CORAJE DE UN CORREDOR

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Isidre vuelve a sonreír

El motociclista que soñaba con ganar el París-Dakar recibe a MAGAZINE en el hospital donde se recupera del accidente que le dejó paralítico hace sólo tres meses. Isidre Esteve, 35 años, ha encarado su destino con la entereza del gran deportista y hombre que es.

En su silla de ruedas.
En su silla de ruedas.

 

Isidre justo el día antes de sufrir el accidente que le ha retirdo de la competición.
Isidre justo el día antes de sufrir el accidente que le ha retirdo de la competición.

 

Con su actual pareja. Lidia
Con su actual pareja. Lidia

 

La lesión. Infografía de Cutandpastegraphics
La lesión. Infografía de Cutandpastegraphics

por JUAN CARLOS RODRÍGUEZ. Fotos de CHEMA CONESA

 

Llevaba 17 años subido a una moto. Y, de repente, su carrera, la de toda una vida, se detuvo en seco. El pasado 22 de marzo, mientras corría la Baja Almanzora (Almería), primera prueba del Campeonato de España de Raids, el piloto ilerdense Isidre Esteve Pujol (Oliana, 1972), eterno aspirante a ganar el rally París-Dakar, sufrió un terrible accidente que le catapultó a una silla de ruedas. Fue visto y no visto: lo que tarda una moneda en caer de cara o de cruz.

La llanta trasera de su KTM impactó violentamente contra una piedra enterrada en un riachuelo seco, el bólido se encabritó y él cayó de espaldas sobre el pedregal. El fuerte impacto le produjo una fractura-estallido de las vértebras dorsales T7 y T8, un traumatismo torácico con contusión pulmonar y, lo que es peor, una grave lesión medular que le ha dejado paralizado de cintura para abajo. Diagnóstico: paraplejia completa. Adiós a las motos; adiós al sueño africano.

El primero que se paró a auxiliarle fue su amigo y rival Marc Coma, campeón del Dakar 2006. «Marc, avisa a todo el mundo, que me he hecho daño de verdad. No siento las piernas ni parte del cuerpo», le dijo.

Abonado al infortunio, en el Dakar 2006 ya sufrió otra aparatosa caída a su paso por Mauritania, donde le extirparon el bazo. Y años atrás fue operado de muñeca y rodilla. Pero esta vez la cosa era mucho más seria. Y no es cierto que la suya sea una personalidad «sin medida del riesgo», como se apuntó para justificar la tragedia. Isidre, que a sus 35 años está separado y es padre de una niña de 3 años, no es ningún descerebrado. Controlaba el riesgo. Conocía el miedo. Simplemente, la fatalidad se cruzó en su camino.

Tras el aviso de Marc Coma acudieron a socorrerle las dos personas de confianza dentro de su equipo, el KTM Gauloise: Lidia, su novia y recuperadora física, a la que conoció en el Dakar 2005, y su mecánico Marc Augé. Ambos se encargaron de evacuarle al hospital de Almería, donde les informaron de la gravedad de la lesión.

Los peores pronósticos se confirmarían tres días después en el hospital barcelonés de Vall d’Hebron. Allí le esperaba su amigo Xavier Mir, especialista en lesiones de mano y médico de confianza de muchos pilotos de raids. «Me dijo que quería saber la verdad; luego, me dio las gracias por atenderle en domingo y, por último, pidió que tuviéramos mucho tacto a la hora de transmitirle la noticia a su familia. Imagínese qué tres comentarios», recuerda el doctor Mir, que ha participado en cuatro ediciones del París-Dakar. Quienes conocen bien a Isidre subrayan que su abultado palmarés no revela lo mejor de él: su calidad personal. Dicen que es un tipo auténtico, humilde, ambicioso, optimista y entregado a los demás. No es extraño que su desdicha causara tanta conmoción.

Dos meses y medio después del accidente, el piloto convocó una rueda de prensa para relatar cómo había asumido su minusvalía. «Estoy emocionado y nervioso, como si estuviese en la línea de salida de mi primera carrera. No sé qué cara me ven, pero estoy contento y soy feliz. El mundo no se ha acabado; mi vida simplemente es ahora diferente», dijo con admirable entereza desde su silla de ruedas, rodeado del equipo de traumatología del hospital. Y restando dramatismo a su nueva situación, añadió: «Tengo la suerte de estar vivo, de contar con los brazos y con las manos. Mi cabeza está bien y puedo hacer mil cosas. Y las voy a hacer».

Con su habitual sinceridad, el currante de la moto reconoció que nunca se había considerado un piloto extraordinario («siempre tuve que trabajar más que los demás para llegar donde llegué, y eso me enorgullece»), y dirigiéndose a todos aquéllos que no han dejado de apoyarle, incluidos otros lesionados medulares (en España, donde cada año se producen 1.000 casos nuevos, hay unos 35.000 afectados, más de la mitad de entre 15 y 35 años; el 70% por accidentes de tráfico y el 30% a diversas enfermedades), remató: «Cuando os crucéis conmigo, lo único que tenéis que hacer es mirar un poquito más hacia abajo. Yo siempre estaré ahí para echaros una mano».

En aquella rueda de prensa, «la permanente sonrisa del Dakar» no llegó a desdibujarse del todo. Y eso que su vida había pendido de un hilo. Como consecuencia del politraumatismo tuvieron que drenarle los pulmones, y una infección de colon le obligó a visitar varias veces la Unidad de Cuidados Intensivos. El 11 de abril, una vez que su columna quedó apuntalada con tornillos, los médicos le implantaron un chip de ondas magnéticas entre las vértebras 7 y 8.

El dispositivo, un cilindro de 12 cm de longitud y 1 cm de grosor, va conectado a seis electrodos (tres por encima de la lesión y tres por debajo) que emiten impulsos eléctricos y cambian de polaridad cada 15 minutos. «En teoría, la generación de ese campo eléctrico podría mejorar la regeneración de la médula. Pero no hay evidencia de que el aparato sea útil. Tras comentárselo a él, se lo instalamos porque la intervención no entrañaba ningún riesgo», advierte Carlos Villanueva, jefe de la unidad de cirugía de la columna del Vall d’Hebron. La técnica se ha probado en 10 pacientes, y los cinco que sufrían lesiones en las vértebras dorsales –caso de Esteve– experimentaron sólo una mejoría del 1%.

A propuesta de su equipo KTM, que envió un técnico especializado desde Estados Unidos, Isidre accedió a someterse a este tratamiento experimental financiado por la Fundación Wings for life (Alas para vivir), que se dedica a buscar recursos económicos para sufragar investigaciones en el campo de las lesiones medulares. Fue creada por Heinz Kinigadner (ex campeón del mundo de motocross y actual asesor deportivo en KTM) a raíz de un trágico suceso: su hijo se partió la columna mientras participaba en una carrera benéfica de motocross. Cuando se recupere, Isidre trabajará como embajador en España de Wings for life.

A mediados de junio, fresco aún el recuerdo de aquella comparecencia pública, el piloto nos recibe en la unidad de lesionados medulares del Vall D’Hebron, donde ocupa la habitación 118. Son las 11.30 de la mañana. Al fondo de la sala de rehabilitación está pedaleando sin demasiado esfuerzo sobre una bicicleta estática…

Un momento, ¿pedaleando? «En realidad, es la máquina la que pedalea. Se trata de mejorar su flexibilidad y su circulación, y sirve además para evitar atrofias. Psicológicamente, él siente que sus piernas se pueden mover», aclara el jefe de la unidad de lesionados medulares, Luis García Fernández.

«El objetivo es enseñarle a ser lo más autónomo posible para que pueda desenvolverse en su vida diaria», añade la jefa del servicio de rehabilitación, la doctora Ampar Cuxart, que define a su paciente como «una persona excepcional: inteligente, generosa y de gran corazón» y considera que su condición de deportista de elite, acostumbrado a la disciplina y a alcanzar objetivos, le beneficiará en su recuperación.

Espíritu colaborador. Cuando abandone el hospital a últimos de julio (para entonces le habrán retirado el electroestimulador, pues el tratamiento dura 15 semanas) seguirá «machacándose» en el Instituto Guttmann. Sus fisios le echarán de menos: «Es muy colaborador, se adapta muy bien y no va de estrella», coinciden.

El campeón nos saluda con una sonrisa que no admite la compasión. «No quiero ser el pobre Isidre; no me veo inferior por ir en una silla de ruedas. Además, ya sé subir solo a la cama e introducirme en un coche. Simplemente, sé que no correré el Dakar el año que viene», dice, visiblemente más delgado por su dieta blanda y vestido con cómoda ropa deportiva.

–¿Es usted Supermán?

–No, ni yo ni nadie. Supermán sólo sale en la tele. A los 15 días del accidente, una vez superado el shock inicial, tuve mis bajones. Te preguntas: «¿Por qué a mí?». Pero estar aquí sentado te hace entender que los accidentes están ahí, que ocurren.

–¿Ha tenido que hacerse el fuerte delante de su hija?

–No. Andrea tiene 3 años y está supercontenta. Ella no dice: «Qué pena, mi papá está en silla de ruedas». Ella se sube encima y juega conmigo como antes.

–¿Sueña con volver a caminar?

–Soy consciente de que no volveré a hacerlo, al menos hasta que no llegue la ayuda de la ciencia. Hay esperanza para recuperar las lesiones medulares, ¿sabes? Tal vez no en 10 ó 15 años, pero sí en 20. Para entonces, quiero estar preparado. De momento sólo hay un camino: tirar para adelante. Por suerte, tengo un entorno favorable.

Su familia, sus amigos (desde Nani Roma a Marc Coma, pasando por el deportista parapléjico Albert Llovera) y su actual pareja le han arropado en todo momento. «Asumo el papel de estar a su lado», dice Lidia, de 37 años, tan fibrosa como corajuda. Le conoció en el Dakar 2005, cuando trabajaba como recuperadora de varios pilotos de Repsol KTM; apenas llevan un año saliendo juntos. «Antes entrenábamos para ganar el Dakar y ahora entrenamos para ganar esta carrera. Nos hemos juntado dos cabezotas que quieren ser felices». La pareja vive el día a día, sin grandes expectativas. Disfrutando de las pequeñas cosas. El primer fin de semana salieron de paseo por la Villa Olímpica y él se tomó el helado que tanto anhelaba. «Me supo mejor que nunca», asegura.

De crío sentía pasión por las motos. «Si voy en moto es porque soy de Oliana». Aquí, en este pueblo leridano de 2.100 habitantes, situado al sur de la comarca del Alt Urgell (tierra fértil en campeones de motociclismo como Eric Augé hijo, Jordi Durán, Pau Soler o el propio Esteve) se crió este piloto forjado en el Enduro, disciplina donde se mezclan la rapidez del motocross y la destreza del trial. «En Oliana se celebraba cada año el Campeonato de España de Enduro, y mi sueño era cumplir los 18 para correr el Enduro del Segre. Empecé a competir muy tarde, porque mis padres siempre veían el riesgo, pero nunca me faltó mi Puch 64 minicross para ir al cole y divertirme con mis amigos por la montaña».

Estudiante regular –cursó hasta primer grado de FP–, desde joven le tocó trabajar junto a sus cuatro hermanos mayores en el restaurante familiar. «En casa no faltaba nada, pero tampoco sobraba». A los 18 años ingresó en el Motoclub Segre y en 1990 ganó los campeonatos de Cataluña y de España de Enduro júnior en 80cc. «No tenía un pilotaje innato, le faltaba técnica, pero se esforzaba mucho. Todo se lo ha ganado a pulso», recuerda el vicepresidente del Motoclub Segre, José María Pascuet, su primer mecánico.

En casa le apoyaron desde el principio. Sin pretenderlo se hizo profesional. De sus comienzos en la pequeña escudería TM pasó a Gas Gas y de ahí a Honda y luego a KTM, que le cobija desde hace 13 años. «Todavía me considero su piloto oficial». En 1993 estuvo a sólo 17 segundos de ganar el Campeonato del Mundo de Enduro por naciones (una de las espinas de su carrera), pero cuando la especialidad se le quedó pequeña probó con los raids (ganó seis veces la mítica Baja España Aragón) y con el París-Dakar, donde debutó en 1998 y en 2001 llegó cuarto al Lago Rosa de la capital senegalesa. «Mi sueño era ganarlo, pero nunca se convirtió en una obsesión», afirma.

El ambiente del rally africano le conquistó desde el principio, «sobre todo por la camaradería». Era feliz compartiendo una bandeja de cuscús tras la carrera, sentado en una alfombra. Nani Roma, campeón del Dakar 2004, fue quien le animó a participar. «En las últimas ediciones su técnica había mejorado mucho». Él, que perdió a su copiloto en 2003, se quedó sin palabras cuando fue a visitar a su amigo Isidre al hospital. «Te acojonas, no te lo quieres creer. Pero luego sales calmado. Ahora le veo capaz de ganar el Dakar en un coche adaptado o de ser medalla de oro olímpico».

El piloto de Oliana tiene un buen espejo donde mirarse: su amigo Albert Llovera, con quien compartía entrenador. En 1985, mientras participaba en la Copa de Europa de esquí, Llovera sufrió un accidente que le dejó parapléjico. Aficionado al automovilismo, dio un giro radical a su carrera: hoy es el único piloto minusválido que ha participado en el Campeonato del Mundo de rallys, compitiendo contra rivales sin ningún tipo de minusvalía.

«Lo jodido no es que te hayas quedado en silla de ruedas, sino todas las complicaciones que conlleva la lesión medular: cuando no te aguantas el pis o no sientes que te están acariciando el pie», explica Llovera, propietario de una ortopedia y muy reclamado por los hospitales para infundir ánimos a los lesionados. ¿Qué consejos le ha dado a Isidre? «Por ahora, prefiero que él vaya notando sus propias lesiones, sintiendo las alarmas que le da su cuerpo. A mí, por ejemplo, cuando tengo ganas de orinar se me enrojecen las orejas. Entonces me sondo».

Los lesionados medulares son válidos para ser padres –Llovera logró tener una hija por medios naturales–, pero Esteve no se lo plantea: «En este apartado, el objetivo está cumplido». Su cabeza está más ocupada en la casa que se está construyendo en Oliana. Amplia, de planta baja, sin ningún escalón. «La planeé con el menor número de barreras arquitectónicas posibles. Pensando en cuando fuera viejo. O por si algún día tenía que ir en silla de ruedas… Ahora sólo tengo que hacer pequeñas modificaciones». Isidre no es Supermán. Pero cuando cayó, siempre volvió a levantarse.

LA LESIÓNAl piloto se le ha aplicado un tratamiento en fase experimental, basado en la estimulaión eléctrica mediante un “chip” en su médula.

    • Daños. La caída le causó una fractura estallido de las vértebras T7 y T8 y una grave lesión medular. Perdió la sensibilidad y el movimiento en las zonas que quedan por debajo de la lesión.

 

    • Cirugía. Tras apuntalar la columna con tornillos, le pusieron un “chip” cilíndrico entre las vértebras 7 y 8 que va conectado a seis electrodos, tres por encima y tres por debajo de la lesión.

 

    • ¿Mejora? La novedad del sistema es que cambia la polaridad de los impulsos cada 15 minutos, lo que podría suponer una mínima movilidad. Las posibilidades de mejora apenas son del 1%.

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