Jacqueline Novogratz: «La dignidad es poder, y no los ingresos»

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Decidida a combatir la pobreza, dejó una prometedora carrera en Wall Street para crear Acumen, fondo de capital riesgo que solo financia proyectos generadores de cambio social. Más de 125 millones de dólares invertidos y 263 millones de beneficiarios la avalan.

Acabar con la pobreza en el mundo puede parecer el deseo recurrente de una Miss Universo: una ingenua pretensión imposible de realizar. En cambio, no es ninguna utopía para Jacqueline Novogratz (Virginia, EEUU, 15 de marzo de 1961), fundadora y directora ejecutiva de Acumen, un fondo de capital riesgo sin ánimo de lucro que aborda la pobreza global desde otra perspectiva. Creado en 2001, este fondo filantrópico invierte en negocios pioneros enfocados en generar ingresos para poblaciones vulnerables y en ofrecer productos y servicios asequibles que cambian la vida de los pobres. «Desde entonces hemos invertido 125 millones de dólares en 126 empresas de 14 países que han beneficiado a 263 millones de personas en todo el mundo», explica Novogratz, una «idealista práctica», que en 2017 fue portada de Forbes por ser «una de las mentes más brillantes del mundo de los negocios».

Hija de la directora de una tienda de antigüedades y un comandante del Ejército de EEUU -la mayor de siete hermanos-, fue educada en el servicio a los demás. Estudió Derecho y Relaciones Internacionales en la Universidad de Virginia y a los 20 años fue fichada por el Chase Manhattan Bank. Tras viajar por 40 países en vías de desarrollo y comprobar las dificultades de acceso a crédito, decidió dejar su prometedora carrera en Wall Street y mudarse a África, donde fue consultora del Banco Mundial y de Unicef. En 1987, mientras paseaba por las colinas de Kigali (Ruanda), donde montó la primera empresa de microcrédito para mujeres, se encontró de casualidad a un niño vestido con un suéter azul, la misma prenda que ella había donado 10 años atrás a una tienda de segunda mano de EEUU. Fue su epifanía particular. «Creo en las coincidencias que nos recuerdan nuestra interconexión», afirma la fundadora de Acumen (perspicacia en inglés), que se inspiró en este suceso para escribir el libro El suéter azul. Acortando distancias entre ricos y pobres, cuya edición en español presentó en la Fundación Open Value de Madrid.

Casada desde 2008 con Chris Anderson, cofundador de las charlas TED, en las que ella misma participa como conferenciante, comenta en esta entrevista las carencias de la caridad tradicional. «El éxito», afirma, «no se mide por la forma en que se trata a los ricos, sino por la forma en que se incluye a los pobres y vulnerables».

Pregunta. De joven soñaba con salvar el mundo. ¿Sigue siendo tan idealista?

Respuesta. Todavía estoy llena de idealismo. El cambio es más difícil de lo que yo pensaba cuando era joven, pero es posible. Simplemente, no ocurre sin un esfuerzo sostenido, y no queda otra opción que intentarlo.

P. ¿Siempre tuvo la vocación de servir a los demás?

R. Sí. Siempre quise ser útil. ¿Acaso no queremos serlo todos?

P. De niña quiso ser monja, pero acabó trabajando en banca, revisando préstamos en economías inestables. ¿Qué aprendió de aquella experiencia?

R. Aprendí tanto del poder como de los límites de los mercados. Al poner capital a disposición de los empresarios, los bancos permitían crear puestos de trabajo, pero al mismo tiempo excluían a los pobres. Aún hoy, miles de millones de personas no pueden ni abrir una cuenta. Y el acceso al capital es un tipo de libertad.

P. ¿Cómo encajaron sus padres que dejara su carrera en Wall Street para trabajar en África?

R. Mi padre no entendía que renunciara a «la oportunidad de mi vida» en el banco y mi madre temía que me ocurriese algo. O que nunca me casara. Pero al final me permitieron seguir mis propios sueños.

P. Uno de sus primeros proyectos en África fue establecer una panadería dirigida por mujeres ruandesas a través de la ONG Duterimbere. ¿Por qué es importante empoderar a las mujeres para erradicar la pobreza?

R. Cuando das poder a una mujer, das poder a una familia. Cuando las mujeres obtienen ingresos, tienen más libertad y oportunidades. Procuran enviar a sus hijos a la escuela y controlar sus embarazos.

P. En su libro cuestiona la ayuda y la caridad tradicional que se practica en los países en desarrollo. ¿Qué tiene de malo?

R. La ayuda de arriba abajo y la caridad tradicional crean dependencia. Los responsables de la toma de decisiones tienden a pensar que saben lo que la gente pobre necesita; no los escuchan ni los tratan como individuos capaces de emprender por su cuenta. Regalar dinero sin tener en cuenta cómo repercute en los beneficiarios es una presunción que lastima a todos.

P. ¿Cuáles son los riesgos para los países que dependen excesivamente de la ayuda exterior?

R. Los países altamente dependientes son similares a los individuos altamente dependientes. No tienen incentivos para resolver sus propios problemas y tomar sus propias decisiones. He visto innumerables programas bienintencionados, como los que quieren «ayudar a los agricultores pobres» proporcionándoles fertilizantes… El problema es que se entrega en el momento equivocado, si es que la ayuda acaba llegando a los destinatarios. Es mejor construir un sistema que rinda cuentas, sobre todo a los agricultores, y que ellos decidan si ese sistema les conviene.

P. En 2001, gracias al capital semilla de la Fundación Rockefeller, fundó el fondo filantrópico Acumen con una perspectiva diferente. ¿En qué consiste exactamente?

R. Acumen obtiene fondos filantrópicos para invertir capital paciente [a largo plazo] en empresarios que buscan resolver problemas allá donde el gobierno y los mercados han fallado: salud, educación, energía, agricultura… Nuestras inversiones suelen durar de 10 a 12 años. Acompañamos a los empresarios, apoyándolos para que experimenten, fracasen y vuelvan a empezar; para que luchen contra la burocracia y la corrupción, y para que aprendan lo que sus clientes, muchos de los cuales ganan solo unos dólares al día, realmente necesitan. Medimos el impacto social, no solo los retornos financieros..

P. ¿Por qué hace hincapié en la dignidad de las personas?

R. Porque la dignidad, y no los ingresos, es lo contrario de la pobreza. La dignidad es libertad, elección y oportunidad. Es sentirse Alguien y no Nadie. La dignidad es poder.

P. Usted dirigió el Taller de Filantropía de la Fundación Rockefeller. ¿Qué errores cometen a menudo los nuevos filántropos?

R. A veces se centran en sentirse bien con las donaciones que hacen en vez de tomar el camino más difícil de insistir en hacer el bien y medir el impacto real que producen. Algunos filántropos tienden a evitar la idea de fracaso, pero si descartamos la posibilidad de fracaso, también descartamos el éxito. Y como las organizaciones caritativas necesitan fondos de los filántropos, no siempre les dicen la verdad sobre si su apoyo ha sido efectivo o cómo lo ha sido.

P. ¿Cuál es su idea de éxito?

R. El éxito no es solo dinero, poder o fama. El éxito real se mide en la cantidad de energía humana que liberamos en el mundo. A nivel de comunidad, no se mide por la forma en que se trata a los ricos, sino por la forma en que se incluye a los pobres y vulnerables.

P. Su libro «El suéter azul» inspiró la creación de Open Value Foundation por parte de Mari Ángeles León y su marido, Francisco García-Paramés [influyente gestor de inversiones conocido como el «Warren Buffett español»]. ¿Qué alianzas tienen?

R. La Fundación Open Value ha sido un socio y amigo a largo plazo de Acumen. Francisco y Mari Ángeles se han tomado el tiempo de conocernos y con los años compartimos una profunda creencia en la dignidad humana y en el deseo de los seres humanos de ser libres. Estamos orgullosos de ser socios. La Acumen Academy que dirige Open Value nos está ayudando a identificar y apoyar a una nueva generación de líderes dispuestos a llevar a cabo poderosas innovaciones para el cambio.

P. ¿Cuál es su mensaje al empresariado español?

R. Lo más radical en un mundo cínico es crear esperanza. Necesitamos una revolución de la moral y los valores no solo en España. Y eso incluye a las empresas: deben centrarse más en los grupos de interés, no solo en los accionistas.

P. ¿De qué reconocimiento se siente más orgullosa?

R. En 2012, hice una reunión del club de lectura sobre El suéter azul en el barrio de Kibera [Nairobi, Kenia]. Muchas de las historias que recojo en el libro me las contaron en ese barrio. Algunos asistentes me dijeron que yo «era como ellos» y les respondí que la mayoría no tenía mis privilegios. Entonces, una mujer mayor se levantó y me recordó que la gente de los barrios bajos sabe que yo «no era exactamente» como ellos, sino que había asumido sus problemas como propios. Pocas veces me he sentido tan reconocida. Comprendí lo importante que es la dignidad no solo para los pobres, para todos nosotros.

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