Crucero por el corazón de Myanmar

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El lugar más enigmático del sureste asiático empieza a abrirse al turismo tras una dictadura militar. Realizamos la singladura por el Alto Myanmar a bordo del lujosoBelmond Orcaella.

Hace 10 años parecería un espejismo, pero hoy es posible ver tiendas de Zara, Mango o H&M en las calles de Yangón (localizador, 1), la antigua capital de Birmania, que desde 2011 se denomina oficialmente Myanmar. Tras casi medio siglo de férrea dictadura militar, el país más enigmático del sureste asiático (con 51 millones de habitantes, limita con Tailandia, Laos, China, India y Bangladés) empieza a abrirse al turismo y a la inversión extranjera. Llegamos a la «ciudad de sangre, sueños y oro», descrita por Neruda, procedentes de Bangkok, tras un vuelo entre Madrid y la capital tailandesa. «Mingalaba (hola)», nos saluda el chófer con una amplia sonrisa.

El tráfico desde el aeropuerto hasta el hotel es denso y caótico. Por el camino se ven viejas bicicletas abriéndose paso entre coches recién matriculados y a hombres ataviados con longhi(la falda masculina tradicional) hablando con sus móviles de última generación. En un semáforo, un chico nos ofrece un póster de Aung San Suu Kyi, conocida popularmente comoThe Lady. Los birmanos viven pendientes de las elecciones que se celebrarán en la segunda mitad de 2015, y la líder demócrata, que obtuvo el Nobel de la Paz en 1991, cuenta con el respaldo de la mayoría de la población. Sin embargo, la Constitución vigente le impide acceder a la jefatura de Estado por haberse casado con un extranjero y tener dos hijos de nacionalidad británica. A pesar de las presiones internacionales, el presidente birmano Thein Sein ya ha anunciado que no hay tiempo para reformar la discutida Carta Magna.

Atardece en Yangón. Llegamos, por fin, al Belmond Governor’s Residence. En la década de 1920, este lujoso hotel de estilo colonial alojaba a poderosos miembros del grupo étnico kayah. Verdadero oasis en medio del bullicio de la ciudad, con estanques de loto y muebles de teca, alberga 48 habitaciones y suites. Degustamos las verduras y arroces del Burmess Curry Table, un bufé al aire libre situado en la planta superior. Al día siguiente volamos hacia Mandalay (2), conocida como la ciudad de los 100.000 monjes y situada en el centro del país.

Camino del templo budista Mahamuni, uno de los lugares de peregrinación más visitados, nos detenemos en uno de los talleres especializados en la fabricación de figuras de Buda. «Hay unas 4.000 personas dedicadas a este oficio. Las imágenes de mármol se exportan a China, y las de bronce al resto del mundo», explica el propietario. Más tarde nos descalzamos a la entrada de la pagoda para visitar al magnífico Mahamuni, el Buda de Oro. Solo los hombres pueden tocar esta veneradísima estatua.

Bendecidos por él nos dirigimos al puerto de Mandalay. Allí, varado en las aguas color té del río Chindwin, un afluente del Ayeyarwady (el principal río de Myanmar) nos aguarda elBelmond Orcaella. Perteneciente a la compañía Belmond (la nueva denominación de la legendaria Orient-Express) fue lanzado en 2013 y opera de enero a abril y de julio a diciembre, únicas temporadas en las que el Chindwin lleva un caudal suficiente. Con un tamaño de 65 m de eslora y un calado de 1,4 m, está diseñado para adentrarse en el Alto Myanmar, al noroeste del país. Tratar de encontrar otros caminos es inútil: solo es posible acceder a esta región por esta corriente fluvial.

A bordo

A lo largo de unos 800 km (la longitud total del río es de 1.200), nuestra embarcación navegará río arriba (durante ocho noches) hasta alcanzar aldeas como Monywa, Kalay u Homalin, a unos 50 km de la frontera india, para desde allí descender durante tres noches hacia Bagan. Más que un crucero turístico, la expedición Descubriendo el río Chindwin incluye presenciar una ceremonia de ordenación de pequeños monjes; visitar pagodas, mercados y escuelas; conocer una reserva de elefantes o participar en las danzas de la tribu Naga. El lujo asiático a bordo contrasta con las excursiones a los humildes pueblos del Alto Myanmar.

En el cóctel de bienvenida conocemos a nuestros compañeros de viaje, principalmente americanos, europeos y australianos. La media de edad de los pasajeros supera la cincuentena, aunque una pareja de intrépidos hawaianos la sobrepasa con creces: él tiene 92 y ella 83. Casi todos llevan varios cruceros a sus espaldas y se les presupone una billetera abultada: el periplo de 11 noches cuesta 6.380 euros por persona. «Elegimos el Belmond Orcaella porque nos permite acceder al Myanmar más auténtico», explica Philip Seymour, un profesor de Neurociencia de Melbourne (Australia) que viaja con su novia y su cuñada.

Con 40 tripulantes y un máximo de 50 huéspedes, el servicio destaca por la atención al detalle. Los 25 camarotes están conectados con el exterior por unas amplias ventanas corredizas. Disponen de aire acondicionado, camas confortables, televisión por satélite, escritorio y baño con amenities de Bulgari. Tras deshacer la maleta subimos a cubierta para observar la confluencia entre los ríos Ayeyarwady y Chindwin. En la proa está la piscina; la popa alberga una terraza perfecta para contemplar la puestas de sol. Junto a la terraza, hay un lounge bar. Además, en este salón provisto de biblioteca se imparten cada día amenas conferencias sobre la cultura de Myanmar.

Interior. En la década de 1920 alojaba a poderosos miembros del grupo étnico kayah. Alberga 48 habitaciones y suites.

Al amanecer desembarcamos en Monywa (3), una aldea de la ribera dedicada al comercio y la agricultura. La principal atracción es la pagoda Thanboddhay, con más de 500.000 imágenes de Buda. En un paraje cercano denominado Bodhi Tataung se alzan el Buda de Pie, de 129 m de altura, y el Buda Reclinado, de 95 m de largo. Ambos parecen vigilar un curioso parque sembrado con 7.000 budas de tamaño humano. La hierática sonrisa de las imágenes contrasta con las más vivaces de un grupo de escolares birmanos que nos saludan al pasar. Van vestidos con longhi y llevan mochilas de tela de llamativos colores.

El regreso al barco es reconfortante, sobre todo si te reciben con toallitas húmedas y un refrescante cóctel. Antes de cenar hay tiempo para contemplar la puesta de sol. Dirigido por la chef tailandesa Bansani Nawisamphan, el restaurante ofrece exquisitos platos birmanos, tailandeses y occidentales. Para nuestra sorpresa, la mesa del bufé está presidida por un jamón ibérico de bellota que ha sido curado en La Alberca (Salamanca). «Lo compré en Hong Kong a 1.200 euros la pieza», aclara Bansani.

Belmond Governor’s Residence. Este lujoso hotel de estilo colonial es un verdadero oasis en medio del bullicio de la ciudad, con estanques de loto y muebles de teca.

Hacia las 6:30 de la mañana vencemos la pereza para asistir a la clase de yoga en cubierta. A riesgo de perder el equilibrio, merece la pena hacer la postura de la grulla mientras amanece. Antes de desembarcar en Moketaw (4), varios miembros de la tripulación nos enseñan a colocarnos el longhi. Compuesta por una ligera pieza de tela cuyos extremos hay que cruzar y atar formando un nudo a la altura del ombligo, esta cómoda prenda evita que la humedad se pegue al cuerpo. La falta de destreza para sujetarlo provoca más de un striptease involuntario.

La ceremonia de ordenación de niños monjes en Moketaw es una de las estampas más bellas y emocionantes del viaje. Los críos van ataviados con coloridos trajes de principitos y adornados con vistosos tocados. En un sencillo monasterio al que se accede por una escalinata de barro, varios monjes adolescentes les rapan la cabeza y sustituyen su atuendo por una túnica budista color granate. Después, los novicios repiten las plegarias del maestro. A partir de ahora pedirán donaciones y vivirán en un monasterio durante tres años. De regreso al barco nos encontramos con agricultores arando con bueyes, como en la Edad Media. El tiempo parece haberse detenido en algunas aldeas del Alto Myanmar.

Una vez a bordo, el francés Amaury Lorin, profesor de la Yangon University y colaborador delMyanmar Times, da una conferencia sobre la geografía y la historia de la antigua Birmania, que con una superficie de 700.000 km2 es el segundo más extenso del sudeste asiático tras Indonesia. «Mi abuelo luchó en la guerra de Indochina y este episodio me sedujo para erecorrer la región», dice Lorin, vestido de frac. Y a continuación suelta una ristra de datos: «La expectativa de vida es de 65 años, el 50% de la población carece de electricidad, el 70% vive de la agricultura… Myanmar es un país en transición hacia la democracia donde hace solo tres años era inimaginable que hubiera prensa libre».

La exclusiva compañía Belmond cree firmemente en el turismo sostenible. Lo comprobamos durante nuestra visita a Maukkadaw (5), un próspero pueblo que vive del comercio de la teca. En una escuela construida de este material, unos niños vestidos con uniforme verde y blanco nos reciben con cánticos. En posición de firmes ante el izado de la bandera, forman un pequeño ejército. Y entonces llega el momento Bienvenido Mister Marshall: los pasajeros del Orcaella empezamos a repartir los cuadernos y lapiceros entre los escolares. Sus rostros están cubiertos con thanaka, una pasta que se obtiene moliendo la corteza de este árbol. Sirve como protector solar y cosmético natural.

Desarrollo comercial

A primera hora de la mañana, las barcazas que entran y salen de Kalewa (6) (un pueblo situado en la confluencia de los ríos Chindwin y Myitta), evidencian el intenso comercio de esta pequeña ciudad, puerta de entrada entre India y Myanmar. En una terraza ofrecen un delicioso ei kyar kwae (especie de churros) con té. Más allá hay un quiosco de prensa bien surtido. «En Myanmar circulan unos 20 periódicos; no son de izquierdas o de derechas, sino gubernamentales o libres», nos aclara el guía. Tras el desayuno paseamos por las calles del pueblo, repletas de joyerías, serrerías, fruterías… Durante el paseo nos distrae el bullicio procedente de un colegio: varios niños juegan al chinlone, el deporte tradicional birmano, consistente en pasarse una pelota de caña con los pies y las rodillas procurando que no caiga al suelo. A la salida tropezamos con dos carteles con distintos mensajes que muestran los paulatinos cambios sociales del país: el primero alude a una campaña de Save the Children para retornar a sus hogares a niños soldados que han sido captados por el Ejército; el segundo es una publicidad de preservativos y forma parte de un programa nacional para el control de la natalidad.

Seguimos el curso del Chindwin hasta desembarcar en Mawleik (7), donde visitaremos una reserva de elefantes. Convenientemente adiestrados, montamos en ellos para dar un corto paseo. Birmania estuvo bajo el dominio británico de 1824 a 1948, y durante los años 20 Mawleik fue la sede administrativa de la Bombay Brumah Trading Company, una compañía británica especializada en la extracción de madera. Los elefantes eran el medio más habitual para transportar los troncos. De aquella época data el Mawleik Golf Club (hoy sin uso), una antigua casa de estilo eduardiano donde esa noche cenaremos una suculenta barbacoa preparada por la chef Bansani. Los efluvios de la parrilla se mezclan con la humedad del ambiente y la luz de los faroles en una de las veladas más sugerentes del viaje. Dos horas después regresamos a nuestro hogar flotante en un vistoso tuk tuk.

A la mañana siguiente despertamos en Sitthaung, una aldea de 200 habitantes situada a solo 52 km de India y rodeada de inmensos arrozales. El pueblo fue un atajo hacia la India utilizado por las tropas británicas cuando se retiraron de Birmania durante la II Guerra Mundial. Los japoneses les cortaron el acceso por mar. Una anciana nos abre las puertas de su casa de madera y nos muestra un viejo plato de porcelana británico. De los japoneses, que ocuparon la región desde 1942 a 1945, no tiene buenos recuerdos: «Fueron muy crueles». Para continuar con la inmersión cultural, al regresar vemos la película The Lady, un correcto biopicde Luc Besson sobre la líder demócrata.

Desde la pagoda Daw Oo de Homalin (8) (la población más al noroeste del recorrido, en la región de Sagaing) contemplamos una de las mejores vistas del Chindwin. En el centro de una montaña sobresale un socavón: es la excavación de una mina de oro. Desde primera hora de la mañana se respira una actividad febril. Damos una vuelta por el mercado antes de ir al encuentro de la tribu Naga, una de las paradas más exóticas del crucero. Los Naga constituyen uno de los 135 grupos étnicos de Myanmar reconocidos por el Gobierno. Aún conservan las cabezas de los animales que cazan y las cuelgan en las puertas de sus casas. Su atuendo tradicional es de los más estrambóticos del mundo; durante las fiestas, los hombres llevan tocados ceremoniales elaborados con plumas, mechones de pelo y conchas de cauris. Nos reciben con flechas, pero enseguida se dejan hacer selfies.

Orcaella. Tiene un tamaño de 65 metros de eslora y un calado de 1,4 metros. Destaca por su atención al detalle.

Desde Homalin comenzamos el descenso hasta Bagan pasando por Kydaung (9), Mingin (10) o Kani (11). Además de creer en Buda, los birmanos más supersticiosos tienen devoción por sus nats (espíritus), sobre todo en los pueblos. Siguiendo una catalogación que hizo el rey Anawratha de Pagan en el siglo XI, existen 37 nats oficiales en todo el país. Tienen en común una vida marcada por el sufrimiento. En Kani habita el Caballero del caballo blanco, uno de los más populares del Alto Myanmar, y allí asistimos a una frenética danza en la que este espíritu recibe todo tipo de ofrendas. La ruta de vuelta por el Chindwin, a unos 11 nudos de velocidad, solo nos lleva tres días. Cuando nos reincorporamos al río Ayeyarwady vislumbramos las casi 4.000 estupas y pagodas que se extienden a lo largo de la histórica llanura de Bagan (12).

Tras desembarcar, ya atardeciendo, un coche de caballos nos conduce por un laberinto de templos, entre los que destacan Ananda y Sulamani. El mayor atasco de turistas se concentra en lo alto de la Bulethi Pagoda. Merece la pena escalar el templo y bordearlo en la cima para admirar las increíbles vistas, aun a riesgo de que alguien te meta un palo de selfie en el ojo. Sin tiempo para subir en globo aerostático (320 euros un vuelo de 45 minutos) regresamos alBelmond Orcaella. La última noche subimos a la terraza para lanzar farolillos de papel de arroz. Mientras se elevan en la oscuridad, cada cual pide un deseo. ¿Les confieso el mío? Regresar lo antes posible a Myanmar.

Datos prácticos

VISADO. Solicitar en la embajada de Myanmar en Berlín. www.botschaft-myanmar.de

VUELOS. Madrid-Bangkok (Tailandia), desde 549,38 euros con Turkish Airlines. Bangkok-Yangón (Myanmar), desde 120 euros con Asia Airlines.

HOSPEDAJE. www.belmond.com/es/governors-residence-yangon

MONEDA. Kyat (NMK); un dólar equivale a 1.000 kyat.

ROPA. Ligera para excursiones y casual a bordo.

NOCHES A BORDO. 11, ocho de subida y tres de bajada.

DISTANCIA RECORRIDA. 800 km.

PLATOS. Mohninga: (sopa de fideos), Ngapi (pasta de gamba con vegetales) y Sa-ma-nwin-kin (pastel de sémola, huevo y coco).

Más información. www.belmond.com/es/orcaella-myanmar

Por Juan Carlos Rodríguez. Fotografía de Luis de las Alas

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