Alexandra Cousteau, la princesa sirena

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Su abuelo la llamaba la princesa sirena y le enseñó a bucear en apnea a los 7 años. Alexandra Cousteau mordió el anzuelo y no ha dejado de recorrer los mares en defensa de sus ecosistemas.

Abuelo todoterreno. El comandante Jacques Cousteau, con sus nietos Philippe y Alexandra, en 1983. A ambos les inculcó su pasión por el mar.

Lo último que me esperaba era encontrarme con una sirena embarazada. Alexandra Cousteau (Santa Mónica, California, 21 de marzo de 1976), heroína de los mares, llega a la entrevista luciendo barriga de siete meses y con las defensas bajo mínimos. «No suelo ponerme enferma pero últimamente mi hija Clémentine me contagia todos los virus que pilla. ¡Aaaachís!», se excusa nada más aterrizar de un vuelo Berlín-Madrid que ha transcurrido entre náuseas y estornudos. Nieta del comandante Jacques Cousteau (1910-1997), el famoso biólogo, oceanógrafo y divulgador, su abuelo la llamaba «la princesa sirena». Él la enseñó a bucear en apnea a los siete años y le inculcó su espíritu conservacionista mientras navegaban en el mítico Calypso, el viejo dragaminas británico convertido en plató cinematográfico. Siempre rodeada de aventura, Egipto, Uganda o Ruanda fueron algunos de los exóticos países que visitó junto a su padre, Philippe Cousteau, hijo menor del célebre marino y fallecido en Portugal en 1979.

Para esta experta en Ciencias Medioambientales, casada con el arquitecto alemán Frédérique Neumeyer, el apellido Cousteau es «una responsabilidad». Exploradora, cineasta y defensora del agua –como se presenta en Twitter: @acousteau–, no hace mucho fue distinguida como «exploradora emergente» por National Geographic, y desde Blue Legacy (Legado Azul), la fundación que creó en 2008 junto a su hermano Philippe, intenta concienciar sobre la importancia de mantener unos mares saludables. Además, ejerce de asesora de Oceana, ONG internacional centrada en la conservación de los océanos, la protección de los ecosistemas marinos y las especies amenazadas. La sede europea de esta organización está en Madrid, por lo que se deja caer a menudo por nuestro país. «En 1994 estudié español en Salamanca, y años después trabajé para Canal Natura en Barcelona presentando los documentales de mi abuelo», asegura con su castellano suave y titubeante. En su discurso no hay cantos de sirena…

PREGUNTA. Resuma su actividad en 140 caracteres…

RESPUESTA. Me resulta difícil. Con National Geographic soy exploradora; con Oceana, activista en defensa de los océanos; a través de mi fundación Legado Azul realizo documentales… Y además soy madre.

P. Visita Madrid con motivo de los Awards for Sustainability in the Premium and Luxury Sectors, galardones que entrega IE Business School en reconocimiento a las mejores prácticas comerciales, estrategias e innovaciones en la industria del lujo y Premium y de los que usted ejerce como maestra de ceremonias. ¿Qué impacto tienen este sector y el de la moda en el medio ambiente?

R. Ambos tienen un gran impacto en el medio ambiente. En el lado negativo podríamos hablar de los vertidos de muchas industrias textiles que contaminan los ríos en China: se tiñen de un color diferente cada temporada como consecuencia de esos desechos. En el positivo hay empresas como la premiada Tifanny & Co que promueve la joyería responsable no fabricando piezas con coral o empleando minerales y metales extraídos de minas socialmente responsables.

P. En Oceana trabaja como asesora senior y es una de sus caras más reconocibles. ¿No cree que proteger el «continente azul» es una causa demasiado ambiciosa?

R. Lo que me gusta de Oceana es su intento firme de cambiar el mundo. En este momento las amenazas que sufren los océanos son enormes: contaminación, sobrepesca, etcétera. Por eso las ambiciones de esta organización también lo son. Una de sus últimas campañas ha sidoSave the Oceans: Feed the World (Salva a los océanos: alimenta al mundo) en la que participó un grupo de influyentes chefs. El mensaje es que, si se respetan las cuotas de pesca, las poblaciones de peces pueden regenerarse. Ahí hay que poner el foco.

P. Con Oceana ha fotografiado los fondos del Parque Nacional de Cabrera [Baleares] para promover la ampliación de sus límites. ¿Qué resultados han conseguido?

R. Cuando mi abuelo visitó Cabrera hace tres décadas pensó que ya era tarde para proteger la isla, que contiene una enorme biodiversidad. Ahora sabemos que se equivocaba, porque el mar puede recuperarse si se actúa a tiempo. Tras documentar una docena de ecosistemas y 300 especies que requieren protección, Oceana propuso ampliar la superficie protegida hasta más de 7.000 hectáreas [nueve veces la extensión actual]. Seguimos negociando con las autoridades para conseguirlo. [A comienzos de agosto, el Gobierno balear inició los trámites de ampliación, que de realizarse convertiría a Cabrera en el segundo parque nacional más grande del Mediterráneo, tras el de Alonissos-Espóradas del Norte, Grecia].

P. El océano fue su particular jardín de infancia. ¿Cómo recuerda su primera inmersión?

R. Mi bautizo como submarinista fue en Niza, al sur de Francia. Tenía 7 años cuando mi abuelo me enseñó a bucear en apnea. Sentí miedo, pero una vez que me sumergí y me vi rodeada de un banco de peces plateados, el mar me enganchó para siempre.

P. Además de oceanógrafo y divulgador del mundo marino, su abuelo fue cineasta, coinventor de la escafandra moderna [junto al ingeniero Émile Gagnan], músico…

R. ¡Tocaba el acordeón! Y fue un hombre muy intrépido. Formó parte de la Resistencia en la II Guerra Mundial y llegó a disfrazarse de miliciano italiano para obtener documentos. Cuando no estaba de expediciones me llevaba a un café de París a tomar chocolate. Si le preguntaba algo relacionado con su trabajo solía decirme: «Tienes que verlo por ti misma». Y es lo que he estado haciendo desde entonces.

El barco. En el Calypso, Jacques Cousteau grabó varios documentales.

P. ¿El apellido Cousteau pesa más que un cachalote?

R. Nunca lo he sentido como un peso, sino como una responsabilidad. Hay un legado recibido que mi hermano Philippe y yo hemos querido preservar. Intento hacer las cosas a mi manera porque el mundo, los problemas y las soluciones son diferentes. Cuando mi abuelo vivía no se hablaba del cambio climático.

P. En una ocasión afirmó: «Ser Cousteau no significa ir en barco y salir a bucear todos los días. Eso es no ser realista, es perder el tiempo». ¿Romanticismos, los justos?

R. Mi abuelo pensaba lo mismo. Él no estaba siempre en el Calypso. Solo se embarcaba para filmar, y el resto del tiempo buscaba fondos para el barco o negociaba con las cadenas. Mi misión es conseguir apoyos para conservar el medio acuático.

P. Su madre, Jan, era modelo en California antes de conocer a su padre, Philippe, hijo menor y mano derecha del comandante. ¿A usted nunca le tentó la pasarela?

R. No, me gusta ser libre [risas]. Mi madre también abandonó su carrera por las ballenas tras hacer su primera expedición con mi padre en Baja California. Ella no hablaba francés ni conocía este mundo, pero le encantó desde el principio. Se conocieron en una fiesta en Nueva York y al año se casaron. A los pocos meses de nacer me llevaron a la isla de Pascua.

P. Antes de cumplir 5 años ya había viajado a Egipto, Túnez, Uganda, Kenia… , y a sus 39 años ha recorrido la mayor parte del planeta. ¿Hay algún país que le haya fascinado especialmente?

R. Me impresionó el delta del Okavango [Botsuana], por ser un hábitat tan puro, salvaje y pródigo. Pero cada país es fascinante a su manera. Por ejemplo, ¡me encanta España y los pimientos de Padrón [risas]!

P. ¿Qué actividad le resulta más placentera, la de documentalista o la de recaudadora de fondos?

R. Lo que más disfruto es rodar con mi equipo en medio de la aventura, conocer los sitios que visitamos y relacionarme con los lugareños. Mi fundación, Legado Azul, se dedica a visibilizar los puntos críticos del medio acuático del planeta. Básicamente, zonas afectadas por polución agrícola. Hasta el momento hemos grabado 80 documentales de corta duración que abordan este problema.

P. Alexandra, una vez dijo que le gustaría ser un mamífero marino. ¿En cuál de ellos le gustaría reencarnarse?

R. Todos los animales que he visto bajo el mar parece que lo se lo pasan muy bien allí abajo [risas]. No me reencarnaría en medusa, porque pueden sobrevivir en un entorno contaminado y yo huyo de ellos.

P. ¿Qué hace cuando no está en su papel de sirena?

R. Me gusta estar en casa de Berlín con mi familia. Cuando tienes hijos, las prioridades cambian.

¿Qué fue del Calypso?

A bordo del Calypso, Cousteau grabó documentales como Le monde du silence. Sobre el mítico barco Alexandra comenta: «Está abandonado. Me apena mucho la situación y prefiero no hablar de ello». En enero de 1996, un año antes de la muerte del comandante, el Calypsose hundió en Singapur y fue reflotado a La Rochelle para convertirlo en museo. El proyecto no llegó a buen puerto y el barco permaneció amarrado durante años. En 2007 fue trasladado a Concarneau para ser restaurado en los astilleros Pirou y convertirse en atracción itinerante para divulgación. Peleas judiciales entre la Fundación Equipe Cousteau (presidida por Francine Cousteau, la segunda esposa del marino) y los astilleros mantienen en la ruina a la embarcación. Como gestora de los bienes del oceanógrafo, la viuda (que no se habla con Alexandra) trata de conseguir los ocho millones de euros necesarios para convertir la embarcación en un museo itinerante. En 2013, una peticiónonline a través de la plataforma Change.org recibió más de 10.000 firmas para declarar patrimonio nacional al antiguo dragaminas de la Royal Navy británica, que de momento sigue acumulando herrumbre.

Más información. www.bluelegacy.net; www.ie.edu; www.bluelegacy.net

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