectista. De ella han dicho que «anda en escena como nadie».

A su faceta de bailaora hay que sumar la de coreógrafa, profesora de futuros maestros de flamenco en el Conservatorio Superior de Danza de Madrid María de Ávila y empresaria, pues desde 2003 dirige en Sevilla su propia compañía de danza. Total, que el Premio Nacional le dio cierta visibilidad, pero no la ha sacado del pluriempleo. Sensible, tímida e introvertida, la Bayón se crece en el escenario. Pero, tras 40 años de carrera, siente rabia al comprobar el desequilibrio que hay entre la calidad de sus espectáculos (siete hasta ahora, el último, Caprichos del Tiempo, presentado en la Bienal de Sevilla en septiembre) y lo poco que estos giran.

PREGUNTA. ¿Qué tal está su madre?

RESPUESTA. Tiene un montón de dolencias y ha estado muy grave, pero afortunadamente hoy le dan el alta.

P. Me alegro. ¿Le influye su ánimo a la hora de bailar?

R. Soy capaz de hacer bien mi trabajo, pero el resultado final depende mucho de cómo te sientas por dentro.

P. Isabel Bayón es bailaora, coreógrafa, profesora, tiene su propia compañía… ¿Qué faceta le llena más?

R. A mí el escenario me da vida. El proceso que hay desde que ensayas un espectáculo hasta que pisas las tablas es muy sacrificado, aunque el esfuerzo merece la pena. También me llena mucho transmitir mi experiencia a mis alumnos de forma didáctica.

P. A sus 45 años, ¿ha alcanzado su madurez como artista?

R. Sí, aunque parezca increíble llevo 40 años en esto. ¡Debuté a los 5! Pero no me gusta estancarme; siempre tengo la curiosidad de hacer cosas nuevas.

P. ¿Es exigente como profesora?

R. Soy muy exigente conmigo y con los demás. A veces esa autoexigencia me perjudica, pero es necesaria para evolucionar.

P. ¿Ha cateado a muchos aprendices?

R. A algunos sí, ja, ja, porque no ha habido otra. Pero no disfruto con ello.

P. Antonio Mairena dejó escrito que usted sería una gran estrella del baile flamenco.

R. Mairena ha sido una de las figuras que más ha aportado a lo jondo. Se fijó en mí y cuando yo tenía 6 años, le pedía a mi padre que me dejara actuar con él. Fue un privilegio, un regalazo.

P. En 2013 recibió el Premio Nacional de Danza. ¿Cómo reaccionó con la noticia?

R. Al principio pensé que era algo malo. Pero luego rompí a llorar porque… [vuelve a hacerlo] me acordé de mis padres, que ya son mayores. [Antonio y Rosario, 82 y 81 años]. Con 4 años, vieron algo en mí y tuvieron la intuición de apoyarme.

P. ¿En su familia había antecedentes artísticos?

R. No, pero sí afición. Me crié en el barrio de la Macarena, epicentro del flamenco en Sevilla. En las fiestas mis tres hermanos y yo bailábamos y canturreábamos.

P.Su madre siempre estaba a su lado para jalearla…

R. Ella es una flamenca frustrada. Tenía facultades, pero sus padres no la apoyaron. Luego conoció a mi padre y aparcó sus sueños. Pero se realizó a través de mí.

P. ¿Qué capricho se dio con los 30.000 euros del Nacional?

R. Pues mire, lo he invertido en mí…

P. ¿Algún viaje, alguna cena Michelin?

R. Lo que me ha ido apeteciendo. Empezando por una estancia muy agradable en el balneario de la Toja. Cuando me den otro premio volveré [risas].

P. ¿Le han llovido los contratos o no le ha quedado otra que atender a mil palillos?

R. El premio trajo consigo más visibilidad mediática, pero de ahí a que me llueva el trabajo… Creo que un Nacional debería aparejar una serie de actuaciones para que el público conozca mejor el trabajo del premiado.

P. ¿Qué vio el jurado en usted que no ha visto en Tamara Rojo? Curiosamente, la bailarina y directora artística del English National Ballet aún no lo ha obtenido…

R. No recuerdo bien, pero además de la interpretación destacaron mi valentía por innovar, por ampliar mis registros habituales. Algo debo de estar haciendo bien.

P. En 2001 montó su propia compañía. Supongo que no ha sido fácil mantenerse estos 13 últimos años…

R. Para nada. He pensado muchas veces en tirar la toalla. He tenido tiempo para venirme abajo…, y para recuperarme también. Me entra un corajito, pego un zapatazo e intento ilusionarme como sea.

P. ¿Cómo vive el desequilibrio entre la calidad de sus producciones y lo poco que giran?

R. Con rabia, porque supone una fuga de ilusión, energía y dinero. Ves que el espectáculo funciona, que la crítica te pone por las nubes, pero luego…

P.¿Qué o quiénes tienen la culpa de esta situación?

R. No sé, los circuitos están muy cerrados, en pocas manos, y a lo mejor una no entra en sus expectativas.

P. ¿Está diciendo que el flamenco está politizado?

R. Como decía Enrique Morente: «El flamenco es un negocio». No solo de políticos. Hay programadores que tienen asesores y estos deciden quién está y quién deja de estar en sus circuitos o festivales. A mí me quieren mucho en Andalucía, pero me resulta muy difícil entrar en Madrid o Barcelona. Hay unos intereses, que no dejan paso a determinados artistas.

P. El Nacional debería derribar puertas…

R. A lo mejor es que no sé venderme. Yo soy muy introvertida; pero mi trabajo conlleva otro tipo de cosas que no tienen que ver con mi personalidad. Lo digo claro: hay gente que a lo mejor no tiene mis condiciones, pero se vende muy bien.

P. ¿Qué le enseñó su maestra Matilde Coral?

R. La base: a vestirme, a bracear, a saber estar… Sobre esos cimientos de la escuela sevillana, yo he ido construyendo. Estuve con ella desde los 5 hasta los 18 años y en agradecimiento, en 2008, la invité a mi espectáculo Tórtola Valencia.

P. ¿En qué se aprecia su escuela sevillana?

R. En ser femenina, arreglarme el pelo, utilizar complementos como el mantón, la bata y el sombrero… Es una forma de estar en el suelo y dibujar con los brazos.

P. Tengo entendido que prefiere la sensualidad al desgarro.

R. El baile tiene que tener muchos colores. Igual necesitas un movimiento de cadera suave que una carretilla [para explicarlo, realiza este paso que consiste en golpear los pies contra el suelo a diferente velocidad].

P. Farruquito me dijo: «Hoy los hombres mueven las manos más que un abanico y las mujeres zapatean como locas. Todo al revés». ¿Culpa de la fusión o de la confusión?

R. Sí, hay confusión, pero no estoy de acuerdo con Farruquito. La mujer puede tirar más de fuerza y de los pies, y el hombre mover más las manos. Últimamente se está usando mucha técnica, lo que permite expresarte con mayor libertad. No hay nada de malo. Eso sí, la técnica debe estar al servicio del baile, no imponerse a él.

P. ¿En qué espejos se mira Isabel Bayón? ¿Cuáles son sus referentes?

R. Desde Pastora Imperio a Pina Bausch, pasando por Carmen Amaya. Hay que mirar atrás para ir adelante.

P. ¿Y qué me dice de los hombres?

R. Admiro a Israel Galván; nos conocemos desde niños y hemos colaborado varias veces. Y a Miguel Poveda. Antes hacía sus conciertos sentado, pero desde que en 2006 le hice bailar pasodobles y bulerías, se ha soltado.

P. ¿Podemos hablar de un estilo Bayón?

R. No hago flamenco de vanguardia, pero sí un flamenco actual que bebe de la tradición. Cuando la gente lo ve, dice: «Es de la Bayón».

P. Para aclararnos un poco: usted no tiene nada que ver, por ejemplo, con Sara Baras.

R. Digamos que hay un camino más comercial…, y otros caminos. Yo necesito ser honesta con lo que hago. Desnudarme en el escenario, aunque me dé miedo.

P. ¿Al público se le puede engañar?

R. Creo que sí, al menos, al público poco entendido. El flamenco puede ser llamativo, pero eso es lo fácil.

P. Cuando viaja, ¿con qué público conecta mejor?

R. Depende. Los japoneses son muy entendidos y respetuosos; no aplauden hasta que no termina el espectáculo y a veces eso da la falsa impresión de que no les está gustando. En Estados Unidos son más explosivos, mientras que los italianos son más cálidos.

P. En algunos montajes, como La puerta abierta, ha actuado junto a su marido, el guitarrista vasco Jesús Torres. ¿Baila más cómoda acompañada por él?

R. Me siento más tranquila. Pero también me gusta trabajar con otros, para nutrirme de otros matices. Si no me emociona la música no puedo bailar.

P. Dicen que «anda en escena como nadie», que «su baile es limpio, casi perfecto». ¿Aspira a la perfección?

R. Aunque sea muy perfeccionista, prefiero las imperfecciones. Hacen que las cosas sean más interesantes.

P. ¿De qué palo va cuando se baja del escenario?

R. En el día a día soy tímida, introvertida, intento pasar desapercibida, aunque en escena me siento libre.

P. ¿Qué hace cuando no está zapateando?

R. Poca cosa. Me gustaría tener tiempo para leer, hacer yoga, pasear… Pero el trabajo me absorbe totalmente. Mi marido y yo nos pasamos todas las semanas yendo y viniendo en coche de Madrid a Sevilla.

P. ¿Su carrera le ha dejado tiempo para ser madre?

R. En su momento no lo veía oportuno, fue pasando el tiempo… y a mi edad ya no lo contemplo.

Por Juan Carlos Rodríguez. Fotografías de Álvaro Felgueroso

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